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El monstruo de la número 13

Reaccioné. Primero tomé una fuerte respiración, arrastrando con necesidad el aire para llenar mis pulmones, y lo solté todo, entrecortadamente. Mis dedos temblaron sobre el teclado, pero no dejaron de teclear en el computador con fuerza, con nerviosismo.

—. Estoy aquí.

Me desinflé en el asiento cuando la respuesta no llegó al instante. Seguí escribiendo con la esperanza de que me contestaran.

—.Estoy con tres personas más, están en malas condiciones. Los cuatro atrapados.

Giré para revisar el cuerpo del Noveno, seguía en la misma posición sin inmutar movimiento alguno. Regresé la mirada, aún más desesperada que antes y golpeé el tecleado cuando no había una respuesta de ellos. Los minutos pasaban y, alcanzado una de las sillas de ruedita para sentarme, decidí volver a escribir, insistiendo:

—. ¿Están ahí?

—. Respondan.

— ¡Respondan! —grité, golpeando esta vez la mesa con las dos palmas. El sonido hueco exploró largamente el salón. Me quedé estática, con la mirada clavada en la pantalla. El guion parpadeaba, ellos no contestaban. ¿Por qué? ¿Por qué no lo hacían?

No debía llevar mucho tiempo que escribieron ese mensaje, ¿por qué no estaban respondiéndome entonces? ¿Sucedió algo? De un empujón me levanté del lugar, la silla terminó cayendo detrás de mí. Tomé un fuerte respiro y lancé la mirada a la ventanilla de cada puerta. Traté de tranquilizarme, esa inquietud, esa desesperación querían explotar en mi piel. Bajo otro respiro más profundo, decidí tomar la bata y acercarme al cuerpo en el suelo.

Él seguía ahí, inconsciente, y quién sabe cuándo despertaría.

Observé su pecho, la manera en que subía y bajaba con pesadez, parecía costarle respirar con esa mascara en el rostro. Pensé muchas cosas respecto a él mientras lo miraba. Cosas como, ¿qué tanto escondían sus escamas? ¿Para qué llevaba escamas en primer lugar? ¿Y qué clase de experimento era? Eso quise saber.

Estaba claro que era un humano, pero, ¿era una persona normal? ¿Solo dieron vida en esas incubadoras y ya? No lo creía, eran algo más, para tener escamas, y para mirarme teniendo los ojos cerrados eran algo más.

Pensar en ello solo me dio más miedo. Tal vez no lo había pensado muy bien cuando lo liberé, pero si lo dejaba ahí dentro, moriría. De alguna forma, no podía dejarlos morir.

Un largo y ronco gemido me puso la piel de gallina, un escalofrió bajó y subió para permanecer en mi nuca, cosquillando justo en donde tenía la herida. Se removió con quejidos, como si algo le doliera. Se tensó su garganta y pronto, frente a mis ojos los agujeros de la máscara escupieron desde su boca un líquido amarillento espumoso.

Sobresaltada, me hinqué cuando vi que estaba ahogándose porque la máscara no dejaba escapar el resto de vomito. La tomé con fuerza y tiré de ella, quería quitársela, entonces no estaría ahogándolo, pero la máscara no salió. Él gruñó con más dolor y me apartó con su brazo.

Se acomodó como pudo de uno de sus costados de tal forma que saliera todo líquido de uno de los agujeros de la máscara. Mientras tosía el resto de espuma, me acerqué y golpeé su espalda repetitivas veces hasta que se calmó.

—Pasó—susurré alarmada, confundida. La espuma y el líquido empezaron a desvanecerse en el suelo, sin dejar rastro—. Ya pasó.

Se dejó caer de espaldas. Su cuerpo comenzó a temblar debajo de mi agarré. No supe si tenía frío pero mi mano salió volando para posarse en su frente, solo así me di cuenta de dos cosas. Primero, mi mano estaba cubierta de escamas babosas, y segunda, él estaba rotundamente caliente.

Hervía.

Rápidamente lo cubrí con la bata, y tuve que correr por las otras. Aun con cuatro batas cubriéndole todo su cuerpo, él seguía temblando, jadeando. Su estado, estaba preocupándome. ¿Y si se moría? Creo que sacarlo había sido mala idea.

Rompí una parte de una de las batas y la mojé en el lavabo. Un poco de agua fría podría bajar su temperatura, entonces el frio disminuiría.

No piensen mal, no lo hacía por ser amable o porque realmente me preocupaba. Pero lo había pensado bien, lo necesitaba. Él debía saber qué lugar era este, y sí supo cómo abrir su incubadora, seguro sabía cómo salir de aquí también.

Cuando me incliné sobre mis rodillas hasta sentarme junto a su cuerpo, le toqué una vez más la frente y, desde esa zona, bajé hasta la mejilla. Varías de las escamas se extrajeron con mi roce, así que sacudí mi mano. Cada vez más, se le estaban cayendo fácilmente. Me pregunté qué aspecto tendría debajo de todas ellas, si realmente nació en este laboratorio, ¿se parecía a nosotros? ¿Había alguna diferencia? No me refería solo a físicamente, sino en su interior o mental.

Subí el rostro en dirección al computador, aún, esperando respuesta de ellos. Tal vez ya no iban a responderme, tal vez... algo malo les pasó. Tenía ese presentimiento, porque nada en este lugar era normal. Empezando por las incubadoras, los cuerpos en su interior, las muchas puertas del laboratorio, y que unas horas atrás, los pasillos estaban claros, podía ver un largo camino del otro lado de la puerta, pero ahora se encontraban sumidos de neblina o humo. Echarles una mirada a la ventanilla de cada una de las puertas, era como ver la pared blanca de la oficina.

¿De dónde había salido tanta neblina? Eso solo sucedía en las calles en tiempo de frio. No había relación alguna.

Otra cosa, por mucho que pensaba en mi familia o en un hogar, no recordaba nada de ello. Era perturbador, desconcertante. Mi nombre y edad estaban ahí, incluso el recuerdo de mi aspecto, pero, ¿en qué ciudad vivía?, ¿tenía un hogar al que ir?, ¿una familia?, ¿y por qué no la recordaba? No había rostros, no había voces, no había nada que me hiciera saber que yo tuviera familia.

Sabía lo que era una computadora y cómo usarla, qué era una incubadora y para qué servía, qué tan importante era un archivero y una contraseña. ¡Y entonces, si yo sabía todo eso, ¿cómo era posible que no recordara cómo llegué a este lugar?! ¿Tenía que ver con el golpe en mi cabeza?

Era tan extraño, nada tenía sentido.

Hice una mueca ante la pulsación de dolor en mis sienes. Sentía que si seguía pensando en algo donde no encontraba respuesta, mi cabeza estallaría, así que traté de tranquilizarme un poco. Podía ser que los que enviaron el mensaje, alguno de ellos. Solo esperaba que así fuera y que ellos respondieran pronto.

Pestañeé cuando le puse atención al cuerpo en el suelo junto a mí.

Me había sumido tanto en la caja de mis tormentosos pensamientos que ni siquiera me di cuenta de en qué momento comencé a quitarle las escamas del rostro: eran del tamaño de la yema de mi pulgar, pequeñas y gordas. Duras como una capa, pero fácil de retirar de su piel. Cuando las retiraba, una ligera liga babosa se alargaba hasta romperse y liberar la escama del área de piel.

Una tras otra, hasta que la piel de su frente llegó a ser del mismo color que la de uno de sus brazos. Al liberar esa zona que me tenía intrigada, coloqué el pedazo de tela mojada y proseguí con el resto de su rostro: en los marcos de sus ojos donde, un par de cejas pobladas y oscurecidas, igual de fruncidas que la frente, me hundieron el ceño con curiosidad.

Las toqué, estaban húmedas por la baba que dejaron las escamas, pero eran suaves y cosquillaban mis dedos. Extraño e intrigante, era como si las escamas fueran de alguna forma una capa protectora o una primera piel.

Encontré el puente de su nariz, la parte inferior de esta estaba debajo de la máscara. Seguí quitando las escamas de sus parpados, quería ver sus ojos, pero lo que conseguí ver, pincho mi estómago y lo contrajo. Sus ojos estaban sellados por una gruesa línea de lagañas amarillentas.

Las veces que él me seguía con la mirada, ¿cómo pudo hacerlo si sus ojos estaban sellados? Pero no me detuve, aún si era un poco asqueroso y perturbador por el volumen, intente quitárselas con mucho cuidado de no lastimarlo. Varios trozos siguieron pegados a sus parpados, eran duros.

Tendría que remojar sus ojos y luego tallar para que se le cayeran. Suspiré, mirando la máscara y luego mis manos. No entendía de qué forma estaba sujeta a su rostro. Revisé si tenía algún seguro en alguna parte de ella, pero la máscara terminaba por encima de donde debían estar las orejas, y por debajo de la mandíbula. No había nada más que la sostenía. Era como si la tuviera pegada a la piel.

Me estremecí.

Volvió a quejarse, y estuve segura de escuchar un pequeño gruñido ahogarse en el interior de la máscara. Estaba tosiendo otra vez, se estaba ahogando. Sus brazos se movieron debajo de las batas, salieron con brusquedad y tomaron los bordes de la máscara.

Retuve el aire en mis apretados pulmones y vi, petrificada en mí lugar, como tiraba de ella. Una y otra, logrando que ese musculo de sus brazos se hinchada debajo de las escamas e, incluso, hiciera que varias de ellas cayeran de su piel por el movimiento.

La máscara se despegó lentamente hasta hacernos ver dos largos clavos negros y empapados de un líquido rojizo saliendo de los lados de su rostro. Sus dient... colmillos se apretaban con fuerza ahogando el gruñido en su boca mientras los separaba por completo del último pedazo de piel.

Cubrí mi boca sintiendo cada sacudida escalofriante en mis huesos. Estaba en shock por el panorama amotinador, no la tenía pegada, se la habían clavado.

Se la habían clavado al rostro.

Escupió un gruñido casi chillón y lanzó la máscara hasta la incubadora ocho donde el golpe hizo que el rostro de la que se mantenía cautiva, se elevara para verlo.

Dejó que sus brazos cayeran extendidos a los lados, uno de ellos — el izquierdo— rozando mi pantorrilla. Me tomó unos segundos reponerme, enderezarme y alejarme de su pequeño toque para luego levantarse.

Tenía el corazón en la garganta, martillando los músculos mientras recorría la piel blanca y rosada del resto de su rostro que antes cubría la máscara, y esos labios carnosos que se mantenían abiertos para respirar de manera lenta.

Me agité a causa de otro escalofrío cuando la escena perturbadora se recreó en mi cabeza y, se concentró en una parte de él.

No en las heridas de su rostro que dejaron los clavos, sino en algo más.

Él tenía colmillos. Estaba segura que todos esos eran colmillos.

Se giró, fue un movimiento inesperado que me hizo retroceder hasta golpear con una de las sillas frente a las computadoras de atrás. Sus brazos se estiraron para recargarse en el suelo y sostener su cuerpo cuando él se colocó en rodillas. Miré su amplia espalda de la que resbalaron las batas, gran parte de ella estaba liberada de escamas. Los músculos temblaban debajo de su piel por la posición, le hacía falta fuerza.

Contemple la marcada línea en el centro de su espalda, y cómo sus omóplatos también se marcaban igual. Me dio por completo la espalda mientras que, lentamente se levantaba.

En verdad que era alto.

Muy... muy alto.

Las batas resbalaron hasta el suelo. Algunas zonas aún estaban cubiertas de escamas pero otras ya no, y aunque no eran incomodas para él, para mí sí. Lo suficiente.

Solté el dióxido de manera lenta, saliendo del trance. Debía actuar, detenerlo de inmediato y curar esas heridas. ¿Amenazarlo? Solo si realmente era peligroso.

Dio un paso en el que todo su cuerpo atormentó con caerse. Pero los siguientes pasos los dio firmes, decididos. Noté que iba en una dirección recta a la incubadora ocho.

—No te muevas—mi voz salió rasgada por la adrenalina del miedo. Carraspeé con desasosiego—. Alto. Quédate ahí. Manos a la cabeza.

Me obedeció al instante, o al menos eso me hizo creer cuando dejó de moverse. Por otro lado, yo no pude moverme. Las piernas no me respondían.

—Voltéate...

Un segundo me tomó respirar y un segundo le tomó a él empezar a moverse, dejándome ver ese perfil varonil.

Todavía no se había girado por completo y todo mi cuerpo ya se había estremecido. Me sentí... ¿cómo decirlo? Débil, pequeña, frágil. Indefensa ante esa potente imponencia que derramaba su cuerpo tosco, alto, ancho.

Subí mucho mi rostro y lo que encontré me tomó por mucha sorpresa. Me consternó. Antes estaba segura que sus heridas eran graves y profundas, pero entonces ya no podía decir lo mismo, porque no había heridas. La sangre manchaba dos lados de su rostro en línea recta, pero no había más, ni siquiera un rasguño en esas zonas de las mejillas en las que los clavos salieron.

Me acerqué con el cuerpo endurecido, incapaz de creerlo. Incrédula. Pero entre más me acercaba más me daba cuenta de que sí, ya no había heridas en su rostro. Desaparecieron.

Imposible.

—Y-yo... t-tú— pestañeé y sacudí un poco la cabeza, viendo fijamente una y otra vez esas zonas sin agujeros—. ¿C-có-cómo...? — La boca me tembló, algo más del rostro me temblaba—. ¿Cómo lo hiciste?

Estaba en shock, ¿y quién no lo estaría cuando un par de heridas desaparecían así como así?

Bajó su rostro, y otra vez me perturbe. No solo por sus facciones misteriosas y enigmáticas— que provocaban que siguieras sumida en ellas—, sino por el hecho de que sentía que me estaba mirando. ¿Pero cómo podía verme con esos ojos sellados?

— ¿Qué te hicieron en este laboratorio? — cuestioné con rotundidad. No había otra forma—. ¿Qué les hicieron? ¿Qué son ustedes?

Dio un paso más y mi mano— que llevaba todo este tiempo apretando en un puño las tijeras— se extendió pegándose a su pecho. Él pareció poner atención al objeto en mi mano por la forma en que ladeó el rostro.

La retiré, tanto la mano como las tijeras, y di un paso atrás.

— Te salvé, tienes que responderme al menos— recordé. Él enderezó su rostro hacia mí—. ¿Cómo puedes verme?

El silenció se alzó. Un silencio en el que solo nos mantuvimos mirando, creo. Un silenció inquietante e incómodo. Arrasador. Pude percibir esa sensación siniestra que me brindaba su figura, pero quise ignorarla. Ignorar era todo lo que podía hacer para no temerle lo suficiente.

— ¿Cómo desaparecieron las heridas? — Señalé a su rostro, con las tijeras.

Su nariz respingona se arrugo un poco, fue un gesto demasiado atrayente que me hizo pestañar. Recorrí su rostro, aunque la mayor parte de su cabeza seguía oculta, con lo que mostraba era suficiente o tal vez, demasiado para confundirme. Un rostro de facciones macabras y, endemoniadamente enigmáticas.

¿Por qué? ¿Qué hicieron o experimentaron con él? ¿Cuál era el propósito? ¿Les dieron vida o los colocaron ahí dentro?

—Respóndeme... — ordené, más inquietante que antes—. ¿Al menos sí eres humano? — La pregunta salió disparada de mi boca contradiciéndome a lo firme que estaba tiempo atrás, asegurándome por completo que era humano. Pero ver sus heridas curadas me hizo volver a dudar.

Hubo un silencio en el que mis palabras dejaron de repetirse en la largura del salón. Un silencio en el que no dude si quiera en volver a revisar sus mejillas para mentalmente repetirme que físicamente era completamente humano... y quizás, solo eso era él, después de todo.

Lo vi asentir lentamente a mi pregunta y acercarse al mismo tiempo. Ni siquiera pude reaccionar cando lo tuve tan cerca de mí que mi propio aliento rebotó en su pecho y chocó en mi rostro. Su mano— cálida y suave— tomó la mía sin delicadeza, y la llevó al centro de su pecho. Me estremecí, mis músculos se encogieron y se volvieron piedra. Algo en su interior palpitó, siguió palpitando. Era su corazón, estaba acelerado, latía tan rápido que ni siquiera pude contar los golpes que brindaba contra sus propias costillas.

Volvió a levantar mi mano, y frente a nosotros hizo que nuestras manos se extendieran una contra la otra. Sus dedos eran mucho más largos que los míos. Una clase de descarga eléctrica se despegó de nuestros dedos, casi como un ligero toque.

Lo miré. Hasta las bestias más feroces y peligrosas de la tierra tenían corazón, una creación viviente y latiente por el hombre también lo tendría. Él y los otros eran la prueba, y a pesar de que por el hecho de tener un corazón no te hacía humano, las características para serlo eran la conciencia, los sentimientos, la capacidad de establecer un pensamiento, la inteligencia y habilidad, así como otras cosas más, te hacían uno.

Su forma de responderme, de alguna forma me explicó que, el que experimentaran con ellos, no los hacia dejar de ser humanos. ¿Pero por qué tenía una muy mala sensación de eso?

Aparté mi mano de la suya y repuse mi postura, firme y seria:

— ¿Qué fue lo que les hicieron aquí? —quise saber—. No recuerdo nada, ni siquiera sé que estoy haciendo en este lugar, necesito me digas todo lo que sabes al respecto.

Vi como los parpados se le movieron casi como si intentara abrir los ojos pero el resto de lagañas no se lo permitieron. Separó sus carnosos labios, dejándome ver algunos de sus colmillos de enfrente, hizo una mueca y movió la cabeza hacía uno de los lados. Ahora, parecía mirar detrás de su hombro.

—Iniciando secuencia de seguridad en cinco segundos— La voz computarizada femenina me sorprendió haciendo el conteo retrocesivo. Mi cabeza llena de confusión se sacudió, quedé en blanco y con la mirada fija en el Noveno.

— ¿Qué esta pa...?— la palabra que gritaría se quedó a mitad del camino cuando un bombeo de sonidos alarmantes me hicieron respingar. El sonido solo había durado un par de segundos para intercambiarse por esa misma voz computarizada:

—Alerta intruso. Alerta intruso. ExNe 05 en la número 13. Computador 13 para dar acceso o bloqueo parcial.

— ¿ExNe 05 qué? — Un tintineo llamó mi atención. Pensé, por un momento, que provenía de esa computadora en la que había recibido el mensaje, pero no. Era de otra, apartada de ella. Quise ir y leer lo que iluminaba, pero la manera en que el Noveno se movió me inquieto.

Firme y a pasos grandes saltó sobre uno de los escritorios hacía el otro lado de las computadoras. Siguió un camino en el que me pregunté a dónde se dirigía. Iba en dirección a las puertas del lado izquierdo del laboratorio.

Esperé. ¿Acaso sabía cómo abrirlas? ¿Abriría una? ¿Sabía cómo salir de aquí?

—Espera—grité, salí de las computadoras y troté en dirección a donde él caminaba. Iba a preguntarle qué haría hasta que...

Un sonido metálico apenas audible de una de las puertas me hizo voltear, quedé congelada a mitad del camino. Capturé rápidamente ese movimiento inusual de un puño del tamaño de mí cabeza que se estampaba contra la ventanilla cuadrangular de la puerta. El sonido era algo que no se emitía con fuerza y estuve a punto de entender que entonces la puerta era de esas que no dejaba que el sonido saliera ni entrara, y que la pequeña ventana absorbía la fuerza y no se rompía, pero todo lo que había pensado en ese instante, se esfumó como el humo.

Por instinto me moví, convencida de que era alguien. Mientras lo hacía, el sonido metálico dejó de crujir. Y una cabeza más perturbadora que los cuerpos en las incubadoras, se inclinó a la ventanilla.

— ¿Q-qué es...? —dejé que las palabras se las tragara el nuevo temblor que amenazaba con arrancarme los huesos en ese momento.

No, no era una persona.

Me entró pánico a los huesos y se sintió como si con su sola presencia del otro lado de la puerta, ya mi cuerpo se encontrara en sus garras. Mis piernas terminaron a pocos pasos del cuerpo del Noveno, hasta endurecerse por completo cuando me di cuenta... de que esa cosa, estaba mirándome.

Repasé su aspecto, como si fuera mentira que estuviera ahí, con una puerta de separación entre nosotros. Podía mirar sus anchos hombros y lo encorvado de su espalda. Su rostro arrugado estaba deforme, gran parte de los lados de la quijada fruncida hacia las mejillas haciéndolas lucir como dos pedazos de carne amoratados, tenía una boca cortada de los bordes inferiores logrando que la piel de ellos quedara colgando, y de esas heridas salían unos grandes colmillos amarillentos que llegaban hasta su chata nariz. Mi cuerpo se contrajo en un estremecimiento que me robó el aliento cuando su lengua—que era tan delgada y larga como la de una serpiente—, lamió sus colmillos, como si empezara a saborearme. La piel se me escamó de la cabeza a los pies, volviendo mis rodillas gelatina en una sola sacudida.

¿Qué era eso? ¿Qué era? El vértigo me invadió como una bola de nervios enloqueciendo cada parte de mi cuerpo. Me abracé y me aparté sin poder quitarle la mirada de encima con el temor de que él entrara. Respingué de inmediato y no pude evitar gritar cuando golpeó la puerta tan fuerte que el metal rugió, las paredes vibraron, parecieron temblar. Su puño no dejó de azotar la ventanilla, sobre todo, con fuerza, con ese aterrador deseo de estar aquí dentro, conmigo.

Oh no, no, no, no, ¡la rompería! Terminaría entrando si seguía golpeando así.

—Alerta intruso. Alerta intruso. ExNe 05 en la número 13. Computador 13 para solicitar acceso o bloqueo parcial.

— ¿Qué es eso? — Mi pregunta apenas fue escuchada por mí, pero no podía encontrar mi voz por completo. Mis cuerdas estaban congeladas a causa de esa cosa. Esa...

—Un experimento área negra, experimento 05.

Su— muy inesperada — voz exploró mis oídos en una clase de cosquilleó que terminó en sonidos graves y roncos. Y reconocí esa extraña pronunciación en la que remarcaba la erre más que otras letras.

El mismo golpetazo alarmante estalló borrando el sonido de su voz en mi cabeza, hundiendo mis oídos en un zumbido que me dejó en shock. Aturdida de terror, llevé la mirada a las primeras puertas, y contándolas hasta llegar a la que estábamos.

Esa era la puerta número 13.

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