—Reth tenía razón. Dentro de cuarenta respiraciones, había dejado de sentir que se desmayaría por falta de oxígeno. Pero luego él le ofreció una mano para levantarse y cuando ella la tomó y dejó que él la alzara, sus músculos se sentían como gelatina.
Entonces él asintió hacia el árbol a unos ochenta pies de distancia en el otro extremo del claro—subiendo la cuesta—. «Correrás un círculo alrededor de ese árbol, luego veinte veces alrededor de este tocón, luego espera más órdenes».
Su boca se abrió de golpe. ¿Correr? ¡Apenas podía mantenerse de pie! Pero al ver la expresión en su rostro, Elia tragó saliva y se giró, intentando trotar cuesta arriba hacia el árbol, y luego de vuelta hacia el tocón.
Había pensado que bajar la cuesta, que no era empinada, sería mucho más fácil, pero se encontró luchando a cada nivel. Subiendo, sus rodillas querían ceder bajo la presión necesaria para empujarse colina arriba. Bajando, tropezaba cada vez que se apoyaba en la pendiente.
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