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Capítulo 9

El fantasma de la corona que me acechaba ya no era una simple sombra que me murmuraba al oído, no, se había convertido en algo tangible, algo que casi podía sentir, como su peso sobre mi cabeza, y sus consecuencias habían llegado tan rápido como el día se convierte en noche y la noche en día y así llego la fecha en que la reina madre visitaría a mi familia, tal como decía en el edicto real.

Cuando abrí los ojos esa mañana me desperté con esperanza, confiaba en mi padre y confiaba en que él me ayudaría a salir de este dilema, él era mi única esperanza y sabía que no me defraudaría. Lo único que deseaba era que todo volviera a ser como antes, tener a mi hermana de vuelta, a mis padres y mi casa de campo, mi edén aquí en la tierra, pero sabía que este día lo determinaría todo, nuestra situación económica, mi relación con mi hermana y mi libertad, pero también sabía qué, cual fuera el resultado al final del día, tendría que sacrificar algo y temía que ese algo jamás me perdonara.

Mi madre dispuso todo para la llegada de la reina madre, la comida, la decoración y la limpieza, porque si íbamos a rechazar mi compromiso con el rey, al menos debíamos causar una buena impresión y ya que mi padre seria quien tendría el honor de rehusarse autorizo a mi madre hacer lo que deseara.

Al mediodía, sobre el camino húmedo que conducía hacia nuestra casa, comenzaron a escucharse los casquillos de varios corceles y al asomarme por la ventana vi el cortejo que acompañaba a la reina madre hasta este lugar. Cuatro corceles blancos lideraban el grupo, estaban revestidos en hermosas monturas blancas con detalles dorados realmente excepcionales y sus jinetes seguramente eran miembros de la guardia real pues llevaban puesto uniformes militares, sus posturas tan rectas y señoriales me lo confirmaba. Detrás de ellos venia un carruaje de color marrón con detalles dorados sobre sus ruedas y sobre la base del carruaje, además portaba el escudo de la familia real sobre la puerta, debía ser un transporte muy fino como para tener el honor de encabezar el cortejo real. Detrás, a paso firme, cuatro corceles más acarreaban una enorme carroza dorada que tenía sobre su techo las figurillas de un par de serafines sosteniendo una corona y sobre la puerta se hallaba una pintura que no pude ver con claridad, ese debía ser el carruaje real y en su interior debía estar la reina madre, la mujer más importante de todo el reino. El cortejo terminaba con otro carruaje similar al primero y cuatro jinetes más protegían la retaguardia.

—¡Helena, baja están por llegar!—escuche el grito de mi madre lleno de vitalidad y por ello, me aleje de la ventana y con ayuda de Melanie, quien se encontraba detrás de mi observando al sequito de la reina, perpleja de lo que veían sus ojos, me llevo hasta las escaleras donde mis padres aguardaban por mí. Antes de bajar mire el pasillo que llevaba a la habitación de Jane, por primera vez note la oscuridad que albergaba ese camino o quizás era mi propia percepción del negro humor que mi pobre hermana debía estar sufriendo en esos instantes al ver la prueba visual de que su majestad, la reina madre, estaba en nuestra propiedad, pero por ella, por mi lealtad, estaba decidida en compañía de mi padre a decirle que no al rey.

Era inevitable no sentir miedo o inquietud ante la reacción que tendría la reina al escuchar el "no" de mi padre. Al caminar hacia la entrada y escuchar el relinchar de los caballos y las ruedas de los carruajes tan cerca me provoco dolor de estómago, estaba nerviosa, las piernas me temblaban, pero no creí que por estrés mi cuerpo actuara de esta manera tan extraña e impropia solo por pensar en eso.

Mi madre me tomo de la mano, por sugerencia de mi padre, quien seguramente debía intuir como me sentía, mi rostro debía ser tan claro y tan fácil de leer. Salimos presurosos a recibir a su majestad y junto con nuestra poca servidumbre, cuando la carroza más grande se detuvo frente a nosotros, dos pajes se dispusieron a desenrollar una pequeña alfombra azul donde caminaría la reina, otro se apresuró a colocar un pequeño banquillo por donde bajaría y por último otro se situó a un lado de la puerta para poder abrirla.

Bajé la mirada e hice una reverencia al igual que mis padres y nuestra servidumbre, nos mantuvimos en aquella posición hasta que pude ver las finas telas que decoraban el vestido color sangría de la reina.

—Sea usted bienvenida a nuestro humilde hogar—vocifero mi padre con suma elegancia mientras se reincorporaba. Yo tarde un segundo más antes de poder levantar la vista hacia la reina, pues temía encontrarme con su mirada.

Cuando finalmente lo hice me percaté de la molestia que representaba para ella estar aquí, en el campo, lejos de la civilización y de los lujos a los que debía estar acostumbrada, mi casa debía ser una horrible choza comparada con el majestuoso palacio en donde vivía. Su bella mirada azul era opacada por un entrecejo y una mueca que realzaban las arrugas en su rostro, su edad debía rondar entre los cincuenta y cinco o sesenta años, las mujeres de esa edad suelen usar vestimenta muy similar a como viste la reina, de forma muy conservadora. Su cabello estaba recogido en un bello peinado abultado gracias a una trenza que imitaba la forma de una corona y encima de este se hallaba un bello tocado de plumas y flores que armonizaba su atuendo, ella era la persona más elegante que había visto en toda mi vida y de no haber llegado a mi casa mostrando su claro desagrado por nuestra propiedad yo la hubiera admirado. Un sequito de siete mujeres se unieron a ella, todas ellas habían bajado de los carruajes que integraban su cortejo.

—Le agradezco—expreso con cierto aire de suntuosidad y molestia—deseo pasar y resolver nuestros asuntos cuanto antes, no pienso quedarme mucho tiempo—hizo una pausa y sus ojos se pasearon por la fachada de la casa—en este lugar.

—Por supuesto—mi padre agacho la cabeza ante la petición descortés de la reina. Mi madre y yo nos hicimos a un lado para no estorbar el paso de su majestad y de sus acompañantes, por cortesía y protocolo, ella debía pasar a la casa antes que nadie.

Cuando la reina paso a nuestro lado, mi padre tomo una gran bocanada de aire y la dejo salir lentamente. Mi madre se acercó a él con una clara expresión de decepción, había ordenado preparar un ganso al horno exclusivamente para la reina, tal vez esperaba enmendar sus inconvenientes con ella invitándola a comer el único ganso del que disponíamos y que había sido predestinado para navidad, pero gracias a la llegada de su majestad eso ya no sería posible.

—No te preocupes, nosotros degustaremos tu platillo—murmuro mi padre para aliviar su desilusión- ahora entremos y arreglemos este asunto de una buena vez.

Dispuesto a todo, mi padre se acomodó su traje y se encamino hacia el interior de la casa, mientras tanto, mi madre me tomo de la mano y me miro sin borrar de su rostro la misma expresión que le había mostrado a mi padre, sin embargo, para mi esa fue la única manera de mostrarme su reproche. Ella no estuvo de acuerdo con la decisión de mi padre, ella deseaba que yo contrajera matrimonio y con ello pudiera restaurar la dignidad de mi familia, que otra cosa podría ser más digno para ella que ser la suegra de su majestad, pero no podía ir en contra de los deseos de mi padre y tampoco podía quitarme mi libertad.

En compañía de mi madre nos adentramos hasta a la oficina, mi madre había logrado convencerlo que alzar las cortinas y sacudir el polvo que habían acumulado en mucho tiempo. Fue extraño entrar y ver la luz del día entrar en esa habitación que siempre había sido oscura. Las acompañantes de la reina permanecieron detrás de ella, me pareció que la oficina se había convertido en una especie tribunal y el juez era la reina.

—Estoy aquí para transmitir las ordenes de mi hijo, él desea que la boda sea fijada para el siguiente invierno así que los preparativos deben comenzar inmediatamente...

—Disculpe la interrupción majestad, pero creo que en ningún momento aceptamos el compromiso de nuestra hija con el rey.

Hubo un silencio abrumador, la expresión de la reina paso del desgrado de estar aquí al enfado por lo que había pronunciado mi padre, debía sentirse indignada.

—¿Está diciendo que no lo aprueba?

—No lo apruebo y me rehusó a dar la mano de mi hija en matrimonio.

—¿Sabe usted lo que está diciendo?- impugnó furiosa—¿Cuál es su fundamento para negarse a cumplir una orden real?

—Mi hija es demasiado joven para convertirse en la próxima reina, es rebelde, obstinada y sin mencionar que sus modales no son aptos para la corte Athoniense, estoy seguro que usted más que nadie desea que la persona que la suceda en el trono sea digna de ser llamada reina y le aseguro que mi hija no lo es.

En otras circunstancias me hubiera ofendido que mi padre hablara así de mí, pero por obvias razones debía tratar de convencer a la reina de que yo no era una opción. Odie los segundos de silencio y las miradas que la reina le dirigía a mi padre y posteriormente a mi madre.

—Entiendo su inquietud, al igual que usted yo también desapruebo la elección de mi hijo, su hija ni siquiera figuraba entre las candidatas a ocupar el trono, pero el rey ya ha dado su orden y espera desposar a su hija en el inicio del próximo invierno.

—¿Y nuestra decisión?

—Irrelevante.

—¡Inaudito!—vocifero mi padre—¿Qué clase de rey no toma en cuenta la opinión de sus súbditos y peor aún trata de desposar a una joven inocente sin idea de lo que ella desea?

—¿Y qué es lo que desea?—contradijo la reina.

—Libertad de hacer lo que le plazca

—No le pregunte a usted.

Todos dirigieron la mirada hacia mí, no esperaba que alguien deseara escuchar mi opinión, de hecho, ni siquiera sabía que decir, abrí la boca, pero de ella no salió nada.

—Deseo hablar con la joven a solas, quiero escuchar lo que tiene que decir al respecto.

Las damas que acompañaban a la reina tomaron los pliegues de su vestido para salir de la habitación y mis padres me miraron unos segundos antes de irse, en especial mi padre, quien me pareció preocupado al dejarme sola con la reina, no es que fuera hacerme daño, pero fue en ese preciso momento que me pregunte que tan poderosa era la mujer frente a mi para que mi padre tuviera esa expresión en el rostro antes de irse.

—¿Sabes la posición en la que te encuentras parada ahora mismo?—cuestionó, el tono de su voz me pareció menos severo, pero aun así sus palabras eran las de alguien que se disponía a sermonear.

—Lo sé—le sostuve la mirada.

—No, creo que ni siquiera conoces la gravedad de esta situación. Quieres tu libertad, pero ¿A qué costo?

No pude decir nada, el sonido que hizo al aclarar su garganta me distrajo, quizás habia hecho eso para recordarme que cualquier cosa que saliera de mi boca no sería aceptable para ella, no tenía voz ni voto a menos que lo que dijera fuese lo que ella desea escuchar.

—Conozco muy bien la situación de tu familia, sin la remuneración que el palacio les otorgaba ha sido difícil en especial para tu padre. ¿No?—declaró mirándome con desden—es un hombre admirable, aunque es una pena, todo su esfuerzo habrá sido en vano, pero seguramente ni tu ni tu madre saben sobre los negocios de tu padre. ¿Verdad?

—¿Cómo se atreve a hablar de nuestra situación si fue usted quien nos puso en ella en primer lugar?—me queje repitiendo las mismas palabras de mi madre.

—Te equivocas niña, no fue mi culpa sino de tu madre.

—No me importa lo que crea ni tampoco las órdenes del rey-declare con furia.

—Tu padre está en quiebra-revelo ignorando mis palabras— hizo una mala inversión y confió en las personas equivocadas. Es cuestión de tiempo para que alguien llame a la puerta y embargue todo, tu familia quedara en la ruina y tu padre encarcelado para pagar sus deudas ¿De verdad crees que tu libertad vale más que el bienestar de tu familia?

—¿De qué está hablando?—logre decir. Perpleja, agache la mirada abrumada por la declaración de la reina, decepcionada de recibir esa noticia de su boca y no de mi padre, creía que entre él y yo había un vínculo que superaba cualquier contratiempo, pero al parecer estaba equivocada.

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