—¿Te refieres a volar? —preguntó Elisa, quien se veía sorprendida ante Ian, que no reiteró sus palabras—. No creo que pudiera permanecer mucho tiempo en el aire.
—¿Por qué no? Todo tiene que empezar con pequeños pasos, no puedes estar seguro de algo sin intentarlo. Me gustaría mostrarte cuán hermoso es el cielo y la sensación de volar allí —ante la expresión de Elisa, que aún era vacilante, añadió:
— Prometo no dejarte ir nunca.
—Te creo, señor Ian, pero nunca he volado antes —respondió Elisa, para luego ver la mano de Ian, que él extendió para que ella la tomara, sus ojos se movieron hacia las alas negras que emergían de su espalda y su sonrisa la atrajo como un queso a una trampa de ratón.
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