A medida que los vientos se tornaban violentos y la superficie del Gran Río se agitaba inquieta, Ananke les dio unas cuantas instrucciones sencillas. Realmente no había mucho que decir: ella sería responsable de dirigir el queche, protegerlo contra los estragos del tiempo distorsionado e impedir que volcara. Mientras tanto, ellos debían achicar el agua que inevitablemente entraría y echarla por la borda.
Los tres también usaron cuerdas resistentes para atarse al queche. Si el barco volcara... con suerte, no serían arrastrados de inmediato a las profundidades de la tormenta submarina.
Sunny no estaba seguro de qué sucedería si Ananke no lograba mantener su barco por encima de las olas, por lo tanto, no se sentía muy esperanzado.
—Prepárense —la voz de la joven sacerdotisa era grave, lo que creaba una extraña disonancia con su apariencia adolescente.
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