Terminé de lavar la losa y me giré para mirarte con una sonrisa, te veías hermosa con aquel listón, siempre te lo decía pero lo ignorabas. Llevé mis pasos hacia tí y te tomé en brazos, cargandote como una princesa; subí a la habitación silbando tu melodía favorita, nunca supe su nombre, pero la aprendí al derecho y al revés.
Tu cuerpo se amoldó con delicadeza a las sabanas, sonreí y dejé un beso en tus labio, tan acolchado, tan perfectos. Admiré tu rostro con devoción, como tus largas pestañas caían en reposo sobre tus pómulos moteados de rosa, tus labios entreabiertos y nariz pequeña, eras una princesa de cuento de hadas y nunca quisiste creerlo. Fuí al armario y saqué un vestido blanco de verano, te vestiría como a una princesa, siempre quise verte así; volví a levantarte en brazos y te llevé a la bañera, la preparé con agua tibia y jabones suaves, tu piel era frágil y no quería dañarla.
Sumergí tu cuerpo desnudo en el agua, no pude soportar y terminé por entrar contigo y hacerte mía de nuevo, tu piel suave rozando con la mía era una sensación que no quería sacar nunca de mi piel, quisiera tener un trozo de tu cuerpo cosido al mío, así siempre recordaría la sensación. Estiré mi mano al cajón, saqué el botiquín que alguna vez me obligaste a tener <<Puede pasar algo malo y lo necesitarás>> habías dicho inflando tus mofletes como una niña pequeña, sonreí con ternura al recordarlo, lo compré por ti y lo usaré para ti. Saqué una tijeras pequeñas y afiladas junto a la aguja e hilo, acerqué las tijeras tu piel.
—Tranquila princesa, solo dolerá un poco... Será algo lindo, ya lo verás —susurré para luego tomar tu brazo y comenzar a cortar un cuadrado lo más exacto posible, me alivió no escuchar tus gritos, no te hacía daño.
Al tenerlo lo acerqué a mi muslo, acomodé e hilé la aguja, comencé a cocerlo, dolía, pero valdría la pena. Para compensar el dolor de cada puntada recordé imágenes tuyas cuando arreglabas tus cejas y soltabas gritos al arrancar los vellos, no sabía porqué lo hacías, eras hermosa con ellos. Cuando terminé limpié la herida con agua satisfecho, sentía el tacto de tu piel, eso me hacía feliz.
—¿Lo ves? —pregunté emocionado y de pronto noté que algo faltaba — oh... Falta la tuya, ya lo hago princesa, no te preocupes.
Llevé ahora las tijeras a mi piel y corté de la misma forma que hice con la tuya, volví a usar la aguja para pegarla a tu piel, sonreí al ver el resultado.
—Se ve hermoso mi reina... Creo que ya deberías salir de la ducha, no quiero que tu piel se arrugue —Me levanté cuidando no caer tomé la toalla para luego sacarte y envolverte en ella.
Pasó una hora y finalmente terminé de acomodar tus rizos, los había hecho uno por uno de la manera en la que lo hacías tú, quedaron muy bonitos, se veían hermosos con el vestido. Volví a tomarte en brazos y llevé al jardín, amabas el sol y ese día hacia uno muy lindo, así que dejaría que lo disfrutaras. Te dejé en el cesped, sonreí mientras acariciaba tu piel.
La semana pasó hermosa, despertar a tu lado luego de hacer el amor todas las noches, sacarte al sol, ver películas... Todo a tu lado era de ensueño. Lamentablemente no podías hablar, pero tú tacto hacía más que tú voz; el domingo noté como unos vecinos nos miraban raro mientras tomábamos sol, la anciana estaba aterrada señalandote, me pareció una falta de respeto, estabas hermosa, así que volví a regresar a casa. Esa misma tarde escuché a un vecino decir:
—Llamaremos a la policía para que se lleven a ese loco.
No podía dejar que me alejaran de ti, tenía que hacer algo, así que preparé todo para escapar de esta casa, dormiríamos juntos para siempre, en nuestro lugar favorito. Todos los viernes íbamos a lanzarnos de la peña más alta hacia el mar, era divertido, una vez dijiste que querrías quedarte ahí por siempre.
Así que eso haría, estaríamos ahí por siempre. Te llevé en brazos al auto junto a una pequeña valija con tus lazos, conduje hacia el risco, hacia frío así que te envolví en mi abrigo. Salí del auto y caminé hacia el borde.
—Vamos amor, te encantará, dormirás en el agua —anuncié emocionado, miré una última vez la luna y salté.
El aire golpeó mi rostro justo como lo hacía cuando saltabamos tomados de la mano aquellas tardes, al caer al agua te abracé más a mi. Poco a poco mis pulmones se fueron llenando de agua, nunca te solté, nunca lo haría.
Cuando dejé de sentirte a ti y al dolor que sentía escoger en mi garganta, supe que nadie nunca podría separarnos.
Estaríamos durmiendo bajo el agua por toda la eternidad.
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Al otro día el cuerpo de bomberos sacó nuestros cuerpos del lago, dijeron que estabas en un estado de putrefacción, que llevabas muerta varias semanas. ¿Muerta? Cielito, yo solo te tenía conmigo.