—¿Se está sonrojando mi reina? —se preguntó. ¿Era un rosa pálido en sus mejillas o un rojo intenso que se extendía hasta sus orejas? Sin embargo, la apariencia de su esposa permanecía cubierta por sombras, y él solo podía imaginar cómo se vería bajo su seducción.
Qué encantadora debe verse, con esos ojos morados como gemas mirándolo hacia arriba con timidez e inocencia...
Sus manos se posaron para acunar su delicado rostro mientras sus pulgares acariciaban sus mejillas. Luego se inclinó hacia adelante, acercando su rostro para plantar un beso en su frente. Con los ojos cerrados, sus labios aún permaneciendo sobre su piel, no pudo evitar inhalar su dulce aroma.
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