En los dos lados de la antigua mesa de bronce moteada, se extendían de adentro para afuera varias figuras borrosas formadas por la concentración de profundos rayos de luz roja, volviéndose corpóreas poco a poco. El entorno permanecía tan silencioso y vacío como siempre, como si ninguna criatura viviente hubiera pisado ese plano durante millones de años.
—Buenas tardes, Sir. Loco ~
La voz enérgica y alegre de Audrey pronto resonó a través del resplandeciente palacio sostenido por columnas de piedra.
Klein asintió con la cabeza, sonriendo y mirando cómo los demás miembros expresaban sus saludos bajo la dirección de la Srta. Justicia.
En ese punto, no había duda de que El Ermitaño Cattleya parecía bastante reticente. La lectura de Audrey pudo hacer sobre ella era que tenía muchas cosas en mente.
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