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Un Amor Como El Tuyo

Mi pasar es lento, como la caída de la lluvia de aquella tarde en la que rendí en un lugar en el que solo conozco a una persona. Me veo un tanto acabada.

Seco mis lágrimas al sentir el frío golpe del viento en mi rostro. Supongo que mis mejillas deben de estar rojas y mis labios no dejan de sacudirse por la baja temperatura; deben estar agrietados.

Ahora puedo decir que la vida de él debe de estar completa, que le cerré un libro de su vida que quizá no quiera volver a repetir. No hay más que dolor y una mezcla de aprendizaje que seguramente en algunos años entenderé.

Él ha encontrado a una chica, una muy bella seguramente que debe ser el deleite en sus noches de placer. Supongo que se casará con ella, que tendrá hijos y asentara cabeza. Cualquier chica podrá darle lo que yo no puedo.

Solo deseo que sus sueños se cumplan, aunque yo no éste en su vida.

Sigo mi andar lento mientras meto mis manos en los bolsillos, aspirando todo ese aire inundado del humo de los autos y los tabacos de los que han buscado otra forma sencilla de entrar en calor. El viento me despeina, pero me importa muy poco si alguien me ve desarreglada. Ya estoy acabada por dentro, qué más da lo del exterior.

—Mi viejo amor… —musito para mí—. ¿Por qué no lo dimos todo cuando pudimos?

Y estábamos destinados a separarnos antes de empezar esta fallida relación. Espero en el fondo que Romel no se esconda en las mentiras y en el azar de sus represiones, solo deseo que sea él mismo.

Un auto muy cercano, con un padre enardecido y una madre decepcionada se estacionan junto a mí, veo tras de ellos a dos pequeños que tratan de distraerse con otras cosas para no afrontar las discusiones de sus padres. Sea cual fuera, me gustaría darles un consejo, que dejen aquel orgullo encadenado a su pecho a un lado y se den la satisfacción de pedir disculpas. A veces un «lo siento» es más importante que varias explicaciones. El auto se mueve de mi lado luego del cambio de color de semáforo, supongo que su discusión no la entenderé como tampoco ellos sabrán quién soy yo.

Debí haber parecido una mujer muy desesperada para ir a buscarlo en su propio apartamento dándome el lujo de ir a pedir una disculpa. La repuesta que me doy a mí misma para no tener vergüenza es que no pude afrontar el problema hace años y mantenerme alejada por más tiempo no era lo correcto. Aunque ahora entiendo que ir por respuestas fue mucho más doloroso de lo que había pensado.

Paso un mechón de mi cabello por detrás de mi oreja mientras paso por el tramo de un puente de concreto, adornado con farolas de bronce de tres brazos cada una, en el decorado puedo apreciar unas guirnaldas que un miope seguramente no vería.

Estoy segura que nunca en la vida encontraré un amor como el de él. No deseo ser derrotista o cambiar mi nombre al de María Magdalena, solo creo que no voy a ser la misma dejando que algún extraño bese mis labios, que un hombre común toque mi piel. No creo que yo merezca tan poco y Romel no es el mejor hombre del mundo, pero es el hombre que deseaba tener en mi vida.

Tomé un taxi luego de haber visto la gran cúpula de la basílica de la ciudad que según lo que sé, se construyó en los años 1800, cerca las fechas de una de las primeras guerras civiles. Tan solo pongo mi cabeza en la ventana muy despacio, no sé cómo le expliqué al señor taxista el lugar al que tiene que llevarme, pero por el movimiento vamos en camino.

Mi nariz gotea un poco de moco, trato de limpiarlo con algunos pañitos de mi cartera que siempre traigo conmigo. Ahí tengo alguno de mis borradores, los que he estado hundida escribiendo. Después de todo esto supongo que no tendré inspiración para seguir escribiendo o quizá después de un corazón roto logre crear arte. No lo sé, mi corazón duele demasiado y no me importa embriagarme con un extraño en algún club nocturno y pegar alaridos en el coro de una canción de despecho.

Llego al hotel y luego de darle mi anuncio a la señorita de que me iré, la recepcionista se comprometió en buscarme un boleto.

—¿A dónde será su siguiente parada, señorita Castellanos?

—Cualquier lugar lejos de esta ciudad es bueno, señorita.

Ella apaga su sonrisa. Es mujer y me entiende al vistazo. No me pregunta lo que siento porque lo percibe. Pero toma mi mano para darle calidez y le agradezco por eso.

—¿La capital le parece bien?

—Suena perfecto —respondo con una sonrisa fingida.

Dejo a cargo otras cosas, me confirma la hora exacta de la salida de mi autobús y le diré que deseo ir a descansar un poco, arreglar mi equipaje, juntar un poco de valor de todo esto y salir de esta ciudad lo más pronto posible.

Supongo que ella conocerá mucho de las decepciones amorosas, es una chica hermosa que con su mirada cálida, me da la mejor intención de hacerme sentir mejor. No hay nada que me dé un respiro. Arrastro mis pies como puedo, respiro muy profundo, subo por el maldito ascensor y salto a la cama. Deseo gritar, llorar, dar alaridos, pero no sería justo para los huéspedes de los cuartos vecinos.

Guardo cada prenda en aquella maleta que he traído. No estoy segura que día es hoy, tampoco me importa. Si pienso un poco más, me arrepiento de no haber hecho algo más espléndido para mi encuentro con él. Supongo que se sintió minimizado por la forma tan seca en la que llegué a afrontar el problema.

Luego de haber guardado un gran sostén de flores que compré por catalogo y que gracias a dios me quedó, me di cuenta que el teléfono del velador, junto a la lámpara empieza a sonar. Aquel sonido estridente realmente me desbarata los oídos. No quiero contestarlo, seguramente quieren ofrecerme la última comida o preguntarme si necesito algo más. No contesto, no deseo hacerlo. Aquel cacharro se calla luego de varios intentos y antes de que pueda ir al baño a tomar mi cepillo de dientes y mi desodorante junto con una fragancia francesa que compré hace tres meses, vuelve a sonar.

Me acerco de inmediato al teléfono, ahora que lo recuerdo tal vez hubo un cambio con lo de mi salida de la ciudad o la señorita recepcionista piensa pedirme un taxi para llegar al terminal terrestre.

—¿Diga? —sostengo la bocina, apretando lo suficiente como para que no caiga de mi mano.

—Señorita Castellanos… —no la estoy viendo, pero por la forma en la que habla y se traba, pareciera que está salivando mucho o pasando la lengua continuas veces por sus labios—. Quería informarle que…

—Sí, lo del taxi, puedes enviar uno cuando sean cuarenta y cinco minutos antes de la salida del autobús —respondo de inmediato, siendo la única razón por la que ella me llamaría.

—No, señorita, me gustaría decirle que alguien…

—Sí, estaría bien que alguien venga por las maletas y las lleve al vehículo. Estaría encantada si eso sucede.

Trato de ser lo más amable posible y de dar una pronta respuesta a todas las interrogantes que ella pueda darme, tan solo quiero estar callada, hundirme en mi dolor y darme la liberta de estar triste.

Ella siguió hablando y solo sentí mis lágrimas caer muy despacio, no entendí nada de lo que dijo, no escuché sus palabras, tan solo zumbidos, le dije que sí, que está bien para mí y colgué la llamada. Nada me importa ahora.

Sigo en lo mío, guardando mi cepillo de dientes, la pasta dental, mi perfume, mi desodorante, la caja de maquillaje que ahora la traigo siempre conmigo aunque no la utilice y la llego a utilizar en los días más locos. Abro las ventanas, trato de aspirar un poco ese aire. En ese momento la puerta es tocada.

—Adelante… —me acerco, caminando y solo miro al suelo, le abro la puerta y me dirijo de nuevo a la cama, donde tengo mi bolso de mano, le apunto la maleta—. Supongo que la salida se adelantó. Señor, las maletas están de ese lado.

Me concentro en no dejar nada en la habitación. Una vez olvidé un par de aretes en un viaje que tuve al noroeste de la ciudad. A pesar de que llame a la recepción del hotel, me dijeron que habían desaparecido.

—No creo que necesite llevarse aquella maleta…

Escucho una voz fuerte, tan pesada como la caída de un balde vacío lanzando desde el segundo piso. Aquella frase simple hizo que los vellos de mi brazo se erizaran por completo. Empecé a tiritar del miedo, de no saber hasta dónde podré llegar, mis piernas flaquean, pero no pierdo del valor de voltearme y verlo a los ojos.

Lo hago y es ahí que el verano llega a este congelado corazón. Está frente a mí, tomando mi maleta con su mano izquierda, con la respiración agitada y con sudor bañando su rostro. Supongo que vino corriendo tras de mí, no sé cómo llegó a este hotel, no sé si siguió el taxi en el que me subí a trote o si me perdió en el puente de adornos de bronce y llego a esta avenida concurrida de hostales y golpeo cada puerta preguntando por mí. Solo sé que su cuerpo tiembla por el esfuerzo físico o quizá por el miedo, miles de cosas pasan por mi cabeza y ninguna es buena idea.

—¡¿Qué haces aquí?! —pregunto, sin encontrar otra forma de conversa entre nosotros.

Él mira el suelo, supongo que se me quita la idea de la cabeza que sus tenis se ven mejor de lo que se ve mi rostro, sé que tiene resentimiento al verme a los ojos. Todavía dudo de la esperanza de nuestro amor, hasta que lo escucho tragar fuerte, casi puedo sentir como hunde su lengua dentro de su boca para poder decirme unas finas palabras y al final lo hace.

—Lamento haberte tratado como lo hice…—suelta, con la mano en el pecho, respirando muy profundo y fuerte, como un joven pequeño que ha cometido un error—. No te entendí antes y tampoco te entendía ahora.

—Lamento haberte hecho sentir inferior a mí —secundo con lágrimas—. Nunca quise que te sientas culpable de todo lo que sucedió. Ambos cometimos muchos errores.

Levanta la cabeza luego de haberme dado mi espacio de soledad. Toma mis manos con delicadeza y ellas planta un delicado beso que sin duda me durará toda la vida. Había sido lo que pedí pero mucho mejor.

—Te amo, Jarrieta… —declara sin morderse la lengua y sosteniendo lo dicho con un brillo en sus ojos—. Necesito intentarlo de nuevo contigo.

Agacho mi cabeza, como si hubiera mucha presión en ella, no me animo a ser más rápida porque mi timidez siempre me ha dejado anclada.

—¿Y qué va a suceder con ella? ¿Con tu novia? —pregunto por la chica que vi en su apartamento.

Él sonríe como un niño pequeño que ha dicho una mentirilla inocente y blanca.

—Ella no es mi novia. Es una decoradora de interiores que estuvo ese día justo cuando llegaste. Inventé lo de la novia por ver la expresión de tu rostro.

Deseo golpearlo por haber sido tan tonto, no imagina el dolor que sentí en mi pecho cuando vi a esa mujercita que salía de su habitación. Pero no niego que ahora la respiración ha mejorado notablemente en mí, es una de las mejores noticias que he recibido justo ahora.

Muevo mis pies muy despacio a él, siento que estoy sobre una viga a veinte metros sobre una caída libre donde si me desplomo me romperé los huesos. Cada paso en serio que duele, como si caminara sobre púas afiladas que rompen mi carne.

Pongo mis manos en sus prominentes pectorales, examino esa quijada tan bien delineada, aquel rostro fuerte y de expresión dura, seca, como el pasado que me golpeo con rudeza. Suelto mi respiración sobre él que impacta en su caliente cuello.

—¿Estás seguro de volver a recoger los pedazos de nuestro corazones para reconstruirlos? —increpo vacilante.

—Pero está vez formaremos uno solo.

Quiero terminar gritando, dar unos cuantos para que escuchen el sonido de mi corazón pero me contengo, tal y como siempre lo he hecho. Es posible que eso deba de cambiarlo a partir de ahora. No importa que deba hacer o qué decir, no hay mucho. Sin embargo, los brazos de él están abiertos para mí, donde me siento de nuevo segura, confiada, donde el cielo se vuelve más azul y la noche menos gélida.

—No debí dejarte ir hace años de mis brazos —susurra sobre mi cabeza, cuando la acaricia.

—No importa —contesto segura—, esa distancia fue necesaria para saber que no debemos estar alejados.

No voy a darme el placer de dejar escapar al amor de mi vida, está vez seré yo la que pida que se quede y esta vez…, para siempre. Muchas veces los amores más sinceros no terminan juntos, pero eso no quiere decir que no puedan intentarlo.

FIN

Dedico este libro para ese amor que me atreví a despojarlo de mi vida por simple orgullo.

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DEBÍ PEDIRTE QUE TE QUEDARAS

...Está fue una obra de J. D. TORRES