Angélica yacía en su cama, sintiendo sus párpados cada vez más pesados. Sin embargo, no podía dormir. Su cuerpo nunca se había sentido tan vivo. Podía sentir su corazón latiendo, su sangre fluyendo caliente en sus venas y tarareando una canción de placer, sus nervios enviando calor a diferentes partes de su cuerpo y su piel hormigueando.
Incapaz de mantener los ojos abiertos, los cerró y permaneció en un estado entre el cansancio y la inquietud. ¿Qué le estaba pasando? Era tan extraño. Su cuerpo y su cerebro estaban trabajando el uno contra el otro. Finalmente, la oscuridad la envolvió.
Y luego llegó la luz. Era un día soleado brillante y Angélica vio la espalda de una mujer pelirroja que se apuraba hacia algún lugar. Tarareaba felizmente una melodía mientras se movía entre la multitud hasta llegar a un gran palacio. La mujer se detuvo en las puertas, sintiendo que algo no estaba bien. Entró y se dirigió a la puerta delantera que estaba abierta.
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