―Buenas tardes, señorita Welcher. ¿Cómo ha estado? ―le saludó Donovan, el esposo de Anabella.
―Muy bien, Sir Bingley. Felicidades por ser padre ―lo felicitó Cati e intercambiaron cumplidos, a lo que Anabella giró sus ojos. No podían dejar de lado las formalidades.
Una vez que terminaron de hablar, Donovan le preguntó a su esposa: ―¿Nos vamos? ―y la vio asentir.
Caminando hacia el carruaje, Anabella se volteó hacia Cati.
―Catalina, ¿te gustaría quedarte con nosotros? ―preguntó de pronto, sobresaltando a Cati.
―¿Qué? No, no te preocupes. Me va de maravilla en la mansión y no quisiera abusar de ti.
―¡Tonterías! ―dijo Anabella y sacudió su mano.
―Hablo en serio, Ana. Tengo que acostumbrarme a la vida en la mansión ―lo que era cierto. Se había vuelto un nido acogedor―. Además, estoy esperando noticias sobre Rafa.
―Pero puedes hacer eso mientras esperas en nuestra casa. Donovan ―dijo, y se giró hacia su esposo para pedirle ayuda.
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