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Una promesa

Anselin corrió con la intención de ayudarlo, pero solo pudo hacer unos cuantos pasos antes de que diez demonios saltaran de diferentes direcciones para acorralarlo.

­Diez era un numero bajo en comparación con todos los que estaban sobre Daimon, pero eran demasiados para Anselin. La vez pasada no había podido con uno, una décima de ellos era pedirle que esperara un milagro.

Para su desgracia, desde hace mucho que las estrellas dejaron de alinearse a su favor. Y para su fortuna, él seguía siendo hábil para pelear. Pateó a quienes intentaron acercarse, haciéndolos volar y estrellarse contra el piso. Pero más allá de su voluntad por defenderse, seguía siendo un humano común y corriente sin La Lotus. Bastó que se descuidara una milésima de segundos, para ser capturado desde la espalda. Mientras uno lo inmovilizó presionando su cuello, los otros se apresuraron a sujetar sus brazos y piernas, levantándolo del suelo.

En el momento que sus pies dejaron de tocar el piso, perdió toda la calma que había mantenido hasta ahora. Forcejeó en un exhaustivo intento de soltarse, a la vez que vociferaba cualquier tipo de grosería que pasaba por su mente en un momento tan crítico. De golpe enmudeció. Oyó el sonido de su ropa rasgarse y el frío le toco la piel, provocando que su garganta se contrajera y su rostro pierda todo color. 

Como si estuvieran excitados abriendo un regalo, los demonios le despedazaban la ropa con bruscos tirones. Largos hilos de saliva colgaban de sus bocas, hasta caer sobre el Príncipe. El rostro se le arrugó con espanto y desesperación, al sentir las ásperas manos sobre su piel. 

Para los demonios era como pelar un maní antes de llevarlo a la boca, pero sus verdaderas intenciones eran dejarlo como una vara humana y llevárselo al Emperador. Ganarían muchos méritos entregándole al heredero de los humanos en una forma tan miserable y humillante.

Cada uno tomó una extremidad y comenzaron a tirar de ellas en sentidos opuestos. Lo hacían con lentitud, torturándolo un poco a modo de juego, antes de desmembrarlo. 

Por supuesto que a Anselin no le hacía ninguna gracia quedarse sin brazos y piernas. Gritó con fuerza, lastimándose la garganta―¡¡¡DAIMON!!! ¡¡¡DAIMON!!!

Sentía sus carnes estirarse y a punto de dislocarse. El dolor era insoportable hasta enloquecerlo. Incluso deseo que le arrancaran el corazón en su lugar. 

Cerró los ojos con fuerza y gritó, sintiendo sabor a oxido en la boca.

Daimon estaba inmovilizado debajo de cientos de demonios, que lo habían sujetado incluso del cabello, para impedir cualquier mínimo movimiento. Los gritos desesperados del Príncipe llegaron a sus oídos, provocando que su corazón empezara a latir con violencia y le hirviera la sangre. El iris de sus ojos se volvieron de un rojo brillante, y las pupilas se contrajeron hasta casi desaparecer. 

El tumulto de demonios tembló. Varias partes; brazos, piernas y cabezas, volaron como proyectiles. Daimon se abrió paso creando un hueco de su tamaño, cortando y perforando los cuerpos como si fueran simple papel. 

Salió empapado de sangre y con restos de carne colgadas en el cuerpo. Su nariz y boca exhalaba una pequeña cantidad de humo oscuro. Inconscientemente volvió a su verdadera forma, aquella que se esforzó este ultimo tiempo en mantener oculta. 

Los demonios no perdieron el tiempo y se dispersaron con rapidez, para atacarlo una vez más. Fueron estúpidos al creer que podrían si quiera acercarse a él. Si Daimon no había hecho algo antes, solo fue porque Anselin se lo pidió. Ahora que estaba fuera de sí, asesinó a quien se atrevió siquiera a pararse frente a él para impedirle llegar a Anselin.

Los que torturaban al Príncipe se congelaron al ver como sus compañeros eran masacrados frente a sus caras. Sabían que serían los próximos, y que podrían experimentar algo mucho peor que la muerte. Sin soltar a Anselin, corrieron con él hasta la grieta con intenciones de desaparecer por ella. Entero o no, su prioridad era llevar al Príncipe al inframundo. 

Anselin estaba al borde del desmayo, pero en cuanto sintió el movimiento y logró enfocar la vista, todo el cuerpo le tembló al verse próximo a la puerta del límite.

Si entraba allí, no había forma de salir.

No le preocupó seguir humillándose. ―¡¡Ca-carajo!! ¡¡¡D-DAIMON, AYUDAME!!!

Las criaturas corrían como alma que los lleva el diablo, desesperados por cruzar sanos y salvos. Pisaron a sus propios compañeros en el suelo e ignoraron los cadáveres y restos.

El que sujetaba las piernas del Príncipe fue el primero en pasar por la brumosa grieta, pero cuando quiso continuar con el paso, algo del otro lado lo detuvo de un tirón.

Volteó dándose cuenta de que su compañero no había cruzado, y dejó la mitad del cuerpo del humano entre los dos mundos.

Siguió jalando pero no lograba hacerlo pasar por completo. Furioso se acercó a la grieta sin salir de ella. ―¿¡Qué haces, imbécil!? ¡Cruza de una vez!

De repente una mano color visón y con uñas largas y negras atravesó la oscuridad. Clavó sus dedos en la cabeza del demonio con fuerza. Ni siquiera tuvo la oportunidad de resistirse, antes de que su cráneo fuera destrozado como si solo fuera una sandía.

El cuerpo de Anselin fue liberado y se apresuró a sacar sus piernas de aquel lugar. Respiraba con dificultad; su pecho subía y bajaba con violencia. A pesar del frío, y de que estaba en el suelo sobre la nieve, tenía el cuerpo húmedo por el sudor. 

Sintió el calor de unas manos sujetar sus hombros, y confiando en aquella calidez, se dejó levantar del suelo. El cuidado con el que fue tratado lo tranquilizó. 

Le costó un momento salir de la conmoción y enfocar su vista para verlo frente suyo. Como la primera vez que lo conoció, de nuevo debía levantar la cabeza para mirarlo a los ojos. Lentamente subió hasta ellos, observando las salpicaduras de sangre sobre él. Pero a pesar de su apariencia hostil y desalmada, su expresión estaba lejos de serlo; le demostraba una genuina preocupación y culpa.

La vista de Daimon se deslizó por todo su cuerpo, buscando algún daño y culpándose por ello. ―Alteza... No pude protegerte.

Anselin parpadeó por la aflicción con la que salió su voz. A pesar de que era él quien estuvo al borde de la mutilación y secuestro, Daimon parecía ser el que tenía más ganas de llorar.

―Estoy bien. No tienes que preocuparte. ―Lo tranquilizó, sintiéndose algo conmovido.

Solo tengo los músculos desgarrados. No quiso hacerle saber eso.

Todavía no se habían alejado de la puerta del límite, por lo que pudieron escuchar desde la oscuridad que la caracterizaba, ruidos y voces, advirtiendo que otro grupo de demonios se aproximaba para salir.

―Rápido, hay que irnos. ―El Príncipe ya se estaba dando la vuelta para iniciar a correr. No esperó que Daimon lo tomara de la muñeca, sacándole una mueca de dolor, y lo atrajera a su cuerpo, levantandolo como levantarían a una Princesa, pero no a un Príncipe.

De su espalda se desplegaron dos enormes y escamosas alas negras, y con ellas alzó vuelo. Con solo un leve impulso, lograron alejarse a toda velocidad del lugar en el momento preciso que los demonios salían para encontrarse con la masacre que había hecho.

Por instinto, Anselin se agarró con fuerza de los hombros de Daimon. La repentina altura y velocidad lo habían aturdido causándole mareos y náuseas. Aunque no podía atribuir los síntomas sólo a ello. El pánico que sintió momentos antes lo hicieron sentir enfermo como nunca antes. Fue la primera vez en su vida que se sintió débil e impotente.

A pesar de que se esforzaba por ver el camino, era imposible distinguir algo a su alrededor. Daimon iba tan rápido causando que todo el entorno se vuelva borroso y distorsionado.

Estaba honestamente sorprendido. No esperó que fuera tan veloz como un Halcón. En cuestión de minutos ya los había sacado de Oshovia.

Las ráfagas de viento los golpeaba con fuerza, y a pesar de que ocultó su rostro entre el cuello de Daimon, se sentía sofocado. Al darse cuenta, Daimon paró de golpe, dejando de batir las alas, para luego hacerlo con más suavidad.

―Lo siento. ―Se disculpó.

Cuando pudo respirar con normalidad, se separó con lentitud de su cuello. Levanto la cabeza para verlo, descubierto que estaba siendo contemplado con ojos angustiados y con la cabeza ligeramente inclinada a él. La intensidad de sus ojos le causo un cosquilleo extraño en el estómago, sintiéndose tonto y avergonzado.

Parpadeó absorto, y cuando se dio cuenta de que pasaron mucho tiempo así, corrió la cara a otro lado.

Incluso después de lo que le había hecho en el pasado, Daimon no dudo ni un segundo en ir a salvarlo. Sintió como la culpa comenzaba a picarle. Estaba en deuda con él, le debía la vida. Y porque no, una disculpa.

Deslizó los ojos hacia abajo, y por primera vez supo que le tenía miedo a las alturas. Reprimió varias maldiciones, cuando desde lejos logró divisar un pequeño punto entre el paisaje blanco que se movía de forma desesperada, en dirección al castillo.

Daimon quitó su vista de Anselin, para descubrir qué tanto miraba. ―Es Louis. ―Dijo sin titubear. Después de todo, contaba con una vista envidiable.

Suspiró con alivio. ―Logró escapar. Me preocupaba que fuera atrapado. Vayamos con él.

Daimon obedeció conduciéndolos hasta el niño que pegó un grito cuando los sintió aterrizar con un golpe seco detrás de él, pero se alegró en el instante que los reconoció.

Anselin fue tomado por sorpresa cuando Lou corrió hasta él y lo rodeo en un abrazo. ¡No espero una recibida tan conmovedora!

―¡Príncipe!

Le dio unas palmaditas en la cabeza y sonrió con ternura. ―Así que el pequeño cazador estaba preocupado.

Lou se separó de él. ―¿¡Cómo no iba a estarlo!? Sabía que Daemón iba a estar bien, pero me preocupabas tú. Temía no ser lo suficiente rápido para llegar al castillo y advertirle al Rey a tiempo.

Anselin sintió como si le hubieran lanzado una piedra en medio de la frente. ―Estoy ofendido. Entonces si se hubiera tratado de una apuesta, hubieras dado todo tú dinero a Daimon.

El niño guardó silencio por un segundo antes de poner su vista en el hombre detrás del Príncipe, que ahora se mostraba con una apariencia diferente. ―Obviamente él no es normal.

Daimon no supo cómo tomar esas palabras.

Lou lo había dicho sin malas intenciones, pero Anselin no sabía que tan sensible podría ser con los comentarios a su naturaleza. Rápidamente cambió el tema. ―Volviendo a lo importante, ya no sería conveniente que vayas solo al castillo. Si te ve primero el Príncipe sabrá que sobrevivimos y que conoces lo que hizo. Y eso podría ser un grave problema.

Daimon dio un paso al frente. ―¿Qué sugiere Su Alteza?

Anselin puso una mano sobre su mentón. Su ceño se arrugó levemente al sentir dolor por el pequeño movimiento. ―La situación es grave, muy grave... Lo mejor será que regrese a mi reino para recuperar mi espada y advertirles. Mientras, ustedes vayan con el Rey del Sur y háganle saber la verdad. Si es necesario, deberán ayudar haciendo una resistencia en la ciudad en caso de un ataque.

―Yo iré contigo. ―Daimon se apresuró a decir.

El Príncipe dio la vuelta para encararlo, antes de negar con la cabeza. ―No. Debo ir solo ―Ante la mirada del demonio, decidió explicar. ―. Después de lo que pasó, ni siquiera sé cómo van a recibirme cuando me vean. Mucho menos puedo asegurar qué pasará contigo cuando pongas un pie en el reino.

―Entiendo lo que quieres decir. Es porque soy diferente. ―Parecía reclamarle algo.

―Y porque casi destruyes el reino ―Antes de que Daimon replicara al respecto, habló con rapidez. ―, pero ese no es el punto. Regresaré por mi cuenta a Tinopai, haré que vuelvan a confiar en mí y los convenceré de unir a todos los reinos para formar una resistencia contra los demonios.

Con eso dio por finalizada la conversación e intentó no darle importancia al ceño fruncido del demonio. No quería involucrarlo más de la cuenta en asuntos en cuestión a sus responsabilidades. Le preocupaba que si lo llevaba con él, se repitiera lo mismo de la última vez.

Daimon los llevó de regreso a la ciudad, volviendo previamente a su forma humana, y antes de separarse Anselin lo detuvo. No supo por qué lo hizo, no tenía nada para decir. Pero su brazo se movió por sí y sujetó la manga del otro cuando se daba la vuelta para irse.

Daimon lo miró sorprendido por la repentina acción. Entonces cuando el Príncipe comenzó a balbucear, habló primero. ―¿Cuándo sabré de Su Alteza otra vez?

En su voz se notaba su molestia. Sus ojos estaban pegados a él sin intenciones de quitarlos durante todo el tiempo que se le permitiera.

―... No lo sé. ―No estaba contento con esa respuesta. Su rostro serio y apagado, ocultaban un tormento dentro de él. Así que Anselin sonrió. ―Pero espero que pronto. Sin duda nos volveremos a encontrar.

Los ojos de ambos centellaron débilmente. Y bajo la promesa de volver a encontrarse, se separaron, siguiendo la designación que el destino les había otorgado a cada uno.

La vigilancia en Tinopai después de su partida se había vuelto mucho más estricta. En cada esquina había centinelas protegiendo las calles y a los ciudadanos.

Anselin llegó a pensar que se debía a que aumentaron los asesinatos en serie. Pero se llevó la peor de las conmociones cuando escuchó que el reino estaba bajo ataque de espionaje por otros países.

Había comenzado una guerra silenciosa después de los acontecimientos de hace más de un año. Las sospechas de varios reyes e ilustres en otros países comenzaron a incrementar luego de ello. Tinopai había caído bajo el ojo de una orden constituida por gente poderosa: el Rey de Prodavac, Hismal, el alcalde Wong y la Sede Central de la Iglesia. Temían que, sobre todo el Príncipe Heredero, se hubiera aliado con el demonio del bosque y como resultado conquistar no solo uno o dos reinos, sino el mundo.

Actualmente, a pesar de que el dúo lo ignoraba, eran considerados los dos seres más fuertes y poderosos en dominio humano: Un Príncipe que fue tocado por el don de la multipotencialidad y un demonio que sobrepasaba todos los límites. Si se ponían de acuerdo, podrían adueñarse de absolutamente todo.

Muy a pesar de que Tinopai había sido atacado por el demonio, sospechaban que solo podía tratarse de una cortina para cubrir su huida y desprenderse de la responsabilidad. Pero al no tener pruebas concisas, estaban atados de manos para actuar en contra de ellos.

De otro modo, la fortuna es como un vidrio y al menor de los golpes puede llegar a quebrarse hasta romperse.

Enviaron espías que se infiltraran en el reino y el Palacio para que recolectaran cualquier tipo de información sobre el Rey y su Heredero. Tinop se enteró de ello y mandó soldados por toda la ciudad para reprimir a cualquier sospechoso.

Después de un vistazo, Anselin llegó a la conclusión de que ingresar al Palacio sin crear un alboroto era una buena idea, pero imposible de lograr. Es más, ni siquiera se creía capaz de llegar sin ser visto antes y ser capturado de manera humillante frente a sus súbditos.

Entonces, solo decidió entregarse.

Miró a su alrededor buscando a su captor, como si estuviera eligiendo un panecillo. Había varios soldados que estaban tonteando entre ellos, y solo había uno que continuaba firme en su puesto. Caminó hasta él, parándose en frente. ―Amigo, veo que a diferencia de tus compañeros, estás trabajando duro. ―El soldado lo miró extrañado. Anselin sonrió y se bajó la capucha. ―Hoy serás recompensado. ¡Felicidades! Me atrapaste.

El pobre hombre casi muere en servicio cuando se dio cuenta de que se trataba del mismísimo Príncipe Heredero. ―¡Su Alteza!

No solo los soldados se dieron la vuelta cuando lo escucharon exclamar, sino todos los transeúntes que observaron boquiabiertos. Los susurros comenzaron a elevarse, dejando de ser un secreto entre ellos.

― "¡Es el Príncipe!"

― "Dicen que huyó del palacio hace un tiempo y por eso había soldados tinopatense por todos lados."

― "¿Huyó? ¿Por qué?"

― "Escuché que fue poseído por la energía maligna del demonio y escapó para ir con él."

Anselin hizo oídos sordos ante el cuchicheo de la gente, mientras era escoltado por las calles rumbo al Palacio. Era natural que su reputación, después de todo este tiempo, lo único que hiciera sea empeorar más.

Poniendo un pie dentro del que había sido su único hogar durante toda su vida, no se sintió más tranquilo, ni nostálgico. Las paredes blancas y los pisos alfombrados lo recibieron, dándose cuenta de lo innecesariamente grande y decorado que estaba el lugar.

La sala del trono era tan intimidante como lo recordaba. Un año no fue suficiente para olvidar las sensaciones y escalofríos que le provocaba ese salón. Las puertas fueron abiertas, revelando a cientos de funcionarios y representantes de otros reinos. Se decía que no podía ser más inoportuno; había llegado en medio de una reunión entre naciones.

Ante la intromisión, todos los presentes voltearon en dirección a la puerta. No les bastó más que darle un breve vistazo a Anselin para reconocerlo.

―¡¡Es el Príncipe!!

El Rey, que había estado sentado en su trono frotándose los ojos por el estrés y cansancio, levantó con rapidez la vista. Al ver a su hijo, su rostro pareció iluminarse por un instante.

Esperó que su padre le ordenara acercarse, pero parecía haber enmudecido por el desconcierto. Decidió dar el primer paso y con cada uno se oía un coro de asombro e indignación. Aun así marchó con firmeza. Sin atreverse a mirarlo a los ojos se arrodilló ante él, mostrándole su más sincero respeto.

El silencio del Rey era más ruidoso que los murmullos venenosos.

Anselin respiró hondo y esperó. Al cabo de un momento el Rey habló, callando a los demás. ―Te postras frente a mí, vestido como un indigente... Cuanta humillación y desgracia le has traído a nuestro reino.

Sus palabras perforaron el pecho de Anselin con brusquedad. Se mordió la lengua, juntando el valor para decir: ―Majestad, como Príncipe Heredero, jamás quise traer el mal a nuestro hogar. Por cómo se dieron las cosas, no tuve más opción que recurrir a un plan tan bajo. Le ruego a usted, y a todos, que me perdonen por mi imprudencia... Aceptaré cualquier castigo, pero primero les pido que me escuchen.

Los representantes de los países vecinos replicaron en contra. ¡Era tan descarado! El Príncipe había cometido cientos de faltas y tenía el decoro de hacer una petición. ¡Era indignante!

El Rey miró a su hijo, que permanecía con la cabeza gacha, con cierta seriedad y desdén. Alzó una mano para pedir silencio. ―Habla.

Antes de hacerlo, Anselin tragó en seco. Negar que no temiera por los resultados que daría este diálogo era mentir. Pero era su única oportunidad para conseguir una nueva unión. ― Como muchos sabrán, estos últimos años comenzó un caso de asesinatos en serie, que no solo tuvo lugar aquí, sino en diferentes partes del mundo. Hace un año se culpó a Daimon, el demonio del bosque; por la razón de ser el único en tierras humanas. Pero fuimos engañados. Yo mismo decidí encontrar la verdad y al verdadero asesino.

―¿A dónde quiere ir Su Alteza con todo esto? ―Un funcionario lo interrumpió, con cierta molestia.

―Lo que quiero decir, es que no estábamos equivocados al creer que un demonio era el culpable. Solo no teníamos al indicado ―Continuó. Los ojos de todos se mantenían filosos sobre él―. Fui junto con Daimon a Oshovia en el Reino del Sur, para comprobar que el sello de la puerta del límite fue destruido. La grieta entre ambos mundos está abierta, provocando que los demonios vengan y vayan a su antojo. Eso no sería un problema si solo se dedicaran a pasear, pero asesinan personas para ingresarlas a Pandemónium como mercancía.

Habló rápido, fuerte y claro para no agotar la paciencia que le estaban teniendo.

Hubo un pequeño silencio, antes de que se desatara el descontrol.

―¡¡Eso no puede ser posible!!

Un funcionario de Ilac, uno de los países próximos al Sur, levantó la voz―: ¡¡Puede no ser del todo mentira!! ¡En mi reino, se propagaron rumores sobre un ataque de criaturas extrañas en una posada!

Ante todo esto, el Rey fue el único que guardó silencio. Era como si las palabras de su hijo no lo tomaran por sorpresa.

De repente, el cardenal que fue en representación de la iglesia y el papa, agregó ―: ¿Cómo podemos saber qué habla con la verdad, y no se trata de un extraño plan? No hay que olvidar que nuestro Príncipe fue el que trajo a un demonio a nuestros hogares. Incluso desobedeció una orden real para ir con él, aunque en sus propias afirmaciones diga que son un peligro.

Anselin sintió un hormigueo molesto en el pecho, causándole enfado. ―¿Qué podría ganar mintiendo con algo como eso? Y puedo asegurar que Daimon no es un peligro. Él me ha rescatado de los ataques de los demonios siempre que lo necesité.

―Entonces, admite tener una amistad con el hijo del diablo.

Solo ese comentario bastó para disipar la mínima duda con respecto al Príncipe, vociferando: ―¡Es verdad!, ¡El Príncipe podría tener un trato con los demonios!

Al escuchar la acusación, se puso de pie con brusquedad para encararlos. ―¡No sería capaz de una cosa así! ¡Mi amistad con Daimon no es más que eso! Él no es una mala persona, está dispuesto a ayudarnos si se lo pido. Todos saben que nuestra sangre también corre por sus venas.

―¡¡Y eso solo lo vuelve una aberración contra los Dioses!! ¡Sigue pronunciando el nombre de ese engendro, como si hubiera sido bautizado! ¡Válgame Dios! ¡Blasfemo! ¡El Príncipe está bajo el hechizo de los demonios, está conjurado con ellos!

Anselin pensó que de tener el cardenal una cruz en su mano o un vaso con agua bendita, le hubiera arrojado ambos en un intento de exorcizarlo.

El salón se llenó de voces que rebotaban en las paredes haciendo eco. Solo el alcalde Wong, acompañado de su hija Mei, guardaban silencio en sus asientos.

Desde el momento en el que Anselin había llevado a Daimon a Tinopai, muy a pesar de sus buenas intenciones, había condenado la integridad del reino; siendo también la iglesia los primeros en protestar al respecto. Al Rey le costó varios meses calmar a los religiosos que controlaban a las masas de creyentes. Después de él, como del resto de los reyes, la iglesia era el segundo poder al mando. Fue fundada casi al mismo tiempo que Tinopai, por una de las manos derecha de Aston Tinop. Era estrictamente necesario tener a la religión de su lado si quería mantener el control de los creyentes que eran casi el cien por ciento de la población humana.

Anselin en un comienzo siempre estuvo en desventaja. Había aparecido con las manos vacías y sin ninguna prueba solida de lo que decía. No tenía otro recurso más que seguir suplicando e insistiendo. Se giró para dar la cara al Rey, sin ocultar su preocupación. ―Padre, tienes que confiar en mí. Mi desobediencia solo fue por el bien ajeno, como siempre. Durante estos meses viaje de país en país, buscando respuestas y las encontré. Cree en mí cuando digo que la puerta del límite fue abierta y los demonios están entre nosotros...

―Majestad ―El Cardenal interrumpió dando un paso al frente―. Durante todos estos años, hemos mantenido un asunto en secreto por el bien del resto, pero creo que es importante mencionarlo y recordarlo ahora.

―¿A qué se refiere? ―Saltó un ministro, hablando por todos.

Por el rabillo del ojo, a Anselin le pareció ver al alcalde Wong apretar el bastón y removerse incomodo en su asiento.

―El demonio con el que el Príncipe tiene una estrecha... amistad, no proviene de un linaje cualquiera. Su descendencia es muy poderosa y por lo tanto un peligro para nosotros.

Anselin frunció el ceño, obviando―: Creo que ya nos quedó claro la última vez que Daimon proviene del clan de los dragones.

El Cardenal lo miró sin ocultar su desprecio. ―Como Príncipe, todavía es muy ignorante. Ese demonio con el que paseas es hijo y heredero del antiguo Emperador demoníaco y líder de los dragones. Si es verdad todo lo que el Príncipe dice, no es una coincidencia que los demonios hayan salido de su páramo después del desastre ocurrido hace un año. Naturalmente, es su gobernador.

La declaración del hombre, causo una conmoción enorme en todos, pero sobre todo en Anselin. En ese momento sintió como si lo hubieran sumergido en agua helada. Miró a su padre en busca de algún atisbo de veracidad en esas palabras. Solo un leve asentimiento por su parte le bastó.

¿Por qué razón la identidad de Daimon había sido un secreto, incluso para él, hasta ahora? ¿Qué hacía en Tinopai entonces? ¿Si era el Heredero de las tierras demoníacas, porque lo habían abandonado y dejado a su suerte?

Miles de preguntas se manifestaron en su cabeza. Enmudeció y no fue capaz de defender su postura.

Pero algo que quedaba claro, era que habían perdido la confianza en él.

Anselin había clavado su vista en un punto fijo del suelo, y no la levantó hasta que escuchó la voz de su padre. ―Guardias, lleven al Príncipe a sus aposentos. Vigílenlo y no lo dejen salir hasta nuevo aviso.

Cerró los ojos y se mordió el labio hasta hacerlo sangrar. Se sentía impotente; su palabra y título ya no valía nada ante los hombres que alguna vez lo habían respetado y admirado. Perdió la discusión de una manera humillante, y no encontraba forma de hacerlos cambiar de opinión. No quería ser encerrado, pero todavía no se daba por vencido: si quería cumplir su objetivo, debía reconstruir la confianza de los demás en él. Así fue como sin poner resistencia se dejó escoltar hasta su alcoba en el Palacio.

Cruzando los pasillos, se felicitó a sí mismo por no haber dejado que Daimon lo acompañara, muy a pesar de su descontento. ¡Al fin había tomado una buena decisión en todo lo que iba el año!

De repente, una voz conocida se escuchó a sus espaldas. Darren trotó hasta llegar a él. ―¿En qué estabas pensando? ¿Huir del palacio? ¡No es propio de ti ser tan imprudente!

Anselin levantó las cejas ante el tono de voz. ―Que bien. Ahora ni siquiera tú me respetas ―Darren se percató de ello, y lentamente cambió su postura. ―Es idea mía, ¿o te vi vigilando la puerta principal? Eres el comandante, ¿cómo terminaste ahí?

Ignoró por completo sus reproches. Todavía lo consideraba su amigo, no le apetecía discutir con él.

Hablando con más tranquilidad, contestó: ―Cuando escapó, quienes estábamos a cargo de la vigilancia fuimos castigados por nuestra negligencia.

Anselin hizo una mueca con culpa. ―No era mi intención causarles problemas. No lo hice por capricho, todo lo que estoy diciendo es verdad ―Al ver que el ambiente seguía tenso, y su amigo lo miraba como si estuviera reprimiendo las ganas de golpearlo, soltó―: Además, no es que ustedes hayan sido negligentes. El problema es que yo soy demasiado bueno en todo lo que hago, y ustedes no eran un obstáculo para mí.

Darren exhaló, poniendo los ojos en blanco antes de dejar escapar una pequeña sonrisa. Frente a sus aposentos, le abrió la puerta dándole el paso. ―Estuve preocupado. Mi primo me habló del encuentro que tuvieron... No podía entender porque tomó una decisión tan extrema, y sobre todo, por qué no me lo dijo.

―¿Me hubieras ayudado a escapar si te lo pedía? ―Darren guardó silencio. Anselin asintió antes de entrar a su habitación pronunciando un suave "el que no habla, otorga".

―Intentaré venir a verte luego. ―Dijo antes de cerrar la puerta.

Anselin se encontró rodeado de lujos de nuevo, pero no los había extrañado. En su prisión de oro y luz, caminó hasta el enorme ventanal y contempló el jardín que tanto amaba. Se preguntó si Daimon y Lou lograron conseguir la ayuda del Rey del Sur, porque él... tenía un largo tiempo que pasar allí.

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