webnovel

...Nos Volveremos a Ver

(Volviendo a la perspectiva de Diane)

Apenas se quitó de encima, pude respirar. Mi cabeza salió de ese estado mareado y como si hubiera estado drogado.

No había mucha luz más que la tenue lámpara de la celda, pero en sus ojos podía verlo todo como si fuera de día.

Me sentía húmeda e incómoda entre las piernas y la vergüenza se debía notar en mi cara. No podía creer que del miedo me había hecho encima.

Apenas me liberó, tardé unos momentos en recuperarme, pero sus palabras me hicieron reaccionar por fin.

Me senté en la cama a verlo con miedo, acercando mis piernas al cuerpo con ligeros temblores. No sabía que el miedo podía actuar de esa manera. Aún sentía todo el cuerpo caliente, con los nervios comiéndome el abdomen.

Levanté la vista al taur cuando escuché esas palabras, y un escalofrío me recorrió al ver sus ojos una vez más. Parecían estar comiéndome en estos momentos.

—No. —A pesar del miedo que sentía, iba a irme mucho peor si dejaba que se fuera. —¿Qué es lo que me hiciste?

Una parte de mi estaba confundida. Como si apenas estuviera saliendo del estupor que hace unos momentos hubiera estado tan ensimismada en él.

—Estás libre, ¿No? —Gruñó con molestia, pero noté que sus ojos parecían dilatarse y contrarse de forma extraña. Pero el momento pasó y su rostro de repente empezó a deformarse, luciendo más como una bestia que un humano en solo un segundo. —¡DAME LAS LLAVES!

Su rugido me hizo reaccionar por fin con un salto, pero lo que hice fue ir de nuevo hacia la salida.

Apenas estuve a medio metro de la puerta, de nuevo me bloqueó el camino. Su brazo se azotó contra la pared justo delante de mi cara,haciéndome detener de golpe y pegarme contra la pared. El aire se quedó de nuevo en mis pulmones, pero está vez no hubo nada que me lo impidiera más que el miedo.

—¿Qué haces aquí? —Su rostro había vuelto a la normalidad, pero sus ojos no dejaban esa expresión intensa a la par que el bajo gruñido de su voz. —¿Por qué viniste?

¿Por qué? No tengo la menor idea. Algo me había llevado a él. Mi distracción, mi instinto, mi enojo... Pero ninguna de esas respuestas parecía la correcta.

—No lo sé. —Admití incapaz de mentir bajo su mirada. —Ya estaba aquí... Y quería verte. Ver cómo estaban tus heridas.

Mi voz sonaba insignificante en esos momentos, pero no hubo duda alguna en mis palabras. Esa parte era verdad al menos.

Me ganó una expresión confundida de su parte, pero pareció suavizarse solo un poco.

—Ridículo. —Se burló, acercándose a mi cuerpo con la cabeza, con una colmilluda sonrisa. —¿Crees que por pequeñas heridas como esas iba a morir? ¿Y por qué te interesa tanto? Eres una niña mimada que parece que está en su etapa rebelde.

Apreté la mandíbula, sonrojandome lo más leve y no tanto por vergüenza de sus palabras, sino por el enojo que regresó a mí tras los eventos de hace unos momentos.

—¿Y qué si lo soy? Métete en tus propios asuntos. Solo baja la maldita cabeza en vez de ser un terco y enorme tonto que se deja torturar. ¡No has hecho nada para evitarlo y solo te dedicas a recibir todo lo que te hacen sin siquiera intentar defenderte!

Nada de eso fue lo que planeaba decir, pero el enojo pudo más que la razón y todo salió de forma atropellada y despreciable. Excepto que no solo se lo decía a él. En cierto sentido, estaba en las mismas condiciones que él, solo que vestida en seda y joyería.

No tenía más opción que casarme con un hombre que no amaba y además que me daba mal presentimiento. No había hecho nada por evitarlo porque no podía... Porque no lo había intentado. ¿Pero cómo podía hacerlo? ¿Qué podía hacer realmente?

Se me salió una lágrima, pero fue solamente de la rabia que me provocaba pensar en todo eso. Estaba igual de encadenada que el taur.

Di un respingo cuando sentí su mano en mi mejilla, quitándome la lágrima que había caído y ahora la veía con un extraño interés.

No dijo nada, ni respondió mis preguntas. No sabía ni siquiera qué es lo que podría decir al respecto. ¿Tal vez que era una hipócrita por yo meterme en sus asuntos? ¿O de nuevo me llamaría ridícula?

Pero entonces una vocecita en mi cabeza se puso desafiante.

¿Y a ti qué te importa qué opinión tenga de ti?

Pero luego hizo algo más inesperado aún.

Bajó la cabeza todavía más cerca de mi rostro. La diferencia de estaturas era enorme, así que tenía que inclinar todo su torso. Su cabello caía a ambos lados de su cara, de nuevo recordando la imagen de un león de melena negra.

Cuando estuvo a solo unos centímetros de mi rostro, se me había olvidado como respirar. Otra vez.

Sentía el calor de su respiración sobre mis labios, el olor a café siendo un potente estimulador a mis sentidos.

Sin contenerme, mis ojos viajaron a sus labios, ahora mismo cerrados y aún así luciendo incomprensiblemente sensuales. ¿Por qué un quentaur era tan guapo? Me distraía a pesar de mis mayores esfuerzos.

Por unos segundos pensé que me iba a besar, tal y como me había amenazado antes. Quizás... Estaba esperando que lo hiciera. Quería...

Mi cuerpo se tensó cuando sentí su mano tocarme las costillas de mi derecha. Me mandó escalofríos por todo el cuerpo al sentir que bajaba, acariciando la curva de mi cintura con una sorprendente fragilidad.

—¿Q-qué...? —Mi pregunta salió como un susurro ahogado, con todo mi cuerpo en llamas.

¿Sería esto lo que hacía Raymond con todas sus conquistas...?

Su mano logró llegar hasta mi falda. Ahí, su enorme palma atrapó medio contorno de mi muslo y de nuevo sentí esa humedad entre mis piernas.

Entonces entendí que no era miedo lo que me había sentir eso... Y por lo tanto, no sabía qué era exactamente, pero definitivamente lo provocaba él.

Apretó mi pierna apenas ligeramente y un extraño sonido salió de mis labios. Mi primer gemido, algo de lo que no sabía de donde había salido ni por qué.

Sus ojos entonces se dilataron en su rostro y bajaron a mis labios.

¿De verdad iba a besarme...?

Pero algo más sentí presionarse en mi pierna y algo hizo click en mi cabeza. Abrí los ojos de par en par y reaccioné.

Lo empujé con todas mis fuerzas lejos de mí, pero fue demasiado tarde.

En la mano que me había tocado tan descaradamente tenía el manojo de llaves que había puesto en mi bolsillo de la falda.

—¡Maldito idiota! —Grité con frustración, avanzando de inmediato a intentar recuperarlas. El taur se rió de mí, simplemente alzando el brazo y alejando las llaves de mi alcance a una altura que ni saltando llegaba. —¡No! ¡Devuélvelas!

—Eres absurdamente fácil de engañar, gatita.

Me puse roja y lo que seguía.

¿Cómo había dejado que ese estúpido taur me tocara así? ¿Que jugara conmigo?

—Si escapas de aquí, lo único que te espera afuera es que te maten apenas te vean. —Le amenacé, intentando atrapar de nuevo las llaves sin ningún éxito y él dió otro paso atrás, divertido de verme saltar al parecer.

—¿Y es mejor quedarme aquí? ¿Para verte dar saltos tras de mí? —Se burló una vez más. No sé qué es lo que le pasaba por la cabeza en esos momentos. ¿Le estaba divirtiendo esa situación? ¿En verdad que estaba pensando en escapar con esa actitud desinteresada?

¿Qué demonios le pasaba por la cabeza a ese sujeto?

—¿Cuál es tu problema? —Solté incapaz de entender su linea de pensamiento. —¿Por qué parece que no te importa salir o no?

—¿Oh, me estás dando la oportunidad ahora? —Me enfurecía ese tipo. No lo lograba entender.

Dejé de perseguirlo al ver que se había alejado más de mi. Daba igual. Ya iba a dejar de fingir que me importaban esas llaves. Ya estaba más lejos de mí y me crucé de brazos.

—¿Qué te divierte tanto?

—Ver una pequeña gatita en apuros.

Le ví con ojos entrecerrados, intentando comprender ese cambio de humor tan repentino. Hace apenas unos instantes había lucido feroz pidiéndome esas llaves. ¿Sería porque pensaba que tenía la mejor carta?

—¿Crees que has ganado, es eso? —Dije intentando atinar la razón de su comportamiento. —¿Te divierte molestarme porque ahora crees que puedes salir?

Soltó un bufido, dándole vueltas al aro con aire de suficiencia.

—¿Nunca has escuchado que a los depredadores les gusta jugar con su comida? —Así que eso era. Realmente pensaba que había ganado.

—Eso solo suele pasar cuando se creen que están a salvo. —Le dije poniendo los ojos en blanco.

Me acerqué sin apresurarme esta vez a la puerta, asomándome por el pasillo como si estuviera buscando o esperando a alguien.

—¿Me dirás ahora que le dijiste a alguien que estabas aquí? Es demasiado obvio qué viniste a hurtadillas...

Pero no era por esa razón que me había acercado.

De mi escote, en un costado y sin ser vista, saqué la llave que realmente era de la celda. Me la había guardado antes por si acaso algo como eso llegaba a pasar.

—Tus llaves tienen las estampas revueltas. No sabrás ni siquiera cuál llave es la correcta. —Le interrumpí, y aprovechando el momento en el que él se distrajo en ver las llaves en confusión, yo metí la mía al agujero y en la mayor velocidad que había demostrado hasta ahora por la adrenalina, salí rápidamente de la celda.

Justo al cerrarla y escuchar el click de la puerta, un golpe contra los barrotes se escuchó, haciéndome caer al suelo de un sentón.

El taur había perdido ahora toda su sonrisa y me veía con ojos asesinos. No había esperado ese descenlace.

Esta vez fue mi turno de reírme.

—Parece que la gatita engañó bastante bien al gato mayor. —Me burlé con todo lo que tenía. Se sentía tan bien ponerlo en su lugar después de que jugó conmigo. —¿Y bien? ¿Ya no hay risitas? Tal vez podría pensarlo dos veces si saltas para mí.

¿Rencorosa? Un poco.

Lo escuché gruñir por lo bajo, pero ahora era como un sonido de victoria para mí. Y como toda una mujer adulta, le saqué la lengua.

—Ey, si te portas bien, puede ser que venga a visitarte de nuevo. —Le dije aún burlándome, repitiendo sus palabras a mi manera. Eso pareció irritarlo más, pero en sus labios tenía una sonrisa.

—No puedo esperar a la próxima vez, gatita... —Me lanzó entonces el manojo de llaves, que cayó en mi regazo. Al volver a alzar la vista hacia él, parecía extrañamente más relajado. No parecía tener mucho interés en huir de verdad. Creo que hasta él sabía que sería mucho más problema hacer un escape improvisado que tener un plan mejor estructurado. O eso es lo que me gustaría pensar que él pensaba... —Oh, y una cosa más... Será mejor que laves muy bien el dulce olor entre tus piernas, gatita. Puede atraer a monstruos que se meten bajo tus sábanas.

Cuando dijo eso último, sus ojos se dilataron y si mi oído no me engañaba, su tono de voz se volvió ronroneante y más profundo.

Y con eso también, el color de mi cara debió dispararse de nuevo al rojo de un tomate.

Cerré las piernas sin pensarlo, haciéndolo reír a costa de mi vergüenza.

—Idiota.

Salí corriendo de ahí, dejando las llaves en su lugar como si nada hubiera sucedido... Pero claro, el calor de mi cuerpo delataba todo lo contrario.

Había sido una oleada de emociones en poco tiempo, y mucho de lo sucedido ahí me había dejado mucho qué pensar.

Para bien o para mal, recorrió por completo mis estresantes pensamientos sobre Sergei. Y en su lugar, ese tonto taur aparecía en cada momento en el que cerraba mis párpados.