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8.1

—Les pedimos amablemente que observen sus lazos cósmicos; son las marcas en sus respectivos dedos. ¿Ven el brillo, verdad? Aquellos que no lo vean, por favor, diríjanse a la carpa al fondo del salón. Gracias por su asistencia. Ahora, los demás, por favor, coloquen sus gafas proporcionadas en la entrada. Es crucial hacerlo ahora para continuar con la siguiente fase.

—Helena, ¿debemos ponernos las gafas—preguntó Melisa en voz baja.

—Parece que sí—respondió con

el mismo tono.

—Ponte las tuyas primero, yo lo haré después de ti.

—¿Por qué?—murmuró la escritora.

—Porque sé que te encantan las películas de terror, o ¿me equivoco?

—Sí, me encantan, pero ¿qué tiene que ver eso?

—Pues eres la mujer más valiente y atrevida que conozco—dijo Melisa.

—Si de valiente hablas, mira a tu amiga Ana, ya se puso las gafas la muy atrevida.

—¡Qué hija de...! Pues yo también las usaré—murmuró Melisa entre dientes mientras se colocaba rápidamente las gafas, seguida por Helena.

—¡Carajo, no veo nada! ¿Ves algo, escritora?—Helena no respondió, solo tragó saliva después de sumirse en la oscuridad y el silencio. Un recuerdo desagradable cruzó su mente, acelerando tanto su respiración como su ritmo cardíaco, lo que la llevó a quitarse las gafas.

—Oye, ¿estás bien? Te escucho algo agitada—preguntó Melisa con preocupación.

—Estoy bien, solo me quité los lentes porque me siento un poco mareada, pero creo que ya estoy mejor.

—Ok, ¿y qué ves?

—Lo mismo, pero ya todas tienen las gafas puestas.

Por favor, sigan las instrucciones tal como se les indica o no podrán avanzar al siguiente paso.—La voz de una mujer resonó a través del altavoz con autoridad.

—Helena, ahí te hablan—agregó Melisa.

—Sí, ya lo sé.—La morena exhaló aire fuertemente de sus pulmones e inició sus ejercicios de relajación para calmar su ansiedad. Una vez más, logró su cometido y se colocó las gafas, regresando a la sombría tempestad que no pasó a mayores.

El siguiente paso es muy importante. Necesito que todos guarden silencio, se concentren y no sientan pánico ante la fuerza de atracción que experimentarán en estos momentos.

—¿Fuerza de qué...? ¡Ay, mamita linda! —exclamó Melisa al sentirse como un imán buscando el polo negativo de un polo positivo.

Las personas en esa sala estaban aterrorizadas por una sensación ajena que emanaba de su lazo cósmico; esa sensación, en poco tiempo, se adueñó por completo de sus organismos, generando terror aún mayor en sus rostros.

—¿Qué diablos está pasando?

—Quiero irme de aquí.—se escuchó decir entre el bullicio de las personas.

Silencio por favor, no hablen y no se quiten sus gafas hasta que se les ordene. Déjense llevar por esa atracción que nace en lo más profundo de su alma y encuentren lo que están buscando.

"¿Qué debo encontrar? ¿Qué es esta sensación?". Esas preguntas y muchas otras surgían en la mente de Helena con cada paso que daba con los ojos cegados y el corazón palpitando en su pecho.

Un tirón insistente en su dedo derecho la impulsaba hacia adelante, como si una fuerza invisible la guiara; realmente sentía un lazo enrollado en su dedo derecho siendo tirado por alguien en algún lugar de aquel enorme salón. Extendió sus manos moviéndose entre un cúmulo de personas, pasando a través de estas sin detenerse, dando zancadas con la intensa determinación de llegar a la fuente de atracción, de la cual estaba segura que era mutua. Lo supo al instante cuando su mano se vio aligerada hacia atrás, ella también era la fuerza de atracción para alguien más. De pronto, sintió que la atracción se intensificaba. Un torrente de emociones la invadió: sorpresa, emoción, un atisbo de miedo... pero también una irresistible sensación de anhelo.

Su corazón latía con fuerza, desbocado por la adrenalina y la incertidumbre. Y aún así, no estaba a favor de esas cálidas sensaciones que brotaban de la nada en algún punto de su ser.

Helena se detuvo en seco, tenía la certeza de haber encontrado al responsable de aquella fuerza que tiraba vorazmente de ella. La respiración agitada de alguien resonaba en sus oídos, cada vez más cerca. Extendió su mano derecha, temblorosa pero decidida, buscando la fuente de esa atracción magnética. Sus dedos rozaron una palma fría como el hielo, pero al instante, un calor envolvente recorrió su cuerpo.

Un jalón inesperado la impulsó hacia adelante, sin tiempo para reaccionar. Su frente chocó contra un mentón firme, y un gemido ahogado escapó de sus labios.

Un cosquilleo helado recorrió su nuca, cuando una inhalación profunda, seguida de una exhalación cálida, rozó su piel.

Helena tembló, sin saber si agradecer o temer la cercanía de ese cuerpo desconocido, solo sentía la tensión apoderándose de ella mientras un aroma varonil, intenso y embriagador, invadía sus fosas nasales, acompañado de un impulso latente en su pecho que hizo que su corazón desacelerara su ritmo cardíaco hasta sincronizarse con el latido de la persona que la rodeaba.

Se sentía cautivada por deseos que se intensificaban con cada roce, con cada segundo que pasaba cerca de aquello. Anhelaba algo más que un simple apretón de manos, algo que desafiaba su propia voluntad. En un acto impulsivo, que jamás habría imaginado, sus labios se encontraron con los de la otra persona en un beso inesperado y apasionado.

Un mareo la invadió, pero en medio de la confusión, una chispa de reconocimiento iluminó su mente. Esos labios le eran conocidos.

—Nota final del capítulo:

Ese beso apaciguó cualquier tipo de sensación proveniente del lazo cósmico.

Helena ya era libre de negarse a la atracción, de aquella fuerza inquebrantable, pero por alguna razón se sentía la dueña genuina de esos labios: los labios de un hombre dudoso de amor.

Ella terminó con el beso y guardó silencio mientras la voz de arriba terminaba de explicar lo acontecido.