Las luces del auto iluminaron una silueta redonda, de apenas un metro y medio de altura y con una melena bastante alborotada.
-¿Ella es tu mamá?
-Sí, Don Miguel. De seguro está furiosa-. Karina tragó saliva.
-Cuando te vea bajar del auto conmigo, ella entenderá. No debes preocuparte.
Don Miguel estacionó el auto frente al barandal de la mansión. La mujer de melena alborotada se acercó rápidamente. Karina bajó del vehículo con la vista anclada en el suelo.
Doña Carmen se plantó frente a ella con la rabia claramente reflejada en el rostro.
Don Miguel se apresuró a abrir la puerta del coche y bajar para presentarse con la mujer.
-¡De ésta nadie te salva, escuincla babosa!- Gruñó doña Carmen y tomó a Karina de los cabellos. La chica se quejó.
-Permítame señora, quisiera ofrecerle una explicación.- Don Miguel se apresuró a intervenir.
-¡Usted no se meta!- Lo miró con absoluto desprecio sin soltar del cabello a la chica. -¡Que su hijo no se acerque a mi niña!- sentenció -¡De lo contrario, no sabe usted de lo que soy capaz!
-Le ruego, dialoguemos en lo que se refiere al noviazgo de nuestros hijos. Si usted gusta, podemos pasar a mi casa y…
-¡¿Usted está estúpido?! ¡¿Acaso no se da cuenta de que mi hija es una chiquilla de diecisiete años?!
-Precisamente por eso, señora. Debemos crear conciencia en ellos acerca de lo que implica la responsabilidad de un noviazgo.
-¡Váyase al diablo!- Maldijo y después liberó a Karina y usó esa misma mano para amenazar a don Miguel con el dedo índice: -¡Mejor exijale a su hijo que no se meta con mi niña!
Insistirle era inútil. Aquella mujer estaba realmente colérica.
Doña Carmen empujó a Karina para que comenzara a caminar. La chica miró a don Miguel y sin decirle nada, solo con mostrarle una mueca de tristeza, se despidió.
Y sin poder hacer nada, don Miguel las observó marcharse. Sintió lástima por la chiquilla, quien avergonzada caminaba a prisa, delante de su madre, recibiendo una lluvia de insultos.
Tras un penoso suspiro, don Miguel entró a la mansión donde su fiel mayordomo lo esperaba.
-¡Uff!- Exclamó el criado. -Hace horas que esa señora no dejaba de lanzar fuertes majaderías en contra del joven Samuel. ¡Pidamos a Dios que ningún vecino se queje del alboroto que provocó!
-Esa mujer estaba muy molesta.
-Si, con el joven Samuel. ¡Sí que lo odia!
-No lo quiere para el novio de su hija.
-Quizás el joven Samuel no ha sabido ganarse la confianza de esa mujer. Usted ya sabe cómo es él.
-Lo que me entristece es la pobre chiquilla. Debo hablar seriamente con Samuel. ¡Pues es a él a quien adjudico la culpa!
-¿Le pedirá que deje de ver a la señorita Karina?
Don Miguel negó con la cabeza. Echó el rostro hacia un punto determinado de la pared.
-No, Jeremías. Sé que Samuel quiere en verdad a esa muchacha-. Se dejó caer encima del sofá. -Y ese amor ayuda a que mi hijo se doblegue un poco y cambie su difícil temperamento-. Agregó, para después desplazar la vista y mirar fijamente al anciano.
El mayordomo advirtió un aire de tristeza en el semblante del patrón. Frunció el ceño mientras cruzaba las manos encima de la cintura.
-¿Aparte del problema con la madre de la señorita Karina, le preocupa a usted algo más? ¿No es así? Lo veo absorto.
-Me conoces bien.
-Desde que usted nació, señor.
Don Miguel le dirigió una mirada cálida y se esforzó en sonreír.
-Si no hubiese sido por ti, sabrá Dios que habría sido de mi vida. Te encargaste de formarme como hombre desde el momento en que…
-No lo recuerde, patrón. No le eche más leña a su fuego. Con una o dos preocupaciones al día basta.
-Tienes razón, sin embargo debo aprovechar que ocurran estos momentos para agradecerte todo lo que has hecho por mí en estos años. Entregaste tu vida a esta familia, y has estado conmigo siempre, en las buenas, en las no tan buenas y en esas donde se siente que todo se va al Infierno.
-Le insisto, patrón, que no se esfuerce en evocar los no tan gratos momentos. Mejor cuénteme qué le ocurrió hoy, además del desafortunado encuentro con la madre de esa joven.
-Hoy fue un mal día, Jeremias-. Le dijo Don Miguel con confianza. -Me siento muy confundido, con mil ideas en la cabeza-. Se alisó el cabello, nervioso.
-¿Qué ocurre, señor?
–Al mediodía vi a Verónica acompañada de un hombre, de un desconocido-. Una sensación de inquietud le recorrió del estómago al pecho con solo recordarlo.
-¿Un hombre?- Se sorprendió el anciano.
-Si, Jeremías. Salía con un hombre de su casa y abordaron el auto de ella.
-¿No estará pensando mal de la señora?
Don Miguel exhaló un suspiro. No era necesario responder esa pregunta.
-¿Habló usted con ella para aclarar la situación?
El magnate negó con la cabeza.
-Será mejor que enfrente la situación con su prometida, señor, a manera de que usted salga de dudas y no sufra. En mi opinión, considero a la señora Verónica una mujer digna y respetable; incapaz de faltar a los sentimientos de un buen hombre como lo es usted... estoy seguro que ella tendrá una justa explicación a lo que sus ojos vieron. No se mortifique.
Don Miguel sacudió su inquietud con un movimiento de cabeza. Su rostro recobró la lucidez. Las palabras del anciano le inspiraron ánimo.
-¡Cuánta razón tienes, Jeremías! Soy un tonto. Me estoy atormentando sin certezas. No debo hacer juicios ni suposiciones que sólo enredan mi cabeza.
-Así es, señor. Y por favor no deje que los monstruos del pasado lo atormenten. Usted sabe a lo que me refiero.
Miguel Altamirano lanzó de nuevo un suspiro y torció una sonrisa.