—¡Mierda! —Puse una mano en mi cabeza y gruñí las palabras en voz baja.
—No deberías hablar así delante de los niños, ¿sabes? —Morgan bromeó conmigo—. No es apropiado.
—Ve al infierno, diablillo —le respondí con un bufido.
—¿Qué sucede? —Vivian fue la que primero controló la situación.
—Acabo de recordar, necesito un vigésimo cuarto esmoquin. No puedo creer que me olvidé de mi papá. Estará aquí en dos días —me había cubierto la cara con ambas manos en un intento de mitigar mi culpa, vergüenza, estupidez, todas las anteriores.
—¿Conoces sus medidas? —Vivian no parecía para nada preocupada por ello.
—Es casi exactamente de mi tamaño. O lo era la última vez que lo vi. No creo que haya cambiado mucho en menos de un año —pensaba en la constitución de mi padre, intentando ver si había algo que pudiera hacer para solucionar esto.
—Bueno, podemos hacer dos esmoquines con tus medidas y luego alterar uno según sea necesario para tu papá. ¿Qué te parece? —prosiguió Vivian.
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