Sin mirar atrás, Howard desconocía la turbación de Vivia.
Puesto que Vivia no había revelado mucho, Howard no podía adivinar sus pensamientos.
Así, su rostro lucía una sonrisa limpia mientras él y Jelia caminaban por las calles de Lorinda.
Un ligero tirón en su ropa, una sensación familiar, le dio a Howard una breve ilusión de felicidad.
—Howard... ¿a dónde vamos? —preguntó Jelia suavemente, mirando hacia arriba a Howard con una pequeña sonrisa curvando sus labios.
—Puedes llamarme hermano si quieres —dijo Howard con una sonrisa—. ¿Sabes dónde comprar ropa en Lorinda, Jelia?
—¿Ropa? —Jelia reflexionó por un momento, luego asintió.
—Hay un mercado en la calle. ¿Vas a comprar ropa, hermano?
—Sí, pero no para mí. ¿No te lo dije? Voy a conseguirte ropa mejor.
—Desde que has elegido trabajar conmigo, no puedes llevar siempre estas ropas.
—Howard...
Era inútil.
La voz de Jelia era muy suave, y ella no terminó su frase, así que Howard no se dio cuenta.
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