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Tal vez haya una bestia... tal vez solo seamos nosotros.
—William Golding, El Señor de las Moscas
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Estaba de pie justo frente a Raine, dominando su cuerpo con su altura. Su piel bronceada brillaba bajo la luz del sol, su cabello rizado y largo que le colgaba hasta el hombro estaba desordenado y sus ojos eran de color dorado, miraban directamente a los negros ojos de Raine.
Sus ojos dorados relucían con deleite e infatuación, mientras que la camiseta negra holgada y los vaqueros rotos cubrían su cuerpo delgado.
Era casi tan alto como Torak, pero mucho más delgado que él.
El shock y el miedo se deslizaban por cada centímetro de su piel. Ella retrocedió cuando aquel hombre se acercó a ella hasta que su espalda golpeó la puerta corrediza de cristal que daba al balcón.
Él también se detuvo, manteniendo la distancia a solo unos centímetros.
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