Barov era como una persona diferente cuando Roland lo volvió a encontrar.
Parecía vigoroso y radiante, e incluso su pecho se había elevado considerablemente. Sus pasos eran poderosos y transmitían un fuerte sentido de confianza. No era el aspecto típico de un ministro de 50 años.
Parecía que los días que pasaba en la Ciudad del Rey eran muy satisfactorios.
—Si lo hubiera sabido, te habría devuelto la llamada un poco más tarde —Roland bromeó.
—No, su majestad. A pesar de lo próspera que es la Ciudad de Amanecer, no se puede comparar con la Ciudad de Nuncainvierno creada personalmente por usted —Barov respondió mientras se alisaba el bigote —. Dondequiera que esté, mi corazón siempre estará con Usted.
¿Por qué estas palabras... suenan tan raras e incómodas?
Roland tosió dos veces e intentó cambiar de tema.
—¿Cómo está la situación allá?
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