Habían pasado unas horas desde que Rosalind habló con Magda, sin embargo, su mente no podía dejar de pensar en lo que le había dicho sobre las ruinas. Ya no creía en coincidencias, pero también sabía que no todo en este mundo giraba en torno a ella.
Para ser honesta, el hecho de que las ruinas hubieran sido envueltas por nieblas oscuras la asustaba. Lo desconocido daba miedo. Que ya no pudiera predecir el futuro debido a los cambios que habían sido provocados por su reencarnación también era algo que la aterraba.
Un suave golpe en la puerta la sacó de su estupor. Miró a Milith, quien entró en su estudio con una bandeja llena de refrigerios.
—Señora Joven, hay otro montón de cartas de varias familias nobles —Milith colocó las cartas al lado de Rosalind mientras arreglaba los refrigerios en la habitación.
—Esta vez, hay algunas invitaciones de la familia real de Cirid que vinieron aquí buscando protección del Rey —agregó Milith—. ¿Deberíamos al menos responder a una de ellas?
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