Al mismo tiempo que los miembros del la Tribu de Persecución Celestial llegaban a su doloroso final en el campo de luz negra, devuelta en el templo de la tribu, el Patriarca Huyan estaba sentado de piernas cruzadas, escudado en un área restringida. Cuando cayó el último miembro de su tribu, sus ojos se abrieron.
Un brillo frío y privado de emoción pudo verse dentro.
A su alrededor, almas hechas de dolor comenzaron a aparecer. Estas eran las almas desencarnadas, sus almas principales ya habían sido destruidas. Sólo eran trozos de voluntad que quedaban en el templo.
Mientras las almas maltrechas flotaban alrededor del Patriarca Huyan, dejaron salir gritos mudos. El Patriarca Huyan miró tranquilamente a las almas maltrechas. Su voz era fría cuando murmuró:
—Sus muertes no serán en vano. De hecho, fueron muy importantes para mí.
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