Wang Baole estaba abrumado de tantas emociones. El entusiasmo se apoderó de él, e intentó lanzar un par de proyectiles más. La euforia se aceleró a través de su cuerpo. Tembló con alegría, y el brillo en sus ojos se tornó más y más radiante.
No podría estar más satisfecho. Aunque la potencia del disparo no se podía comparar con la del Cañón del Dios de Fuego real, era móvil y fácil de transportar. Esa característica singular incrementaba su valor de forma inconmensurable.
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