Una voz ronca sonó al otro lado de la línea:
-¿Verónica?
-¿Miguel? ¿Eres tú?- Verónica desconoció la voz.
-Buen día, hermosa-. Saludó la voz ronca.
-¿Quién habla?
-Soy yo, Sergio, Sergio Beltrán.
-¿Sergio? Lo confundí con otra persona. Usted disculpe-. La voz le cabreó.
-Me di cuenta, Verónica. Disculpa que te llame a esta hora.
-No hay problema, Sergio. Dime… -. Comenzó a tutearlo también.
-Supongo que recibiste el arreglo que te envié.
-Oh, si. Es muy lindo-. Dijo Verónica y giró el rostro para ver el gigantesco arreglo de flores que yacía desbordándose de la parte de los pétalos por encima del cesto de basura. Llevaba ahí veinticuatro horas desde que Miguel lo había arrojado antes de marcharse.
-Me complace que te haya gustado. Las rosas rojas son preciosas, pero no tanto como tu.
-Sergio, no era necesario.
-Verónica, no lo tomes a mal, estoy de verdad agradecido por tu gentileza. Hoy en día nadie confía en las personas como tú has confiado en mí.
-No estoy acostumbrada a recibir obsequios, ni halagos por las atenciones que tengo hacia las personas. Como te dije, me gusta ayudar solo por la satisfacción de hacerlo. Es todo y no espero nada a cambio.
-Lo que admiro mucho de ti. Además de bella, eres una excelente persona. ¡Bendito mi auto que se averió frente a tu casa!
-Sergio, yo en realidad quisiera…
-¿Qué tal si aceptas que te invite a tomar un café?
-¿Un café?
-Si. Me encantaría charlar contigo. No tengo muchos amigos, ni tampoco tengo tanto tiempo libre, ni soy de salir mucho, pero contigo me sentiría muy afortunado de entablar una bonita amistad. ¿Qué dices? ¿Aceptas?
-Me da mucha pena, Sergio, de verdad.
-Anda, solo acepta.
-Es que en realidad no puedo. Esta semana he tenido muchas ocupaciones en el trabajo y algunas cosas las he traído a casa y…
-Vamos, Verónica, acepta. Será solo un momento y una charla de amigos. Siempre hay tiempo para cultivar una buena amistad. ¿No lo crees así?
-Está bien, Sergio-. Suspiró resignada, Verónica. Estaba aceptando sin sorprenderse de la propuesta, pues era algo que ya esperaba que ocurriera. - ¿Te parece el próximo sábado a las cinco de la tarde?
-¡Fantástico! Dejame sorprenderte. El viernes por la noche me comunico contigo para decirte donde será la cita.
-¿El viernes?- Verónica recordó que los viernes eran de salir a cenas y bailes en lugares muy románticos con su prometido. -¡No! llamame el sábado por la mañana. ¿Quieres?
-Se hará como tu digas.
-Bien, ahora debo dejarte. Pues como te dije, las ocupaciones me esperan.
-Que tengas un lindo día, Verónica. Estaré esperando el viernes como un niño espera a la navidad.
-Que exagerado eres. De todas formas agradezco tus cumplidos. Que tengas buena tarde. Adiós.
En cuanto terminó de hablar, Verónica esperó a que él colgara la llamada. Cuando escuchó el chasquido al otro lado de la línea permaneció pensativa junto al teléfono.
-Solo saldré con éste hombre para aclararle que soy una mujer comprometida y hacerle ver que se abstenga de pretensiones conmigo. ¿Quién se piensa que soy? Si apenas me acaba de conocer.
Verónica todavía no terminaba de colgar el teléfono cuando Raquel ya estaba mirándola fijamente en espera de que le explicara lo que le estaba ocurriendo. Había estado atenta a la parte de la conversación que tocaba a Verónica, y no pudo disimular un gesto de extrañeza cuando le dijo a Sergio que aceptaba salir a tomar el café.
-¿Te ha pedido que salgan a tomar el café y tú, estando comprometida, has aceptado?¿Pero que corre por tu cerebro, mujer? ¿De verdad has hecho eso?
-No es una cita romántica, al menos de mi parte. Tu bien sabes que jamás haría algo que lastime a Miguel. ¡Jamás!
-Pero Verónica, que hayas aceptado, eso le da a entender que les estas dando apertura para que te corteje. ¡Debiste decirle que estás comprometida con el dueño de la Editorial Altamirano y que te vas a casar con él! ¡Y punto! ¡Que olvidé que te conoció!
-Pará eso acepte verlo. Se lo diré en persona. No veo que tenga de malo que acuda a una cita con él. Es solo eso, ¡una cita! Lo saludo, le explico, me tomo el café y, ¡san, se acabó! ¿Contenta?
-¡Ay Verónica!, si Miguel se llega a dar cuenta, vas a tener otro problema con él. No hagas cosas buenas que a los ojos de otros parezcan malas. Hablale de nuevo a ese tal Sergio y cancela la cita. ¡No te vayas a meter en líos! ¡Hazme caso por favor!
-Insisto prima, no veo que tenga algo de malo ver a ese hombre. No te preocupes. No va a haber ningún problema entre Miguel y yo el sábado, que tenga que ver con Sergio. Así que tranquilízate, por favor. ¡No me hagas este drama, porque empezaré a sentirme culpable de algo que no lo soy!
-El diablo es perverso y le gusta jugar con la cabeza de los que han sufrido. ¡Ya viste como se puso Miguel el día que te vio salir de esta casa con este tipo! ¡Y el día que descubrió el dichoso ramo de rosas!
Verónica se encogió de hombros y se quedó en silencio muy pensativa.
-Prima, yo solo quiero que te vaya bien. Tu sabes lo que haces. Pero te quiero tanto que no deseo que tengas problemas con tu futuro marido. Se ve que don Miguel es una excelente persona, y además muy rico. ¡No vayas a cometer un error que te cueste tu relación!
-Es su amor y su bondad los que me tienen loca por él. No su fortuna.
-¡Eso dices! Pero bien que te encanta la idea. ¡Ay prima! ¡Qué suerte tienes con los ricos! Pero, ¿sabes? ya era justo que te hallarás a un hombre como ese, tan divino, tan caballeroso y ¡millonario! para que te de todo y vivas como te mereces. ¡Cómo toda una reina!
Verónica sonrió por la ocurrencia de su prima. Después la empujó con suavidad de la espalda para que comenzará a caminar.
-Anda. Deja de decir locuras y vayamos, tú y yo, a esa cocina a preparar un par de emparedados porque el estómago me está castigando por culpa de esta dieta