A la noche, Alex me dice que quiere irse a dormir a su casa y no puedo evitar sorprenderme por el hecho de que tenga casa. Pensé que vivía aquí, en el Sector Quinto, y es lo que lleva haciendo las últimas dos semanas. Sin embargo, no comparto mis dudas y me limito a asentir. No me puedo evitar fijar en que está raro, pero no sabría decir por qué, y también me lo guardo a pesar de lo mucho que quiero preguntar. ¿Acaso ha pasado algo con Jude Sharp? Estoy seguro de que él se acuerda de mí, al contrario que Shawn Froste, de cuando estaba con Darren.
Cuando salió del despacho de Alex, después del ya habitual concierto de ruiditos, me miró directamente y sonrió como si supiera qué era lo que se me estaba pasando por la cabeza sin ninguna duda.
—Debe de ser una tortura estar así todo el día —dijo, justo antes de marcharse, y no me dio tiempo de preguntarle a qué se refería.
Suspiro y me doy cuenta de que eso llama la atención de Alex, que me observa desde el asiento trasero del coche, pero no dice nada. El chófer entra en el patio de una casa demasiado grande para que Alex viva aquí solo y se detiene frente a la puerta principal, yo me bajo del coche y voy a abrirle la puerta al Gran Emperador, que me no me quita el ojo de encima mientras sale y me está poniendo de los nervios.
—Gracias —dice, en voz baja, y oculto mi sorpresa como puedo. ¿Qué es lo que ocurre?
Entramos en la casa, no hay nadie, y él me enseña dónde está su habitación y cuál voy a usar yo. Al parecer, cada dormitorio tiene su propio cuarto de baño. Luego se mete en la habitación y no parece que vaya a volver a salir. Me doy un paseo por la casa, revisando todas las habitaciones, puertas y ventanas, e incluso salgo al jardín y al patio para intentar asegurar el perímetro. ¿Cómo se supone que voy a controlar todo este espacio yo solo? Al terminar, subo a mi habitación y me desvisto mientras busco en la mochila que me he traído algo que pueda servirme como pijama. Lo único que hay es un pantalón corto de algodón. Es de deporte, pero tendrá que servir. Me lo pongo y me meto en la cama, pero no soy capaz de dormirme por más vueltas que doy.
Después de un rato, me empieza a rugir el estómago y me doy por vencido. Me levanto, bajo a la cocina y me preparo un sándwich, es entonces cuando me giro hacia la puerta del jardín y me doy cuenta de que Alex está allí sentado. Maldita sea ¿Cuándo ha salido? ¿Cómo es posible que no lo haya visto?
—Buenas noches —digo, sentándome en la mesa. Él me mira, igual de serio y atractivo que siempre, pero enseguida aparta la mirada.
—¿Siempre das todas esas vueltas? —pregunta, apoyando el codo en el reposabrazos del sofá.
—¿A qué te refieres?
—Te he visto paseando por toda la casa y por fuera.
—¡Ah, eso! Sí, siempre reviso toda la zona antes de irme a dormir —digo y él vuelve a mirarme, es como si le pareciera algo raro. ¿Qué hacían los otros guardaespaldas entonces?
—Supongo que también lo haces en el Sector Quinto, y lo hiciste en Okinawa —añade, esbozando una sonrisa triste.
—Sí, por supuesto, tengo que estar seguro de que no hay intrusos y que no puedan llegar hasta ti mientras duermo —respondo, dando un bocado a mi sándwich.
—¿Por qué? ¿Por qué te esfuerzas tanto? —pregunta y me deja atónito. ¿Cómo que esforzarme?
—Mi trabajo es protegerte y tengo que hacerlo bien, porque si no, podría poner tu vida en peligro —digo, cada vez más sorprendido.
—A nadie le importa lo que me pase, solo quieren tener una historia para contar después —responde él, volviendo a mirar hacia los árboles—. ¿Por qué a ti sí?
—Ya te lo he dicho, yo no estoy aquí para conseguir algo de ti —aseguro, cogiendo otro bocado, y él suspira cansado—. Antes trabajaba en el equipo de seguridad del presidente, un día me llamaron y me dijeron que tenía que venir a trabajar aquí.
—¿Así que Hobbes pidió un guardaespaldas al presidente? —dice, esbozando una sonrisa, y yo me encojo de hombros.
—A mí no me preguntes, yo solo soy un mandado —respondo y él se ríe. Bueno, menos mal.
—Me voy a acostar, buenas noches —añade, levantándose del sofá.
—Te acompaño —digo, levantándome también.
Subo con él hasta el dormitorio, entro primero a echar un vistazo rápido y luego me aparto para que pueda pasar. Él se acerca, con gesto serio, y me mira a los ojos. Inspiro, intentando aliviar la ola de pensamientos que me arrollan, y le sostengo la mirada lo mejor que puedo, pero hay uno que no soy capaz de evitar. ¿Y si fuera solo una vez? Para quitarme las ganas.
—Rhys —susurra él y trago saliva. No puedo, no es lo que yo quiero y no me va a hacer bien.
—¿Sí? —pregunto, nervioso y con el corazón desbocado. Está tan cerca, que solo con cambiar el peso de los pies llegaría a tocarlo.
Alex suspira, casi me parece ver cómo traga saliva, y se acerca un poco más. El calor que desprende se pega a mi cuerpo, asfixiándome, y él se desequilibra y se apoya en la puerta, justo al lado de mi cabeza. Solo una vez. No lo soporto más, llevo mi mano a su nuca y lo beso, dejando salir toda la tensión de mi cuerpo. Él no se queda atrás y acaricia mi torso desnudo con sus dedos, provocándome un sinfín de sensaciones, pega su cuerpo al mío y enreda sus dedos en mi pelo. Siento su erección contra mi pierna y cuando el escalofrío baja directo a mi polla, el sentido común vuelve a mí y me aparto.
—Lo siento mucho, no he debido hacer eso —digo, sin aliento, y salgo de la habitación.
—Espera, Rhys —me llama él, igual de sofocado que yo, pero entro en mi dormitorio y cierro la puerta.
—Mierda, mierda, mierda —maldigo, dejándome caer de frente contra la cama. Me pongo bocarriba, pasándome la mano por el pelo, y veo la erección en mi pantalón—. ¿Cómo se me ocurre?