Aarón y Rina regresaron a casa por la tarde, seguidos por otra carroza llena de compras del mercado. Los sirvientes llevaron todo a la habitación de Rina, siguiendo las instrucciones de Aarón.
—Hermano, ahora que hemos terminado de comprar y tengo todo lo que necesito, ¿qué tal si me ayudas a decidir cómo organizar mi habitación? —preguntó ella, sus ojos brillantes de emoción.
—No estoy seguro de que pueda ser de mucha ayuda en eso. Tal vez deberías preguntarle a tu madre —sugirió él.
Rina puso cara de enfado. —Desde que estoy aquí, ni una sola vez ha venido mi madre a ver cómo estoy. Solo ama a ese hijo mudo suyo que, cuando abre la boca, solo dice cosas amargas. Sabes, cuando me fui después de discutir con mi hermano, ella ni siquiera se molestó en detenerme o preguntarme a dónde iba. Imagina si no hubiera venido a tu casa, ¿a dónde habría ido? Simplemente no les importo. No quiero ayuda de ninguno de los dos.
—No es así. Ellos
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