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Retribución

El cielo estaba nublado, oscuro y, deprimente, con la luz lunar sutilmente tocando las nubes, pero no dejando apreciar su majestuosidad.

Los valientes dormían temblando de frío, reunidos en grupo por las sorpresivas ráfagas del viento frío que movían sus tiendas de manera brusca, se giraban de un lado a otro, golpeando a los de junto y provocando que más de uno soltara una maldición bien merecida, pero aún con el gran malestar, estaban agradecidos de no ser los pobres bastardos a los que les había tocado hacer guardia allí fuera, si es que no se habían congelado ya.

Cubierto con una capucha y un par de telas que cubrían gran parte de su rostro, dejando solo libres sus ojos para vislumbrar un poco sus alrededores, un soldado caminaba por un sendero ya conocido, con antorcha en mano y, las extremidades bailando por su propia cuenta. La niebla, espesa y estática no permitía ver más allá de unos pocos pasos al frente, aún con la antorcha, pero ese no era el verdadero enemigo, sino el maldito frío, ese desgraciado le estaba dañando hasta los huesos, pues sentía que si se detenía aunque fuera un solo momento, la fuerza que poseía se extinguiría como agua en el desierto y, eso sí era un villano, contra el que no tenían táctica para defenderse, bueno, la tenían, pero el arrogante y haragán mago de fuego se excusaba de la tarea diciendo que no podía ejercer sus actos en contra de la naturaleza, predicando que si lo hacía, cosas peores vendrían. Por los Sagrados, nadie creía sus palabras, no sabiendo que su tienda podría faltar de algo todas las noches, pero no de calor.

--Mal-maldición. --Por error había mordido su lengua, teniendo que escupir un poco de sangre al suelo, donde por momentos su mirada fue atraída.

Su antorcha fue apagada por un viento que provino de ninguna parte, pero él no se percató, la mancha de sangre le parecía tan extraña de una manera cómica que no aguantó las ganas de sonreír.

--Jaja, pa-parece un pe...

Cayó al suelo, degollado por algo filoso e ilusorio, que nunca percibió o notó acercarse.

En la penumbra, varias siluetas negras comenzaron a percibirse, desapareciendo por momentos como polvo en el viento. Los vigilantes, atentos a sus alrededores y con mucho sueño no hicieron caso a ello, al menos no antes de ver cómo las antorchas de todo el campamento eran apagadas de forma súbita y escuchar relinchar a los caballos como si estuvieran temerosos a algo o alguien.

--¡Nos atacan! --Un valiente comenzó a tocar la campana de batalla con fervor, aún sin conocer la realidad de la situación-- ¡Nos atacan!...

Otro que había caído muerto y, acompañándolo, lo hicieron varios más, todos ellos pertenecientes al grupo de vigías. Las campanadas hicieron efecto, muchos de los soldados comenzaron a salir de sus tiendas, armados con sus espadas o cuchillos y, siendo protegidos por sus ropas de dormir. Nadie entendía nada, no podían apreciar enemigo alguno, solo sombras en la niebla que se trasladaban a una velocidad anormal, parecía que flotaban, pero otras veces parecía que se arrastraban, en verdad no comprendiendo lo que estaba pasando. Los gritos despertaron a algunos que todavía estaban adormilados, provocando que por solo instinto sujetaran con fuerza sus armas. El calor de la repentina batalla los hizo olvidar por un momento el infernal frío, entrando en formación con muchos de sus compañeros, o en algunos casos intentando adentrarse a las fauces de la bestia por si solos.

--¿Qué está pasando, mi general? --Preguntó una fémina, alzando la mirada para observar a la sudorosa mujer.

--No tengo la menor idea, comandante. --Negó con la cabeza, mirando a la otra sudorosa mujer que seguía agitada por el ejercicio anterior.

Génova se movió precipitadamente, golpeando con su brazo enrojecido al frente y, destruyendo la sombra que osadamente se acercó.

--Comandante Kaly, su espada. --Ordenó, mientras ella misma desfundaba el arma de la vaina que traía cargando con su otra mano.

Kaly asintió, dirigiéndose con rapidez a su propia tienda y, extrayendo de su funda su preciada espada. Cayó al suelo de espaldas al querer salir, vislumbrando con pocos detalles la cosa horrorosa que se acercaba a su cara, que abría la boca, donde dos hileras de dientes verdosos y podridos le daban la bienvenida. La comandante sopló, liberando una espesa energía glaciar y, congelando a la desconocida criatura, la empujó hacia el frente, quebrando la silueta en miles de pedazos. Su respiración fue afectada, sintiéndose agitada, no estaba preparada para el repentino consumo de energía interior, pero no dejó que aquello la afectara, obligándose a levantarse para dirigirse a la batalla. Al salir todo fue silencio, al menos por un momento antes que los escandalosos lamentos fantasmales retomaran el protagonismo, acompañados por gritos dispersos y gemidos ahogados.

--Formación estrella ¡Ya! --Ordenó a las siluetas próximas, esperanzada que sus palabras fueran escuchadas a tiempo.

Se acercó, cuidándose de que no pudiera ser atacada por la espalda, o los flancos.

--Comandante estelar. --Dijo uno de los soldados con una sonrisa en su cara, con un tono ceremonial y respetuoso.

--¡Formación estrella! --Repitió, frunciendo el ceño.

Volteó de inmediato, recibiendo la onda expansiva de una detonación próxima, de lo que parecía había sido un artefacto ofensivo de un hechizo de fuego. Su cuerpo fue lanzado a besar el suelo, se colocó de pie casi instantáneamente, aturdida y, con el oído derecho zumbándole. Abrió y cerró los ojos un par de veces, pero luego de cinco segundos de sentirse desorientada recuperó la compostura, balanceando su espada hacia la aparición cercana, pero no logrando asestar un corte definitivo, causando que la sombra pudiera escapar.

Génova lideró a los pocos hombres que encontraba en su camino, asestando poderosos cortes contra aquellas cosas que parecían no tener un cuerpo físico, que, por alguna razón desaparecían luego de ser cortadas por sus espadas. Escuchó un par de explosiones, por lo que inmediatamente ordenó con un poderoso grito que cancelaran cualquier acto hostil con objetos mágicos, ya que, no parecía estar dando buenos resultados. Separó a los hombres en varios grupos con distintas formaciones, ordenando a cada uno de ellos que avanzaran y anexaran a cualquier soldado sobreviviente.

--¡Alto! --Gritó con potencia y, su orden fue hecha eco por varios capitanes y comandantes del ejército.

Las sombras parecieron imitarlos, desapareciendo momentáneamente de las cercanías. El silencio era abrumador, pero más que eso, la espera, el sentir la fuerte tensión de algo maligno acercarse, que se dirigía por sus mortales vidas y, algunos podrían negarlo, pero podían sentir el miedo recorrer cada parte de sus cuerpos. Génova no estuvo excluida de ello, pero como una experimentada general entendía que sus sentimientos no eran importantes en la toma de decisiones, volviéndose fría y calculadora ante la posible presencia de un enemigo poderoso.

--Ataquen a mi orden. --Dijo lentamente.

La neblina se aligeró, percibiendo con un poco de esfuerzo los detalles del terreno, así como los cuerpos de sus hermanos caídos, pero nadie hizo por moverse, ni se atrevió a pronunciar palabra alguna y, la razón era sencilla, era por esa espantosa silueta humanoide sentada sobre un corcel negro, en armadura de ébano que combinaba con la del jinete, sus ojos escupían fuego y, su boca mostraba el abismo sin fin, relinchaba con placer, se podía sentir la animosidad de aquella montura, la repulsión por la vida, el desprecio mismo por aquellos infelices que se atrevían a mirarlo y, sin embargo, no dio un paso al frente, ni indicios de querer atacar, solo se quedó ahí, esperando tal vez por la orden del imponente jinete, que, por el contrario del corcel, miraba a los soldados de manera solemne, desinteresado y al mismo tiempo curioso, un cúmulo de emociones en aquellas dos esferas rojas que débilmente eran ocultadas por el casco completo de su cabeza.

--Una pesadilla. --Dijo Kaly quedamente, mientras tocaba su brazalete de manera inconsciente, en busca de protección de aquellos Sagrados.

El jinete pareció susurrar algo que se camufló con el viento, que, al deslizarse a tocar sus rostros les deseaba el más trágico final, provocando que muchos tragaran saliva y sostuvieran sus pechos por el miedo involuntario de que sus corazones repentinamente abandonaran sus cuerpos.

*Soditrevda natse.

Habló, bramó, rugió, no se podía interpretar, pero el significado del mensaje era sencillo, la muerte los esperaba. El caballo se levantó a dos patas, relinchando a los ojos de la luna que le quedaba de espaldas, que, posiblemente había sido liberada para el acto, ya que, segundos después volvió a desaparecer detrás de las nubes. Al golpear el suelo a cuatro patas nuevamente, el jinete le ordenó girar con las riendas, pero no sin antes despedirse con una mirada intensa de llamas infernales.

La general recuperó el aliento, mirando la silueta desaparecer en la brumosa neblina, mientras apretaba con sentimientos complicados la empuñadura de su espada.

--Era una criatura de la noche --Dijo alguien en la multitud, con un toque de locura en su voz, arrodillado y, con la mirada apuntando al cielo--, por los Sagrados, lo era. Se suponía que esas cosas no existen. No deben de existir ¿Verdad? Lo imaginé, claro que sí, lo imaginamos todos. No puede existir, no puede. Una criatura de la noche, una criatura...

El fuerte bofetón fue lo único que se escuchó antes del eterno silencio.

--¡Silencio soldado! --Dijo Kaly con una mirada dura y desprovista de piedad-- La hayamos visto, o no, no cambia nuestra misión. Deja de llorar, por los Sagrados... Repite de nuevo que era una criatura de la noche y, ya no será un simple bofetón ¿Escuchaste? Bien, bien --Asintió satisfecha--. ¡Soldados, oír las órdenes de su general!

Génova asintió con calma, respirando profundo para recuperar el porte digno que su título pedía.

--Entiendo que estén desconcertados, yo misma lo estoy, pero ahora no es momento de dudar, fuimos atacados, muchos de nuestros hermanos fueron sacrificados por esas horribles criaturas. Y no me quedaré de pie esperando que una pesadilla vuelva tras de mí, no. Porque sí para rescatar a la señorita Lettman es necesario enfrentarme a esos sirvientes del Yimas, lo haré sin dudar, porque la luz de Madron y la lanza de Pendora nos protege ¡Hoy y siempre! ¡Y el valor de ello nos bendecirá con el eterno mañana, con la luz blanca!... Fieles y valientes soldados, que hoy se enfrentaron a las huestes del Oscuro ¿Están conmigo? --Algunos soldados asintieron, motivados y tocados por el discurso--... Pregunté ¡¿Están conmigo?!

--¡Sí! --Fue unánime, sus ojos recuperaron el calor, la vida y el deseo por ver a su enemigo arder en las llamas de la justicia divina.

Génova y los líderes del ejército sonrieron, sintiéndose complacidos con la energía de sus subalternos.

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