Arlan observaba mientras Oriana yacía acurrucada en la cama bajo las sábanas. La habitación estaba impregnada de su aroma, indicando lo excitada que estaba cuando él se fue. El dragón en su interior se agitó, emocionado por su olor, pero Arlan advirtió a la bestia interna. —Lánzate sobre ella, y nunca podrás tocarla de nuevo. Nos echaría a ambos de esta habitación—. Fue entonces cuando la bestia en su interior se calmó. Arlan caminó hacia la cama, se quitó los zapatos y se deslizó bajo la manta, rodeando con sus brazos la forma encogida de ella, su espalda presionando contra su pecho.
Ella no reaccionó ni dijo una palabra, aunque él podía sentir su cuerpo temblando todavía necesitándolo.
—Oriana —la llamó suavemente—. Lamento haberte dejado así. Pero debes saber por qué lo hice.
Ella permaneció en silencio, su cuerpo aún tenso contra el suyo.
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