Ella corría por el bosque, sus pies crujían sobre las hojas que recién habían caído después de la nieve en el bosque. Cada crujido bajo sus piernas solo daba más pruebas de su existencia aquí, que tenía a personas siguiéndola justo ahora.
Se volvió, sus ojos estaban vivos y su piel se había tornado a la naturaleza escamosa a la que pertenecía. Betsabé respiraba pesadamente, atrapando algo de aire para ver a los hombres y mujeres que no estaban demasiado lejos de donde ella estaba. Se dispararon tiros y de pronto se escondió, sin poder correr más.
Con su espalda contra el tronco del árbol, colocó ambas manos sobre su boca y nariz, sin dejar que nadie supiera que estaba allí.
—¿Dónde se ha ido? —preguntó uno de los hombres que la había estado siguiendo. Su mano llevaba el arco con su espalda que portaba un número de flechas con puntas de plata para detener y matar a la bruja negra.
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