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Capítulo 10 Hermosa y Determinante

Desde que entrara a su oficina, en la editorial, Verónica advirtió una mirada de confusión en Miguel. Su cara parecía una lápida. Había un silencio misterioso en sus labios.

Miguel tenía el corazón atragantado. La desconfianza estaba carcomiendo la parte superior de su estómago. Suspiró como si tratara de armarse de valor. Pero no consiguió abrir los labios. La estaba viendo ahí, tan tranquila, en su papel de novia sumisa y esperando a que él se acercara. Sabía que ella estaba empezando a darse cuenta de que algo le estaba pasando.

Al fin rodeó el escritorio para plantarse frente a ella.

-¿Sucede algo?- Verónica alargó un brazo para tomarle. 

Él pegó los propios al pecho, en una postura de rigidez.

-¿Qué pasa, amor? ¿Estás disgustado? 

-¿Habría de estarlo? 

-No lo sé. 

Miguel la miró con detenimiento. No le quitó los ojos de encima desde que ella le lanzó la pregunta. 

-¿Qué pasa Miguel? Ayer me dijo Raquel que no te apareciste por la casa. Yo tuve que salir un momento pero volví enseguida y te estuve esperando. Te llamé varias veces pero nunca respondiste. Ahora veo que nunca quisiste tomar ese aparato.- señaló su teléfono celular sobre el escritorio. 

-Vi cuando salías acompañada de un hombre.- dijo él

-¿De un hom…? 

-¿Quién era ese tipo?- Dijo de lleno.

Verónica se quedó pensativa un segundo, con el ceño fruncido. Después una sonrisa explosiva apareció en su rostro.

-¿De modo que nos viste?- Cayó en la cuenta de que la había visto un día anterior, cuando ayudó al desconocido que se presentó en su casa. 

-¿Y lo dices así, nadamas? ¡Saliste con un tipo de tu casa! ¡Iban aprisa! ¡Como si huyeran de algo o de alguien! ¡De mi! ¡Por supuesto! ¿De quién más! ¡Porque sabías que yo iba a llegar!

-Un momento, ¿Estás insinuando que…?

-¡No querías que yo te viera con él! ¡Tenías que evitar a toda costa que yo me encontrara con ese imbécil!

-Mi amor, Estás confundiendo las cosas, yo… 

-¡No estoy confundiendo nada, Verónica! ¡Solo estoy diciendo las cosas exactamente como las vi! 

-¿Así? ¿Y qué es lo que se supone que viste exactamente? 

-¿Todavía lo preguntas? ¡No me vengas con esas sandeces! 

-Mira, Miguel, para que estés así es porque nos viste hacer algo a él y a mi? ¿Quiero que me digas que fue? 

-Pues no lo sé! ¡Dímelo tú! ¿Qué hacía en tu casa ese hombre? ¿Quién era? 

-¿Estás celoso?- Sonrió franca.

-Por Dios, Verónica… ¡Pasé la tarde pensando mil cosas!

-Pues, despreocúpate, porque no ocurre nada malo.

-¡A mi no me vas a engañar! ¡De ninguna manera voy a permitir que alguien vuelva a hacerme daño! 

-¡Por el amor de Dios, Miguel! ¿Cómo dices eso? ¿Cómo puedes pensar eso de mí?- Reprochó Verónica con gesto de indignación reflejado en la cara. 

-¡No metas a Dios! ¡Y será mejor que me digas todo!

-Debes estar tranquilo. Te contaré lo que sucedió. 

-¡Empieza ya! 

-¡Por dios, Miguel! ¡No me grites y por favor toma asiento! 

-¡Maldita sea! ¡Siento que me estas viendo la cara de estúpido! 

-Si no estás seguro de poder sostener una conversación sobre tu tema de celos infundados en este momento, será mejor que me marche.

Miguel volvió a pegar los labios como una lápida. 

-Lamento profundamente lo que te ocurrió con tu primera esposa en el pasado, ¡Pero yo no estoy actuando igual que ella! ¡Te amo con todo mi corazón y jamás atentaría con un engaño al amor que sientes por mi. ¡Jamás! 

Miguel la escuchó hablar con tanta determinación. Esa mujer que tenía frente a sus ojos era hermosa y decidida, y fuerte como ninguna otra. Por eso la había elegido para comenzar una nueva vida con ella y dejar en paz el terrible pasado. 

Al verlo que empezaba a retomar la paz, Verónica conjugó en sus ojos, además de fuerza, una mirada suplicante. 

-Es probable que por ser una mujer de cuarenta y dos años, sin ninguna fortuna, más que mis sentimientos, pienses que te estoy engañando. Esto ya te lo he dicho desde que empezamos a salir: no quiero tu dinero, sin embargo no me molesta que lo tengas, porque, sabes, toda mi vida he tenido dificultades para salir adelante yo sola, y si, efectivamente he pasado hambres y penas, vergüenzas. Pero me he valido por mi sola desde que mi marido y mi hijo se fueron en ese accidente, estoy cansada de sufrir por la falta de recurso económico. Miguel, no quiero ser la esposa de un millonario, no quiero rodearme de lujos, tampoco de joyas o autos costosos, solo deseo tener estabilidad y nunca más preocuparme en las noches por no tener que llevarme a la boca al día siguiente. Y para eso no ocupo una fortuna, solo un empleo a mi edad y un hombre que me haga feliz. Tu fortuna es tuya y de tu hijo. A mí no me pertenece. Yo solo aspiro a tu corazón. Te juro que te amo. Por favor, ¡cree en mí!

Los párpados de Miguel comenzaron a tintinear. Se desplomó en el sofá de la oficina y por momentos bajó el rostro anclando la mirada en el suelo. Se estaba sintiendo avergonzado de haber dudado de ella, la mujer que él ya había elegido como su compañera. Después intentó fijar la mirada en ella pero era tanto el peso de su vergüenza que volvió a bajar el rostro. 

Verónica se acercó a él y lo acarició de los pómulos, después lo tomó de las manos arrodillándose para quedar a su altura y buscar su mirada. Cuando tuvo la atención de sus ojos advirtió que Miguel no tenía el valor de hablar. 

-Sé - comenzó a hablar ella de nuevo - por todo lo que pasaste. Y de sobra comprendo que no fue fácil para ti haber quedado viudo con un hijo de cinco años, al que debías sacar adelante. Sé que además, ella te lastimó y dejó tu corazón en tiras. Sé lo doloroso y lo difícil que es la vida después de una decepción y un duelo de muerte. Yo también estuve ahí, en ese dolor, aunque a diferencia tuya, tu te quedaste con tu hijo, en cambio yo, me quedé sola. Quizás hemos sufrido igual o quizas diferente, mi marido a mi no me hizo el daño que tu esposa te hizo a ti, pero se fue, y se fue con lo que más amaba en esta vida, mi hijo…  mi pequeño Edgar, se fueron los dos en ese accidente de automóviles. 

Verónica comenzó a llorar mientras seguía acariciando los pómulos de Miguel. 

Miguel por fin pudo verter su mirada en la de ella. Su rostro, que antes era duro, mostraba matices de ternura. Parecía un niño que miraba arrepentido a su madre. 

-Sabes, Miguel, era necesario que ocurriera esto para hablar más de nuestros dolores. Nunca te había visto celoso e impulsivo. Nunca habíamos tocado nuestras heridas. Ahora que lo hacemos estoy segura que nuestra relación va a mejorar en terrenos de confianza. Es importante que juntos sanemos las heridas que el pasado nos hizo y que hasta hoy no hemos podido hacer que cicatricen. 

Se limpió las lágrimas con una mano, después arrancó un suspiró para ahogar el llanto y dijo con resolución:

Te voy a contar lo que pasó ayer con ese hombre. Es algo tan insignificante. Resulta que… 

-Espera… 

Verónica calló y prestó excesiva atención al rostro de Miguel. 

-Te creo que me ames y si tu dices que no ocurrió nada con ese hombre no tienes porque contarmelo. 

-Te lo contaré de todas formas porque no quiero que haya malos entendidos entre nosotros. Voy a ganarme tu confianza, Miguel. Voy a construirme como la mujer que tu te mereces. 

-Ya lo eres, Verónica. Te amo. Por favor perdóname. ¡He sido un tonto!

-No tengo nada que perdonarte. Es lógico que hayas sentido celos. Pero por favor, mi amor, a la próxima, abordalo inmediatamente conmigo. No dejes pasar el tiempo. 

Miguel la tomó de los hombros con suavidad y la alzó para sentarla junto a su lado. Ella buscó el regazo de él para acurrucar la cabeza  y dejarse envolver por sus brazos. 

Miguel le acarició luego el pelo. Ella acercó los labios y lo besó.

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