Eve
—Lo siento, pero por favor, no te muevas, Jules —dije, con mi carbón listo sobre el cuaderno de dibujo equilibrado en mi rodilla. Jules se sentó en el taburete frente a mí, con los brazos cruzados sobre su uniforme y su cabello cobrizo cayendo suelto sobre sus hombros. La luz del sol que entraba por las altas ventanas capturaba cada hebra ardiente, lo que hacía imposible no maravillarse de lo vivaz que se veía. Era vibrante por dentro y por fuera.
—No me estoy moviendo, Princesa —respondió ella, su tono burlón. Sus ojos brillaban y sus labios se curvaban en una sonrisa burlona. Siempre parecía tener esa mirada —traviesa, como si supiera algo que yo no. Un secreto al que no tenía acceso.
—Lo estás —insistí, mordiéndome el labio mientras arrastraba el lápiz por la página—. Justo ahí. Te moviste.
—Tenía que respirar —replicó ella, levantando una ceja—. ¿Ahora eso es un crimen?
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