—Puedes decir "no" si no quieres ir —dijo Redmond mientras ayudaba a Iris a cargar sus bolsos en el pequeño carruaje—, mientras Hanna intentaba meter más y más comida para su señorita, lo cual él permitió, porque Iris no era de comer mucho y no podría terminar todo antes de que se pudriera. Él solo estaba allí para ayudar.
—Quiero ir —respondió Iris con voz suave—, lo que hizo que Redmond girara la cabeza y escudriñara su expresión.
—Lo que sea —refunfuñó Redmond con un suspiro—, pero luego levantó la cabeza de nuevo y la miró—. Ahora puedes ver, ¿verdad? ¿Por qué esta manada no sobrevivirá sin la ayuda de nuestra manada?
Redmond aún no podía dejar de pensar en el hecho de que la Manada de la Luna Azul estaba sosteniendo a la Manada del Lobo Aullante. Lo encontraba extremadamente denigrante.
—Si ordenara a mis hombres atacar…
—¡Redmond! —Iris aspiró un frío aliento, miró a su alrededor, esperando que nadie lo hubiera escuchado—. No vuelvas a decir algo así nunca.
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