—Eres mía... —murmuró Damon—. Dilo, gatita. Di que eres mía.
Talia parpadeó y volvió a la realidad, encontrándose con sus ojos azul hielo que eran todo menos fríos.
—Soy tuya —respiró Talia.
—¿Lo dices en serio?
Talia no entendía por qué él preguntaba eso, pero ella confirmó:
—Tuya para tocar, tuya para besar, tuya para abrazar.
Damon sonrió. Esas fueron sus palabras y ella las recordó.
—Damon asintió en acuerdo y añadió:
—Mía para amar.
El corazón de Talia saltó un latido. Y no estaba segura si era por sus palabras, o por su impresionante sonrisa que llegaba a sus ojos, o porque él estaba frotando en la cuna de sus muslos, esparciendo sus jugos sobre su ardiente y duro pene.
—Déjame amarte, gatita... Quiero amarte de todas las formas posibles...
¿Cómo podría decir que no a eso?
Talia tomó aliento cuando sintió su erección apuntando a su entrada.
—Esto podría doler al principio. Seré cuidadoso... —dijo, y ella mordió su labio inferior en anticipación a lo que venía.
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