Los sonidos de los pájaros en los árboles despertaron a Bell de la mejor noche de sueño que había tenido en mucho tiempo. Sin sueños, pero tampoco pesadillas. Solo un sueño reparador.
Ella ajustó su posición muy ligeramente, y el fuerte brazo de Galen alrededor de su cintura se apretó. Lo suficiente para sostenerla de forma segura pero no tanto como para hacerla sentir restringida. Ella sonrió y colocó su mano sobre la de él.
Galen dejó escapar un gruñido suave, acurrucándose contra el omóplato de ella y apretándola más cerca.
Bell rió.
—Es hora de despertar, guapo. Es de mañana —dijo Bell con delicadeza, dando palmaditas en la mano de Galen mientras hablaba.
Él gruñó y murmuró y luego la atrajo más hacia él. Ella se rió mientras el gran cachorro insistía en quedarse en la cama.
—Mmm... —dijo ella—, para alguien que conoce tan bien las restricciones de apareamiento de Invierno, parece que no tienes problema en dormir juntos.
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