Aparecieron todos formados en una línea, esquivando los árboles en perfecta sincronía.
Las posiciones en las zonas exteriores estaban ocupadas por miembros con capas grises, y la tonalidad se iba oscureciendo hasta llegar al centro de la formación. No se les miraba el rostro por la capucha que llevaban.
No logre ver ninguna señal o algo por el estilo, pero se esparcieron más. Las figuras grises se fueron a los costados mientras las de capas más oscuras fueron por el centro con movimientos muy precisos. Avanzaron con lentitud, sin prisa ni tensión ni ansiedad.
Los Vulturis se miraban bastante disciplinados y calmados, hasta ese momento, como si quisieran no demostrar emoción alguna. No demostraron asombro ni consternación por el grupo de vampiros que los esperaba. Tampoco se sorprendieron al ver al par de lobos gigantes situados en el centro de nuestra formación.
Sin poder evitarlos, los conté. Eran treinta y dos, y eso sin contar a las dos vampiras de capas negras y aspecto frágil que estaban al final. Parecían las esposas. Como estaban tan protegidas, intuí que no formarían parte de la pelea. Pero aun así, nos superaban en número. Seguíamos siendo diecinueve peleadores y siete testigos que iban a presenciar cómo nos vencían. Éramos muy pocos y eso que teníamos a los lobos de nuestro lado.
—Se acercan los casacas rojas, se acercan los casacas rojas —murmuro Garrett antes de soltar una risa entre dientes.
—Así que han venido. —dijo Vladimir a Stefan.
—Ahí están las damas, y toda la guardia. —contestó Stefan. —Míralos, todos juntitos. Hicimos bien en no intentarlo en Volterra. —
Y entonces, mientras los Vulturis avanzaban con paso lento, otro grupo comenzó a posicionarse al final en el claro. Parecía que nunca iban a acabar de llegar. Pude ver en los rostros de los recién llegados la sorpresa y una cierta ansiedad al descubrir un grupo de vampiros a la espera del ataque en su contra, pero esa preocupación pasó enseguida y cambiaron el rostro a uno más seguro cuando vieron el número de vampiros de su lado y que además ellos se encontraban hasta el final de la fila de los Vulturis.
Ese grupo alterado y caótico de cuarenta y tantos vampiros eran los testigos de los Vulturis, los encargados de extender la buena noticia de que habían acabado con el crimen una vez que estuviéramos muertos y también de atestiguar que los reyes italianos se habían limitado a actuar con imparcialidad. La mayoría parecían esperanzados no sólo de ver la masacre, sino también de participar a la hora de desmembrarnos y quemarnos.
No íbamos a durar nada. Incluso aunque nos las ingeniáramos para neutralizar las ventajas de los Vulturis, ellos nos podrían superar. Incluso aunque matáramos a Demetri, Jacob y Leah no iban a ser capases de déjalos atrás
Pude identificar a Irina rápidamente, ya que se miraba fuera de lugar entre todos los testigos. No apartaba la mirada horrorizada de Tanya, la cual estaba al frente. Edward soltó un gruñido bajo.
—Alistair tenía razón. —le avisó a Carlisle.
Carlisle le mando una mirada interrogativa.
—¿Que Alistair tenía razón...? —preguntó Tanya en voz baja.
—Cayo y Aro vienen a destruir y aniquilar. —contestó Edward. Habló tan bajo que sólo fue posible oírlo de nuestro lado. —Han pensado varias estrategias. Si la acusación de Irina resultara ser falsa, llegan dispuestos a encontrar cualquier otra razón para cobrar venganza, pero tienen más confianza ahora que vieron a Soo y a Mi. Todavía podríamos hacer el intento de defendernos de los cargos arreglados, y ellos deberían detenerse para saber la verdad de los niños. —luego bajo más la voz. —Pero no tienen intención de hacerlo. —
Jacob gruño.
Los Vulturis de detuvieron. Se mantuvieron firmes y completamente inmóviles a unos cien metros de nosotros.
Oí el latido de muchos corazones enormes, más cerca que antes, en la retaguardia y a los lados. Me arriesgué a mirar con el rabillo del ojo a derecha e izquierda para averiguar qué había detenido el avance de los Vulturis.
Los licántropos se habían unido a nosotros. Los lobos adoptaron posiciones a cada extremo de nosotros, adoptando formaciones alargadas en los costados. Me percaté en un instante de que había más de diez lobos. Supe que había otros a los que no había visto nunca. Quince licántropos distribuidos los lados, diecisiete si contábamos a Jacob y a Leah. Por la altura pude ver que eran muy, muy jóvenes. Con tanto vampiro alrededor era de esperarse que más chicos se convertirse en lobos.
Iban a morir más niños con esa decisión. Me pregunté por qué Sam había permitido aquello y pero luego comprendí que no le quedaba otro remedio. Si un solo licántropo luchaba a nuestro favor, los Vulturis se asegurarían de rastrearlos y perseguirlos a todos. Se jugaban el futuro de su especie, de su familia.
Casi la mayoría de los Vulturis se mostraban serios e indiferentes. Solo dos personas no mostraban esos sentimientos. Aro y Cayo, en el centro del grupo y tomados de las mano, se habían detenido para evaluar la situación. La guardia los había imitado y se habían detenido a la espera de que dieran la orden de matar. Los reyes no se miraban entre sí, pero era obvio que se hallaban en contacto. Marco tocaba la otra mano de Aro, pero no parecía tomar parte en la conversación. No tenía una expresión de indiferencia, como la de los guardias, pero se mostraba casi inexpresivo. Al parecer se encontraba completamente aburrido, como la última vez lo vi.
Los testigos de los Vulturis inclinaron el cuerpo hacia delante, con las miradas clavadas en Soo, Mi, en Edward y en mí, pero continuaron en su lugar en la línea del bosque, dejando un amplio espacio entre ellos y los soldados. Irina asomó la cabeza por encima de los Vulturis.
Una mujer vestida en una capa gris más oscuro se había posicionado detrás de Aro. No podía estar segura del todo, pero daba la impresión de que le estaba tocando la espalda. ¿Sera ella Renata?
Mire a nuestros rivales y no se me hizo difícil encontrar a las dos pequeñas figuras envueltas en capas grises, no muy lejos de los reyes. Alec y Jane, probablemente los miembros más importantes de la guardia estaban junto a Marco, flanqueados al otro lado por Demetri. Sus adorables rostros no mostraban ninguna emoción.
Fruncí el ceño y la boca se me lleno de veneno solo de ver a Jane y recordar lo que le había hecho a mi esposo hace años.
Cayo y Aro recorrían nuestra fila con los ojos. Vi desilusión en el rostro de Aro mientras su mirada iba y venía sin cesar, en busca de una persona. Hice una mueca disgusto.
En ese instante, me sentí más que agradecida por la falta de Alice.
La respiración de Edward aumentó.
—¿Qué opinas, Edward? —preguntó Carlisle con un hilo de voz.
—No están muy seguros de cómo proceder. Tantean las opciones y eligen los objetivos clave: Eleazar, Tanya, tú y yo, por supuesto. Marco está valorando la fuerza de nuestras lazos. Les preocupan mucho los rostros que no conocen, Zafrina y Senna sobre todo, y los lobos, eso por supuesto. Nunca antes se habían visto sobrepasados en número. Eso es lo que los detiene. —
—¿Sobrepasados...? —murmuro Tanya con incredulidad.
—No cuentan con la participación de los testigos. —dijo Edward. —No tienen nada que ver en un combate. Están ahí porque Aro gusta de tener público. —
—¿Debería hablarles? —preguntó Carlisle.
Edward lo pensó durante unos segundos, y luego asintió.
—Es el mejor momento. —
Carlisle se alejó varios pasos de nuestra línea principal. No me gustaba para nada verlo ahí solo y desprotegido. Extendió los brazos y puso las palmas hacia arriba a modo de bienvenida.
—Aro, mi viejo amigo, han pasado siglos... —
Durante un buen rato, reinó un silencio absoluto en el claro. Pude percibir cómo iba creciendo la tensión en mi marido cuando Aro evaluó las palabras de Carlisle.
Entonces, Aro avanzó desde el centro de la formación enemiga. Su escudo, Renata, lo acompañó. Los Vulturis reaccionaron por vez primera. Soltaron varios gruñidos, pusieron rostro de combate y contrajeron los labios para mostrar los colmillos. Unos pocos guardias se agacharon, listos para correr.
Aro alzó una mano.
—Paz. —les dijo.
—<Si tanta paz quisieras, no estuvieras aquí para aniquilarnos, idiota.> —susurré para mí misma, pero supe que mi marido me había escuchado porque apretó mi mano para contenerme.
Aro camino unos pasos más y luego ladeó la cabeza. La curiosidad brilló en sus ojos.
—Hermosas palabras, Carlisle. —dijo con una voz llena de una falsa amabilidad. — Parecen fuera de lugar si consideramos el ejército que has reclutado para matarnos a mí y a mis allegados. —
Carlisle sacudió la cabeza para negar la acusación y le tendió la mano derecha como si no mediaran cien metros entre ambos.
—Basta con que toques mi palma para saber que jamás fue ésa mi intención. —
Aro entrecerró los ojos.
—¿Qué puede importar el propósito, querido amigo, a la vista de cuanto has hecho? —
Aro se mostró triste, no pude saber si fingía o no.
—No he cometido el crimen por el que me vas a sentenciar. —
—Hazte a un lado en tal caso y déjanos castigar a los responsables. De veras, Carlisle, nada me complacería más que respetar tu vida en el día de hoy. —
—Nadie ha roto la ley, Aro, deja que te lo explique —insistió Carlisle, que ofreció otra vez su mano.
Cayo llegó en silencio junto a Aro antes de que éste pudiera responder.
—Has creado y te has impuesto muchas reglas absurdas y leyes innecesarias. ¿Cómo es posible que defiendas el quebrantamiento de la única importante? —
—No se ha roto ninguna ley. —
—Vemos a los niños, Carlisle. —gruñó Cayo. —No te burles de nosotros. —
—¡Ellos no son niños inmortales! Ni tampoco vampiros. Puedo demostrarlo en cuestión de segundos. —
—Si ellos no son inmortales. Entonces, dime, ¿Por qué has reclutado un batallón para defenderlos? —reclamo Cayo.
—Son testigos como los que tú has traído, Cayo. Cualquiera de esos amigos puede declarar la verdad acerca de esos niños, y también puedes verlo por ti mismo, Cayo. Ve el color de la sangre en sus mejillas. —
—¡Artificios! —replico Cayo. —¡Traigan a la informante! —volteo y miro a Irina. —¡Tú, ven aquí! —
Ella solo lo miró con desconcierto. Se miraba como si estuviera en una pesadilla. Cayo chasqueó los dedos con impaciencia. Uno de los guardaespaldas camino hasta Irina y la empujo. Camino y se detuvo a unos metros de él, todavía sin apartar los ojos de sus hermanas.
Cayo corto la distancia entre los dos y le dio una cachetada.
El golpe no debió de hacerle mucho daño, pero fue humillante. Tanya y Kate gruñeron al mismo tiempo.
Irina miró a Cayo. Éste apunto con el dedo a Soo y a Mi. Leah, Jacob y yo soltamos un gruñido, no me gustaba la forma en la que miraba a mis bebés.
—¿Es ésos son los niños que viste? —preguntó Cayo.
Irina nos miró, estudiando a mis hijos por vez primera desde que pisó el claro. Ladeó la cabeza con confusión.
—No... no estoy segura —admitió ella.
La mano de Cayo se tensó, como si fuera a golpearla de nuevo.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunto Cayo enojado.
—Han cambiado... estos niños son más grandes. —
Cayo la miro con mucho enojo y odio. Ella guardo silencio y miro al piso. Aro se acercó a su hermano y le toco el hombro.
—Calma, hermano. Disponemos de tiempo para aclarar esto. No hay necesidad de apresurarse. —
Cayo le dio la espalda a Irina con malhumor.
—Ahora, dulzura. —dijo Aro con voz dulce mientras extendía la mano hacia ella. — Muéstrame qué intentas decir. —
Irina le tomó mano.
—¿Lo ves, Cayo? —murmuró. —Obtener lo que deseamos es muy fácil. —
Cayo no le contesto.
Aro miró a su público y a sus tropas, luego se volvió hacia Carlisle.
—Al parecer, tenemos un misterio entre manos. Da la impresión de que los niños han crecido a pesar de que el primer recuerdo de Irina correspondían de forma indiscutible al de unos inmortales. ¡Qué curioso! —
—Esto es justo lo que intentaba explicar. —dijo Carlisle.
Hubo un cambio en el tono de su voz, supuse que a causa del alivio.
Yo solo me limité a esperar, no quería bajar la guardia.
Carlisle le ofreció la mano una vez más.
Aro vaciló durante un momento.
—Preferiría la versión de alguien más central a la historia, amigo mío. ¿Me equivoco al aventurar que esta violación de la ley no es cosa tuya? —
—Nadie ha quebrantado la ley. —dijo Carlisle.
—Sea como sea, he de obtener todas las caras de la verdad. —la voz de Aro se endureció. —El mejor medio para conseguirlo es ese prodigio de hijo tuyo. —volteo a ver a Edward. —Asumo cierta participación de tu parte a juzgar por cómo se aferran los niños a ti y a tu compañera neófita. —
Era obvio que lo iba a llamar. Se enteraría de los pensamientos de todos una vez que pudiera ver los pensamientos de Edward, los de todos, menos los míos.
Mi esposo se giró hacia mí para darme a Soo, depositar un beso apresurado en mi frente y en las de nuestros hijos. Camino hacia Aro.
No me gusto para nada que el caminara directo hacia nuestros enemigos solo, pero no me podía dar el lujo de acompañarlo y hacer que nuestros hijos también estuvieran cerca de ellos. Me debatí en hacer un par de ilusiones, pero no quería que lo tomaran de una forma hostil y se ensañaran con mi esposo que era el más cercano.
Detecté burla en la sonrisa de Jane cuando Edward llego más de la mitad de la distancia de separación entre ambos bandos y quedó más cerca de ellos que de nosotros.
Con esa muestra de burla hizo que me hirviera la sangre. Mi rabia aumentó. Tenía los músculos tensos y actué sin pensármelo dos veces. Arrojé el escudo con todas mis fuerzas. Voló sobre el campo como una flecha y alcanzó una distancia imposible, que pocas veces había alcanzado en mis entrenamientos.
El esfuerzo me hizo resoplar con enojo.
No permití que se volviera a su tamaño original ...lo había hecho, había enviado mi escudo a cincuenta metros sin esfuerzo alguno y sin que hubiera necesitado demasiada concentración. Lo pude controlar tan bien como mis ilusiones. Lo impulsé hacia delante y le di una forma larga y ovalada. Todo lo que estaba en el interior se miraba como puntos de luz. Impulsé el escudo y suspiré de alivio cuando la figura iluminada de Edward quedó rodeada por él.
Todo había cambiado en apenas un segundo, pero nadie se había dado cuenta todavía de esa brusca alteración, solo yo.
Edward se detuvo a pocos metros de Aro. Entonces me di cuenta de que no debía evitar el intercambio de imágenes mentales, pues el objetivo era conseguir que los Vulturis prestaran atención a nuestra versión de la historia. No me gusto, pero al final, retiré la protección y dejé expuesto a Edward. Me concentré por completo en mi marido, lista para defenderlo lo más rápido posible si algo salía mal.
Le ofreció una mano al líder de los Vulturis, el cual parecía encantado. Renata estaba nerviosa detrás de Aro. El ceño de Cayo estaba tan marcado que parecía que se quedaría así para siempre. Jane exhibía los dientes mientras, a su lado, Alec entrecerraba los ojos para concentrarse mejor. Estaba segura de que estaba listo para actuar en cuanto ella le avisara.
Aro se acercó a él. En realidad, ¿A que le debo tener miedo? Gracias a su don, Jane podía tumbar a Edward contra el suelo y hacer que se retorciera de dolor. Alec lo cegaría y lo atontaría antes de que pudiera dar un paso hacia él. Nadie sabía que yo tenía el poder de detenerlos y mucho más, ni siquiera mi marido, cuya mano tomó Aro con una sonrisa de despreocupación, cerró los ojos con fuerza para recibir toda la información.
Aro ahora sabia de todas las estrategias, todas las ideas y todos los pensamientos ocultos que Edward había leído en las mentes de todos nuestros aliados. Y aún más, también iba a enterarse de las visiones de Alice, de cada momento de silencio en nuestra familia, cada imagen reproducida por la mente de Mí, del fabuloso don de Soo, cada beso, cada caricia entre Edward y yo... De eso, también.
Siseé con frustración y un poco de asco. El escudo se agitó por mi irritación, cambiando de forma y encogiéndose a nuestro alrededor.
—Cálmate, Elina. —me susurró Zafrina.
Apreté los dientes.
Aro continuó concentrado en los recuerdos de Edward, el cual también había agachado la cabeza mientras leía la información que iba obteniendo de él, así como la reacción de Aro.
Aro estuvo concentrado en los pensamientos de mi esposo durante tanto tiempo que los miembros de la guardia empezaron a ponerse nerviosos. Jane se inclinaba hacia delante, como si no pudiera evitarlo, y el rostro de Renata estaba rígido a causa de la tensión. La estudie durante un momento, se miraba tan nerviosa y débil, que juraría que si hubiera un enfrentamiento entre ella y yo, yo ganaría. Pero no podía confiarme, nunca se sabe lo que la gente guarda bajo la manga.
Volví a mirar a Aro, abrió los ojos enseguida con expresión impresionada y gesto precavido. No soltó la mano de Edward, el cual se miraba más relajado.
—¿Lo ves? —preguntó Edward.
—Sí, ya veo, ya. —admitió Aro, parecía divertido. —Dudo que nunca se hayan visto las cosas con tanta claridad entre dos dioses o dos mortales. —
Los rostros de los disciplinados miembros de la guardia mostraron la misma incredulidad que yo.
—Me has dado mucho en lo que pensar, joven amigo, no esperaba tanto. —dijo sin soltar la mano de Edward. —Quisiera conocerlos. —pidió Aro con mucho interés. —En todos mis siglos de vida jamás había imaginado la existencia de un par de criaturas semejantes. Pequeña adición a nuestras historias... —
—¿Qué es todo esto, Aro? —replico Cayo.
Solo por el tono de su voz, hizo que pegara a mis pequeños a mi pecho.
—De algo con lo que tú ni siquiera has soñado, mi amigo. Tómate un momento para reflexionar, porque la justicia que pretendíamos aplicar no alcanza a este caso. —
Cayo gruñido.
—Paz, hermano. —le advirtió Aro en tono pacifico.
Todos quedamos un poco más relajados al escuchar las palabras que esperábamos, ahora Aro estaba consciente de la verdad.
Pero eso no quitaba mi preocupación hacia mi esposo, nunca quite mis ojos de él, que seguía rígido. Luego, revisé mentalmente la instrucción de Aro a Cayo, invitándole a "Reflexionar", y vi el doble sentido del verbo.
—¿Vas a presentarme a tus hijos? —volvió a preguntar Aro.
Cayo no fue el único en sisear ante esa nueva revelación.
Edward asintió a regañadientes. Soo y Mi se habían ganado a muchos otros. Y Aro siempre había dado la impresión de llevar la voz principal entre los Vulturis. Tal vez y logren ganárselo a él también.
—Dadas las circunstancias, considero aceptable un compromiso en este punto. Nos reuniremos a mitad de camino entre los dos grupos. —dijo Aro.
Al fin soltó la mano de Edward, que se volteó hacia nosotros. El líder Vulturis se unió a él y le pasó un brazo por el hombro de modo casual, como si fueran grandes amigos. Todo para mantener el contacto con el cuerpo de Edward.
Comenzaron a cruzar el campo de batalla en nuestra dirección. La guardia entera hizo ademán de caminar detrás de ellos, pero Aro alzó una mano con desinterés y los detuvo sin dirigirles siquiera una mirada.
—Deténganse, mis queridos amigos. En verdad les digo que no tienen intención de hacernos daño alguno si nos mostramos pacíficos. —
La guardia soltó gruñidos y siseos de protesta.
—Amo. —susurró con ansiedad Renata detrás de él.
—No temas, querida. —dijo él. —Todo está en orden. —
—Quizá deberían acompañarte algunos miembros de tu guardia. —sugirió Edward. — Eso haría que el resto se sintiera más cómodo. —
El líder Vulturis asintió y chasqueó los dedos un par de veces.
—Félix, Demetri. —
Los dos vampiros se situaron a su lado en un abrir y cerrar de ojos. No habían cambiado nada desde nuestro último encuentro.
Se detuvieron a mitad de camino.
—Elina, ven con Soo y Mi. —me pidió Edward. —Y algunos amigos... —
Respiré hondo. No quería ni moverme y llevar a mis hijos a donde estaba el conflicto, pero confiaba en Edward. Él sabría si Aro planeaba traicionarnos.
Aro había llevado tres protectores a esa conferencia al más alto nivel, así que decidí que me acompañaran tres. Había pensado en hacer ilusiones, pero no lo vi prudente, no quería que si en caso de que iniciara una pelea, mis ilusiones ya estuvieran estudiadas por el enemigo.
—¿Jacob? ¿Leah? ¿Emmett? —pregunté en voz baja.
Emmett se moría de ganas de venir y los lobos no iban a ser capases de quedarse atrás.
Los tres asintieron, y Emmett sonrió a lo grande.
Me flanquearon mientras cruzaba el campo. Se levantó otro murmullo de descontento entre las filas de la guardia en cuanto vieron mis elecciones. Era obvio que no confiaban en los lobos. Aro alzó una mano para acallar de nuevo las protestas.
—Tienes unas compañías de lo más interesantes. —le susurro Demetri a Edward.
Mi esposo no le respondió.
Nos detuvimos a unos pocos metros de Aro. Edward se deshizo del brazo de Aro y se unió a nosotros con rapidez, cargando a Soo y tomando mi mano. Se produjo un momento de silencio cuando nos encontramos unos frente a otros. Félix movió la cabeza como saludo.
—Hola otra vez, Elina. —sonrió con arrogancia.
—Hola, Félix. —dije seria.
—Te vez hermosa. —río entre dientes. —Te sienta bien la inmortalidad. —
—Muchas gracias. —
—Bienvenida, es una pena... —
Interrumpió su comentario a la mitad y quedó en silencio, pero capte lo que quiso decir: "Es una pena que vayamos a matarte dentro de poco".
—Uy sí, qué pena, ¿No? —dije con sarcasmo.
Félix solo parpadeo.
Aro ladeó la cabeza con expresión fascinada, ignorando nuestra pequeña charla.
—Escucho sus extraños corazones. —murmuró soltando una risita muy extraña. —Huelo su extraño efluvio. —volteo hacia mí. —En verdad, joven Elina, la inmortalidad te ha convertido en una criatura de lo más extraordinaria. —
Asentí por cortesía.
—¿Te gustó mi regalo? —preguntó cuando miro mi collar.
—Es hermoso y muy, muy generoso de tu parte. Gracias. Tal vez debí enviarte una nota de agradecimiento. —
Aro soltó una risa, encantado.
—Sólo era una cosilla que tenía por ahí. Me pareció un adorno adecuado para tu nuevo rostro y de hecho lo es. —
Se produjo un siseo en el centro de la línea de los Vulturis. Alcé la cabeza para mirar por encima del hombro de Aro. Uy. Al parecer, Jane no estaba muy contenta con la idea de que Aro me hubiera enviado un regalo.
—{Qué pena por ella.} —pensé con sarcasmo.
Aro carraspeó para atraer mi atención.
—¿Puedo saludar a tus hijos, Elina? —preguntó con dulzura.
Me obligué a recordar que esto era lo que habíamos estado esperando. Deja a Mi en el piso y Edward hizo lo mismo con Soo, los tomé de la mano y me adelanté dos pasos. Mi escudo quedó atrás y deje expuestos a <Mis angelitos> . La sensación era espantosa.
Aro se miraba radiante de tenernos cerca.
—Pero si son... maravillosos. —murmuró. —Como tú y Edward. —luego, con voz más alta, saludó. —Hola, Young Soo, hola, Young Mi. —
Mis niños se tomaron de la mano, sus mentes estaban conectadas. Soo nunca dejo de ver con una expresión seria a Aro, pero por otro lado Mí me volteo a ver en busca de permiso. Asentí.
—Hola, Aro. —contesto por los dos Soo, en un tono serio y formal.
El anciano abrió los ojos, sorprendido.
—¿Qué son los niños? —pregunto Cayo molesto.
—Mitad mortal, mitad inmortal. —le dijo Aro a Cayo y al resto de la guardia sin apartar la mirada de Soo y Mi, se miraba fascinado. —Concebidos y llevados por esta... neófita cuando aún era humana. —
—Imposible. —dijo Cayo.
—¿Crees que me engañaron, hermano? ¿También es un truco los latidos de sus corazones? —
Cayo hizo una mueca y se quedó callado.
—Hay que ir con calma y cuidado, hermano. —le advirtió Aro, todavía sonriendo a mis bebés. —Conozco bien tu amor por la justicia…—
—{Que justicia la de ustedes.} —pensé.
—…pero no es justo aplicarla contra estos pequeños por su origen, en cambio es mucho lo que tenemos que aprender de ellos. No compartes mi entusiasmo por la recopilación de historias, bien que lo sé, hermano, pero muéstrate tolerante conmigo cuando añada un capítulo que me sorprende por lo imposible del mismo. Hemos venido esperando sólo justicia y la tristeza de una amistad traicionada, y ¡Mira lo que hemos ganado a cambio! Un nuevo y deslumbrante conocimiento sobre nosotros mismos y nuestras posibilidades. —
El vampiro le tendió la mano a Mí, pero Soo la jalo un poco hacia él, porque no quería que los tocara. Se inclinaron un poco hacia Aro y lo miraron a los ojos.
La reacción de Aro no fue de sorpresa como solía ocurrir cuando ellos utilizaban su don compartido. Él estaba acostumbrado a los pensamientos y de recuerdos con otras mentes, al igual que Edward.
La sonrisa de Aro se ensanchó y suspiró de satisfacción.
—Magnifico. —susurro.
<Mis angelitos> volvieron a mis brazos y se relajaron. Mi estaba seria y Soo lo estaba más de lo normal.
—Por favor. —le pidió Mi.
—No tengo intención de herir a sus seres queridos, mis preciosos niños. —dijo Aro muy amable.
Su amabilidad me engaño solo por un segundo, hasta que oí el rechinar de dientes de Edward y lejos, detrás de nosotros, el siseo indignado de Maggie por tal mentira.
—Me pregunto si... —comentó Aro con gesto pensativo.
No parecía haber tomado conciencia de la reacción suscitada por su anterior afirmación. El miro hacia Jacob y Leah de forma inesperada. Sus ojos reflejaban una añoranza incomprensible que me sorprendió.
—No funciona de ese modo. —contestó Edward cortante.
—Sólo era una idea pasajera. —dijo Aro.
Comprendí que estaba evaluando a los lobos, otra fuerza de la que se quería adueñar.
Luego, recorrió con la mirada las dos líneas de licántropos situados detrás de nosotros. Fuera lo que fuera que <Mis angelitos> le hubieran mostrado, de pronto, los lobos habían despertado en él un gran interés.
—No nos pertenecen, Aro. No acatan nuestras órdenes como tú crees. Están aquí por voluntad propia. —
Jacob y Leah gruñeron de forma amenazadora.
—Sin embargo, parecen estar muy vinculados a ustedes. —dijo Aro. —Y leales a tu joven compañera y a tu... familia. Leales... —dijo saboreando la palabra.
—Ellos se han comprometido a la protección de la vida humana. Eso hace posible la coexistencia pacífica con nosotros, pero no con ustedes, a menos que se cambien su tipo de alimentación. —
Aro rio.
—Sólo era una idea pasajera. Tú mejor que nadie conoces cómo va esto. Ninguno de nosotros es capaz de controlar por completo los deseos del subconsciente. —
Edward hizo una mueca.
—Sí, conozco la historia, y también la diferencia existente entre esa clase de pensamiento y el de otro con segundas intenciones. Nunca podría funcionar, Aro. —
Jacob movió su gigantesca cabeza hacia Edward y soltó un débil gruñido.
—Está intrigando con la idea de tener... perros guardianes —contestó Edward.
Se hizo un silencio profundo y después de segundo un coro de enojados aullidos llenó el enorme claro.
Alguien impartió una seca orden, supe que fue Sam, y todos guardaron silencio.
—Supongo que eso responde a la pregunta. —dijo Aro. —Esta manada ha elegido bando. —
Edward siseó y se inclinó hacia delante. Le tomé del brazo para retenerlo al tiempo que me preguntaba cuál podía haber sido el pensamiento de Aro para provocar esa reacción en mi esposo. Félix y Demetri tomaron posiciones ofensivas. Aro los contuvo con otro gesto de la mano. Todos volvieron a su postura anterior.
—Queda mucho por discutir. —dijo Aro formal. —Y más por decidir. Si ustedes y sus peludos protectores me permiten, mis queridos Cullen, tendré que deliberar con mis hermanos. —