Las lágrimas seguían corriendo por la cara de Keeley mientras se dirigían al estacionamiento. Sus oídos ardían de vergüenza. Realmente no era el tipo de persona que lloraba en público.
La mano de Aaron había estado en la suya todo el tiempo que caminaban, guiándola lejos de postes de luz, coches y otras personas para que no tuviera que mirar hacia arriba. Fue un gesto considerado y eso la hizo llorar aún más.
Cuando finalmente llegaron al coche, suspiró profundamente y la atrajo hacia él para abrazarla. —Ven aquí, llora todo lo que necesites.
Esa invitación provocó que la presa se rompiera oficialmente y comenzó a sollozar tan fuerte que pensó que se partiría en dos. Cuanto más fuertes eran sus sollozos, más apretaba Aaron su agarre.
—Está bien, todo va a estar bien —murmuró mientras acariciaba su cabello.
¿Lo estaría? ¿Podría estar bien alguna vez cuando tuviera que lidiar con toda esta confusión?
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