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Capítulo 16 - Celebración de Invierno (Parte 2)

編集者: Nyoi-Bo Studio

En el carruaje, Cati evaluó su reflejo para asegurarse de lucir presentable. Su mano alcanzó la cadena que rodeaba su cuello y verificó que el pendiente estuviera seguro. Sus ojos castaños, llenos de ansiedad, la observaban fijamente y se humedeció los labios mientras el carruaje cruzaba el puente. El tranquilo río bajo el puente tomó un intenso tono zafiro en el atardecer.

Al llegar a la mansión, el sol se había puesto, pero la música de la celebración llenaba el aire. Los caballos se detuvieron y el chofer descendió para abrir la puerta. Cuando Cati bajó del carruaje se sintió en un dejá vu de pie frente a la mansión. Caminó hacia adentro, sus pies la guiaban con mente propia.

La mansión estaba decorada con luces y flores. Algunos de los invitados tenían copas de vino en las mesas mientras conversaban, hablando de todo un poco.

Los hombres llevaban trajes y las mujeres llevaban hermosos y extravagantes vestidos con joyas resplandecientes que llenaban la habitación de luz. Los sirvientes circulaban, llevando comida y bebidas a los invitados.

Buscando a su amiga Anabella en la habitación, Cati chocó contra otra mujer, girando de inmediato a ver a la persona: —Disculpe.

Mientras pensaba que Ana había llegado tarde, escuchó: —Hola, Señorita —un guardia se había acercado—. Si no es molestia, ¿me podría mostrar su invitación? —le preguntó.

Cati frunció el ceño, pero de inmediato mostró una sonrisa.

—Por supuesto, tenga —dijo entregando la tarjeta.

Las personas siempre sospechan de los pobres. Sólo porque no llevaba exageradas joyas, o no estaba hablando con los invitados sofisticados, no quería decir que se había escabullido sin invitación. Al leer la tarjeta, el guardia hizo una ligera inclinación con la cabeza y se marchó.

—¡Cati! —gritó la voz de Anabella, que caminaba junto a su esposo—. Lamento llegar tarde —se disculpó abrazando a Catalina.

—Está bien. Hola, Donovan.

—Hola, Catalina. ¿Cómo has estado? —preguntó Donovan con su profunda voz de barítono.

—Estoy bien. Espero que mi amiga no te cause problemas —dijo Cati, causando una sonrisa en la pareja.

—Para nada. Es como una luciérnaga en mi vida —se rio Donovan observando a su esposa.

Un hombre de gran tamaño se acercó al grupo y Donovan se encargó de presentarlo: —Catalina, este es mi primo Tobías.

—Un placer conocerla, señorita —dijo el joven Tobías con una ligera reverencia—. Anabella ha hablado mucho de usted.

—El placer es mío —respondió Cati con educación.

Con el pasar de las horas, más personas se habían reunido en el salón principal para celebrar la llegada del invierno. Sus ojos buscaban en la multitud, pero no lo encontró. Se preguntaba si acaso el Señor de Valeria se presentaría esta noche, y la pregunta le revolvió el estómago.

Tobías era un hombre hostil y serio. Cati entendió que sólo había venido a la celebración para hablar con uno de los hombres acerca del territorio de agricultura que no había sido asignado. Ahora bailaban al ritmo de una hermosa música de piano en vivo.

—¿Hace cuánto que eres vampiro? —preguntó Cati intentando entablar conversación, cosa que le costaba.

—Unos quince años, aunque no sé exactamente. Después de todo, la edad es sólo un número, ¿no crees? —le preguntó.

Asintió, pero agregó: —Cierto- Para un vampiro, el tiempo es infinito, pero para un humano, el tiempo debe ser medido y planificado con cuidado para alcanzar los sueños en el plazo definido.

—Estoy de acuerdo. Parece que el Señor Carlington finalmente llegó—comentó Tobías con la vista fija en un hombre que parecía de mediana edad, y tenía una enorme cintura y bigotes—. Señorita Cati, lamento la corta compañía.

—No te preocupes. Ana me había advertido. Creo que debes ir antes de que el Señor Carlington desaparezca —replicó Cati observando al señor, que se dirigía a la salir.

Tobías se retiró tras una ligera inclinación, intentando alcanzar al señor. Cati dejó salir un suspiro mirando la puerta de entrada tras la partida de Tobías. Anabella y su esposo conversaban con una pareja y Cati no quería interrumpir. Caminando hacia la salida para respirar aire fresco, se cruzó con un gato negro que de inmediato se alejó corriendo.

El jardín era hermoso, lleno de árboles y arbustos con flores y frutas. Después de algunos minutos, notó a una sombra que la seguía, y al voltear dirigió una patada al estómago del hombre.

—¡Mi estómago! —gruñó el hombre llevando las manos a su rostro, que estaba cubierto con una bufanda.

Aprovechando el momento, Cati comenzó a correr.

—¡Atrápala, Julio! —gritó al verla escapar.

Otro hombre salió de la nada y Cati tomó una rama del suelo, pero al batirla, el hombre la sujetó con facilidad y la alejó de ella.

—¿No está bonita? Seguro que podemos conseguir bastante dinero con tu carita —dijo el hombre, aterrando a Cati, que cerró sus ojos con fuerza.

En un instante, sintió que su asaltante la soltaba y escuchó un sonido seco. Al abrir los ojos vio el cuerpo del hombre en el suelo frente a ella. Salía sangre de su cuello, creando un gran charco. Entonces vio al hombre que había estado esperando toda la noche. El Señor de Valeria estaba frente a ella y se sintió paralizada.

Dos guardias se acercaron para retirar el cadáver.

—¿Te hicieron daño? —preguntó preocupado notando a la mujer paralizada.

Ojos rojos como la sangre y cabello negro como la noche. Era más alto de lo que había imaginado. Los rumores eran ciertos, era un demonio que podía robar la respiración a cualquiera. Se sentía como si la pieza que le faltaba finalmente había aparecido. Su presencia la dejó en trance. Notó una ligera sonrisa en los labios de aquel hombre y finalmente entendió que le había hecho una pregunta.

—No, estoy bien —respondió sintiendo un ligero rubor en sus mejillas.

Comenzaba a nevar.

Alejandro no esperaba verla en la celebración de invierno. Durante todos estos años, hizo lo posible por alejarla de la mansión para permitir que se acostumbrara al mundo humano. Y aunque no le escribía o la visitaba, sabía que estaba bien gracias a Elliot. Se había convertido en una hermosa mujer. Sus grandes ojos castaños lo veían fijamente y sus labios rosados estaban ligeramente abiertos. Notó fácilmente la inocencia y la chispa de deseo en los ojos de la joven, lo que hizo que sonriera.

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