Un grito estridente interrumpió la tranquilidad del amanecer. Con dos recipientes a su lado, la dueña de la posada observaba al joven sin vida en la cama. Aquel niño que había hecho palpitar su corazón el día anterior había perdido todo rastro de vida.
—No hay heridas externas ni rastros de hechizos. Su certificado de identidad es falso... —el oficial de seguridad pública sintió que se avecinaba un dolor de cabeza mientras se apresuraba a inspeccionar la escena. Su gran experiencia le indicaba que aquel caso iba a ser muy problemático.
—¿Podrá ser alguna enfermedad aguda?
El oficial de seguridad pública le respondió de forma imponente para enmascarar sus nervios:
—Busca a un sacerdote para que venga a rezar por él, luego envía el cuerpo al túmulo...
Al ver que aquel oficial no estaba dispuesto a permitir que las cosas salieran de control, la mujer regordeta no dudó en aceptar.
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