La figura de un mujer de mediana edad se recortó en el umbral de su vieja casa. Una residencia que no era ni demasiado pequeña ni demasiado grande, pero que había sido el hogar donde habían creado una atmósfera apacible. Al contemplarla, la joven veía reflejadas miles de emociones, sentimientos y sensaciones, sumergiéndose en una nostalgia pura y sincera que había adquirido en sus primeras etapas de vida.
La señora de piel clara corrió hacia ella en cuanto la vio bajar de la camioneta, la abrazó con tanta fuerza, dejándola sin aire. Su papá se unió a ese abrazo y la emoción de estar con sus padres hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas de alegría.
—Qué hermosa estás, mi amor—dijo su mamá mientras la besaba en la mejilla. —No llores mi vida, que me pondré a llorar contigo.
—Estoy muy feliz de verte, mami.
—No sabes también lo feliz que me siento al ver que regresaste, ya no te dejaré ir Helena.
—Ya, maa—respondió Helena mientras se limpiaba las lágrimas de los ojos y se apartaba de sus padres—Te ves bien— añadió al ver a su madre de arriba abajo.
—Engordé demasiado. Lo que me sobra a ti te falta, hija mía—comentó esta con una sonrisa.
—Jaja, no digas eso, realmente te ves bien, bien nutrida y todo, eso te hace más hermosa.
—Ay, Helena, tú con tus cosas. ¿Y por qué tardaron tanto en llegar a casa?
—Pasamos por mi casa y luego fuimos por unas empanadas. Te trajimos unas tostadas, las dejé en la camioneta— explicaba mientras caminaba de vuelta al auto. De repente, se inclinó hacia adelante y se cubrió la boca con las manos.
—Helena, ¿qué tienes?—gritó su madre, corriendo hacia ella preocupada.
—Siento un poco de náuseas, pero no es nada de seguro fue el viaje—añadió tocándose el vientre con una sonrisa forzada—aquí están las tostadas, las pedimos como te gustan.
—Gracias, hija, pero no era necesario. Empecé a comer sin ustedes porque ya me gruñía la panza. Ve a comer, vamos, que hice la comida hice especialmente para ti.
—Gracias, pero siento que si como algo más, vomitaré toda la noche. ¿Me podrías guardar un poco para mañana?—pidió mientras veía la hora de su reloj. Aún era temprano, pero por alguna razón, su cuerpo se sentía muy adolorido.
—Claro que sí, Helena. Y tú, Leonardo, vas a comer, o sino guardaré la comida en el refri—añadió la señora dirigiéndose a su esposo, quien se encontraba ocupado llenando bidones de gasolina para la camioneta.
—Yo si voy a comer, aún quede con hambre ,pero primero termino con esto—señaló a la camioneta.
—Ahorita te sirvo, voy ayudar a tu hija con sus...¿Helena?—preguntó la señora del cabello recién pintado al ver que su hija trataba de abrir una rejilla que la llevaba al otro lado del patio.—¿A dónde vas, querida?
—Quiero cortar un mango, se me antojo uno.
—Esta niña nada más anda con puro antojo—hablo su padre, tosiendo disimuladamente.
—¿No que ya no querías nada?
—Quiero mango, le traigo un antojo desde que lo ví carretas en Terreno Plano.
—Los mangos aún están tiernos, mi niña. En unas semanas estarán buenos. Pero si quieres tu papá puede ir a comprarte unos al centro.
—¡Qué yo que!—intervino el señor asomándose desde la puerta de la camioneta con sorpresa.
—No gracias, estoy bien. Esperaré a que estén maduros.—Termino diciendo la morena.
—¿Helena?—llamó su mamá.
—Mande.
—Tu... acaso estás embarazada o me equivoco—insinuó la señora, mirándola de reojo.
—Claro que te equivocas, ¿por qué dices eso?—respondió con sorpresa sintiendo un torrente de emociones.
—Primero, llegas y me dices que tienes náuseas, y segundo, dices que se te antojaron unos mangos. ¿Qué quieres que piense, hija?
—Mamá, primero, tengo náuseas por el largo trayecto que tuve que recorrer para llegar acá. Y segundo, se me antojó el mango porque es mi fruta favorita. No hay como comer un mango recién cortado de tu casa después de estar tanto tiempo lejos de ella, ¿me explico?.
—Tienes razón, hija mía. Olvida lo que te dije y vamos, te ayudo a desempacar. Pero oye, qué alegría me hubiera dado saber que estes panzona.
—Panza sí tengo, pero no de la que piensas—respondió entre risas mientras subían las maletas a su habitación.
Su cuarto había experimentado varias mejoras: nuevas decoraciones adornaban las paredes, una cama recién adquirida ocupaba el centro de la habitación, y muebles flamantes exhibían una pila de libretas, recuerdos de sus antiguos comienzos como autora de libros. Sentía una profunda alegría al volver a contemplar sus queridas reliquias.
Los conectores de electricidad estaban dispersos por todas partes. Le alegraba saber que estaría conectada a la red durante largos periodos de tiempo, pero el tiempo era lo que menos tenía.
—¿Qué tal, Helena?
—Mamá, no tenían por qué hacer esto. Solo estaré un par de días—respondió ella, sintiendo una mezcla de gratitud y culpa.
—Bueno, pues será para cuando vengas de visita o cuando traigas visitas—insistió su madre con una sonrisa acogedora.
—Gracis mami, en verdad que los extrañe tanto—dijo abrazándola, sin embargo, detuvo el gesto al escucharla hablar.
—Y por qué no te gusta venir al pueblo, ¿por qué te fuiste tan lejos, mi vida?—Las palabras de su madre sonaron como un reclamo, pero también las sintió como un alivio.
—El trabajo, mamita.
—Pero en esta casa puedes escribir todo lo que quieras. Nadie te molestará. Es más, no te pido que te alojes aquí. Tu casa estará lista en unos cuantos meses. No esperes que pasen los años para regresar de nuevo, hija mía.
—Mamá, estoy muy cansada para hablar sobre eso, en serio, ya tengo que dormir—dijo acercándose a la cama, mientras desabrochaba su bra.
—Hija...
—Mami, porfa...
—Descansa mi vida.
—Hasta mañana—murmuró antes de tirarse en su cama. Quería cerrar los ojos, pero algo se lo impedía. Finalmente, cuando pudo cerrarlos, no los volvió a abrir hasta el siguiente día.
Despertó con una sonrisa en el rostro. El aroma de la comida de su madre nunca lo había olvidado, y ya no quería esperar ni un minuto más para disfrutar de un delicioso caldo de res preparado por las mismas manos de su madre, a quien consideraba la mejor cocinera del mundo. Pero antes de saborear esa delicia, tenía que cambiarse y buscar algunas cosas.
Su celular contaba con un 10% de batería y con rapidez buscó su cargador, antes de salir de su habitación, verificó su buzón de entrada. No había ningún mensaje de Stanly ni mucho menos una llamada. Quería llamarlo, pero sería muy hostigante hacerlo cuando él mismo le dijo que lo haría. Dejó su celular cargando y bajó a la cocina.
—Buenos días.
—Buenos días, ya está la comida caliente para que te sirvas. Las tortillas están en la mesa.
—Gracias, maa...¿y papá?—Preguntó tomando un plato sirviéndose de comer.
—Está arreglando la camioneta.
—¿Y ahora que le paso?
—¿Quién sabe, siempre que la usa, descompone algo?—murmuro su madre.
—Pobre viejo, y eso que ayer la rojiza estaba bien—lamentó ella sacudiendo la cabeza.
—Hoy la llevo a su parcela y de regreso el motor ya venía todo averiado
—Pues quién sabe por dónde la llevo— añadió Helena con un suspiro antes de beber un vaso de agua.
—Solo Dios... Helena, voy a regar las plantas, pero si quieres, me quedo a...
—No, mami, tú ve con tus plantas, que yo disfrutaré de tu exquisito caldo de res que con solo olerlo se me hace agua la boca—añadió con una sonrisa, al ver su alegría en la mesa.
—Estaré atrás entonces—
Su mamá salió de la cocina. Helena, con la cuchara a medio camino de su boca, contuvo la respiración. El dolor de la quemadura fue agudo e instantáneo, pero paliado de inmediato por la explosión de sabor que inundó su paladar. Tanta nostalgia de la buena incitaba un simple plato de comida casera, llegó a pensar.