Hace veinte años, un susurro de la noche marcó a la humanidad. sombras negras surgieron como lágrimas de la penumbra nocturna, amenazando con borrar nuestra existencia de la faz de la tierra, sembrando miedo en los corazones que temían la llegada del ocaso. En respuesta, se alzaron agencia en cada rincón que tocase la noche, como faros solitarios que destellaban esperanza. Se forjaron alianzas con almas distintas a las humanas, espiritus que se desvanecian protegiendo la frágil luz de la cruel humanidad.
La noche, otrora refugio de sueños y confidencias, se había convertido en un depredador implacable. Sus sombras, lejos de ocultar meros seres de oscuridad, velaban un comercio macabro que prosperaba en el silencio, una verdad inconfesable que se ocultaba tras la máscara del mito. No solo niños dotados desaparecían; la tragedia se extendía a todos aquellos relegados a las márgenes de la sociedad: los huérfanos de las calles olvidadas, los condenados por la pobreza, los estigmatizados por su origen. Algunos eran vendidos a familias desesperadas, buscando un consuelo efímero en una sonrisa ajena; otros, sin embargo, caían en manos de monstruos disfrazados de hombres, destinados al mercado negro de órganos o a un destino aún más atroz.
Orfanatos cerraban sus puertas, no por falta de niños, sino por la ausencia de esperanza. Padres, desgarrados por el hambre y el miedo, sacrificaban a sus propios hijos, convirtiendo el amor en una moneda de cambio. Los barcos que sucumbieron en aquella tormenta no transportaban solo vidas; llevaban consigo un cúmulo de pecados, el símbolo de un sistema corrupto que había mercantilizado el sufrimiento humano. Los "Golden Children", con sus excepcionales habilidades, eran el premio más codiciado, pero la tragedia no discriminaba: niños ordinarios, tan frágiles como valiosos, compartían el mismo destino de jaulas y cadenas.
Cuando las entidades conocidas como "gila" emergieron de las sombras, su justicia no se limitó a los culpables. Su imparcialidad implacable consumió al opresor y al oprimido por igual, dejando a la humanidad sin tiempo para la expiación. Sin embargo, en esa oscuridad surgió una verdad ineludible: la verdadera amenaza no eran las "gila", sino la propia humanidad, con su insaciable codicia, su miedo paralizante y su capacidad ilimitada para infligir dolor.
A pesar de todo, la resistencia persistió. No héroes ni mártires, sino individuos imperfectos, rotos, aferrados a un propósito que rehusaban abandonar, pues su renuncia equivaldría a aceptar la extinción de la esperanza.
El pastor teme a los lobos, pero ¿qué sucede cuando los corderos mismos se transforman en bestias? Esta es la pregunta que se cierne sobre la humanidad en el umbral de la catástrofe.