Dora miró el vestido que se había puesto y luego giró su cabeza para mirar al maniquí al lado. El maniquí que ahora llevaba puesta su posesión más preciada, la camiseta de Kael. —Señor Maniquí. ¿Qué cree? ¿Se sorprenderá el dueño de esta camiseta esta noche cuando me vea y se dé cuenta de mi identidad?
Atrapada por la luz de su teléfono, estaba casi tentada de llamarlo. A pesar de que él estaba haciendo pucheros y montando un berrinche como un niño pequeño, Dora encontraba difícil estar enojada con él. Era simplemente tan encantador. Como un niño pequeño, le enviaba mensajes cada día y encontraba las razones más absurdas para visitarla antes de marcharse.
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