La frustración de Abigail crecía a cada momento que pasaba. La lujosa casa era como una prisión para ella, y se sentía atrapada. Caminaba de un lado a otro en su habitación, mirando las paredes, esperando encontrar una salida.
Cuando el sirviente venía a traerle comida, ella les rogaba que la ayudaran, pero ni siquiera le miraban a los ojos. Simplemente dejaban la comida sobre la mesa y se iban.
Se sentaba en la mesa, mirando la comida pero sin querer comerla. Su mente estaba consumida con pensamientos de Cristóbal y su desesperada necesidad de estar con él.
Abigail se sentó junto a la ventana, mirando el hermoso paisaje, pero no podía apreciarlo. El océano y los cielos azules solo le recordaban lo atrapada que estaba. Se sentía como un pájaro en una jaula dorada, incapaz de volar hacia la libertad.
Sebastián finalmente fue a verla. Miró el plato de comida que llevaba para ella, el cual ella se había negado a comer. Se acercó a ella.
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