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Prólogo: El nacimiento de un bendecido.

En un pueblo pequeño, la tarde se había tornado un poco diferente de lo habitual, nubes grises cubrían el cielo y estruendosos truenos se hacían escuchar por todo el lugar. El viento fuerte acompañaba las anomalías del cielo y no solo eso, la preocupación de los habitantes al estar confundidos por el fenómeno presente.

Esa misma tarde, en una pequeña cabaña, se escuchaban los fuertes gritos de una mujer, sus gritos provenían del cuarto principal. Allí se encontraban varias personas, una mujer que apenas estaba entrando en la tercera edad, un joven adulto que sostenía la suave y frágil mano de una mujer, mujer que era causante de los gritos. La razón de su agonía se debía a que estaba dando a luz.

La tez de la joven mujer era pálida, llevaba un buen rato pujando y el bebé aún no salía, la aceleración cardíaca estaba presente y la falta de oxígeno también estaban dificultando el parto. Los truenos se hacían cada vez más fuertes y la lluvia fría comenzó a caer en el pueblo, la gente sin estar al tanto del parto, estaban resguardados ya que la fuerte tormenta era diferente a los que ellos habían vivido.

El joven adulto con una mirada de preocupación apretaba la mano de la mujer. El joven al ver a su esposa en tan lamentable estado, le preguntó a la señora que atendía el parto.

—Susan... ¿Qué sucede? ¿Por que Ailyn se encuentra tan mal? ¿Por que nuestro bebé aún no ha nacido?

La señora al tanto de las preocupaciones del joven, tampoco sabía muy bien que responder. Con un largo suspiro ella dijo:

—Albert. Ailyn sufre de problemas cardíacos, además de que tiene horas pujando lo cuál le corta la respiración haciendo que pierda oxígeno y se le haga difícil recuperarla en el acto —la voz de Susan era baja y certera—. También ha perdido mucha sangre, y mi magia de curación por alguna razón es incapaz de hacer efecto. Lo siento mucho.

Susan con tristeza apretaba sus manos en señal de impotencia, ella era incapaz de hacer algo a pesar de ser una maga médica, considerada la mejor en su pueblo.

Albert al escuchar las palabras de Susan, apretó los dientes y con frustración miró a su esposa.

—Cariño ... el bebé, nuestro bebé —con una voz muy débil y titubeante, Ailyn le hablaba a su esposo. Debido a los truenos y que estaba debilitada, ella no escuchaba la conversación. Aun así, ella sabía que algo estaba mal, pero el inocente corazón de la joven aún tenía esperanza—. Nuestro bebé va a estar bien, ¿verdad?

con esas palabras casi sollozando de su esposa, Albert no pudo aguantar más y las lágrimas empezaron a salir de sus ojos color miel.

—Oh, cariño ...

Albert una vez más apretó la mano de su amada y con furia gritó a los cielos.

—¡Dioses! ¡¿Que les hemos hecho nosotros para pasar por esto?! ¡¿Por qué demonios nos castigan así?! Mi amada, mi dulce y hermosa Ailyn, ella no tenía porque sufrir tanto, solo queríamos tener una vida feliz y en paz con nuestro hijo, pero ustedes... ustedes, por favor... salven a mi hijo, salven a mi esposa... se los ruego, Dioses, salvenme...

Tanto Susan como Ailyn rompieron en llanto, Susan crió a Ailyn desde que era pequeña, muy pequeña, el amor y el afecto de una madre crecieron en ella y no pudo evitar amar a la niña. Es por eso que Albert no discutió con ella, porque sabia que ella sufría más.

Ante la furia y la tristeza de la joven pareja, los truenos se intensificaban mucho más, tanto que hasta la cabaña temblaba. Cuando la luz de un rayo iluminó el cuarto, Albert logró notar que su esposa poco a poco cerraba sus ojos negro. A pesar de tener un color oscuro, sus ojos irradiaban un brillo encantador, pero... ese brillo se estaba apagando. Albert con más furia gritó más fuerte a los cielos.

—Alguien, Dioses, ancestros, druidas... por favor, hagan algo, si de verdad ustedes existen, hagan algo... por favor.

la última palabra de Albert fue dicha en voz baja mientras agachaba su cabeza y se aferraba en la mano de su amada con lágrimas.

Distintas razas poseían sus diferentes creencias religiosas, pero para Albert, nada de eso importaba. Lo único que quería era que alguien lo ayudará, quien sea, con tal de salvar a su amada e hijo.

Al ver que nada sucedía, Albert no insistió, lágrimas y lágrimas salían de él y no podía hacer nada. Todo lo que amaba estaba a punto de abandonar este mundo y con ella, su otra razón de vida. Susan solo se apoyó en el brazo derecho de Ailyn y lloró de rabia y tristeza.

—Por favor... salven... a mi... hijo...

la apagada voz de Ailyn fué la gota que derramó el vaso. Un sin fin de lamentos y clemencias siendo descargadas en la habitación, con la esperanza de que alguien respondiera a su ayuda. Tanto rogar, tanto llorar, tanto pedir para que al final alguien respondiera.

—Si tanto lo desean, pues así será.

Una melodiosa y dulce voz se escuchó en toda la habitación. Los ojos de Susan y Albert se abrieron en grande al escuchar la voz, ellos miraron al cielo y de allí descendió una pequeña luz blanca que lentamente entró al estómago de la casi fallecida Ailyn.

—El ha sido bendecido por mi, y por mí vivirá, su futuro estará lleno de incertidumbres y su destino será inevitable. Recordad quien respondió a sus clamores, y quien ayudó en su tragedia. vivan por él, vivan por mi, su Diosa, Alkana...

Ante semejantes palabras, solo podían responder con un gracias desde lo más profundo de sus corazones. Así, el nacimiento de un bendecido hizo presencia en un remoto y pequeño pueblo en medio de una fuerte tormenta inusual...

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