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El Comienzo.

Estamos en el año 1900, siendo más específicos: estamos en Santa Fe, Argentina, hilando fino: estamos en una estancia cercana al puerto de Rosario y siendo exactos: estamos frente a un hombre joven bastante apuesto.

El hombre tenía entre 20 a 25 años, su pelo era rubio y sus ojos eran verdes. El joven tenía una musculatura bastante tonificada y la piel del chico estaba bronceada debido al trabajo que realizaba en el campo. El cuello del joven estaba rodiado con marcas de chupones negros, por lo que parecía que había tenido una noche interesante hace no tanto tiempo.

El muchacho se encontraba en cuero debido a que estaba haciendo bastante calor en Santa Fe debido a que se encontraban en plena primavera, por lo que el joven únicamente estaba vistiendo unos pantalones manchados con sangre.

Actualmente, el joven se encontraba con las manos llenas de sangre mientras amasaba una masa de carne picada sobre una tabla larga de madera. La tabla se encontraba en el interior de una habitación con techo de paja y con varias ventanas colocadas en las paredes de barro y madera. Tanto las ventanas como las puertas de la habitación estaban abiertas, por lo que parecía que hacía bastante calor en el cuarto.

Mientras el joven se concentraba amasando la carne picada con destreza, alguien entró a la habitación: era un niño de entre 8 a 10 años, el niño también tenía el pelo rubio y los ojos verdes, tampoco tenía remera, pero tenía un sombrero de cuero bastante elegante en su cabeza, aunque el sombrero parecía ser para adultos por lo que le quedaba algo grande al niño.

El niño sostenía un balde de madera con bastante esfuerzo y se acercaba al tablón de madera con lentitud, dando pasos cortos por el elevado peso del balde.

Notando que al niño le costaba mover el balde, el joven dejó de amasar la carne picada y agarró el balde para subirlo a la mesa.

—Acá está la grasa, papá me dijo que te ayudará a mezclarla con carne picada—Dijo el niño con voz infantil, mientras descansaba las manos algo doloridas por transportar el balde—En un rato vendrá papa con las tripas para armar los chorizos.

—Entonces deberías ir a buscar los condimentos—Dijo el joven mientras tiraba el balde con grasa picada arriba de la carne picada y se ponía a mezclarla.

—El abuelo traerá los condimentos y los pondrá él —Contestó el niño mientras separaba un poco de carne picada de la mesa grande y se ponía a amasarla.

—Entonces mejor no comer los chorizos condimentados por el abuelo—Comentó el joven con ironía—Con la locura del abuelo, tal vez se confunda condimentos con veneno para ratas.

—¿Pero eso no sería peligroso?—preguntó el niño infantilmente—Mama dice que no hay que tocar los frascos con veneno.

—Solo era una broma: a lo mucho saldrán algo salados o demasiados picantes—Respondió el joven con una sonrisa, pero también algo nervioso porque no veía a su abuelo hace mucho.

—¿No estamos haciendo demasiados chorizos?—preguntó el niño contemplando el tablón lleno de carne picada.

—Es bastante poco, el resto ya lo teníamos preparado—Respondió el joven mientras amasaba—En el casamiento vendrán como 500 personas. Hace poco nos enteramos de que vendrán parientes de Italia también, así que hay que hacer un poco más.

Los dos jóvenes continuaron amasando un buen rato hasta que otro hombre entro en la habitación: El hombre parecía tener unos 50-40 años, tenía el pelo rubio y los ojos negros. El hombre vestía una bombacha de campo con una camisa blanca y tenía un sombrero blanco explorador en la cabeza. El rostro del hombro tenía bastante sudor, por lo que parecía que no tardaría mucho en sacarse la camisa, al igual que los dos jóvenes.

El hombre cargaba dos baldes llenos de agua turbia. Con algo de fuerza, el hombre colocó los baldes sobre la mesa, metió la mano en el agua sacando algunas tripas y las puso sobre la mesa.

—No condimentamos la carne picada todavía—Comentó el joven viendo que su padre había traído las tripas un poco más rápido que su abuelo.

—¿No vino el abuelo?—preguntó el hombre adulto con tono preocupado, mientras miraba a los dos jóvenes en la sala.

El hombre miró las marcas en el cuello de su hijo y se molestó bastante, pero el hombre estaba más preocupado por su padre que por la falta de responsabilidad de su hijo al tratar con las mujeres, por lo que prefirió no mencionar el tema.

—¿No crees que el abuelo está algo viejo para ponerse a hacer chorizos?—preguntó el joven notando que su padre lo miraba inquisidoramente.

—El abuelo necesita distraerse con algo y le divertía hacer comida de joven—Respondió el hombre con algo de cansancio—Iré a buscar al abuelo. Juan quédate vigilando que no se metan los perros y Mario ve a la cocina: dile a tu madre que te dé los condimentos y ve trayéndolos.

El hombre y el joven salieron de la habitación, dejando al niño jugando con la carne picada encima de la mesa.

V1

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