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Espera

La voz que rompió el silencio tras el relato de Tureli, fue la de Riju, la joven y valiente Matriarca de los Gerudo. Sentada junto a Link, un leve sonrojo coloreaba sus mejillas, como si revivir aquella historia despertara emociones que trataba de ocultar.

—Como ya sabréis, de repente una tormenta de arena comenzó a azotar la región con una fuerza devastadora —comenzó, con la voz temblando entre la memoria y el deber de relatarla—. Pero no era una tormenta común. A su paso aparecieron unas extrañas formaciones que parecían colmenas. Y, desde esos nidos malditos, emergieron criaturas descompuestas, casi momificadas… Se llamaban Gibdos.

—¡Por Hylia! —exclamó Josha, asombrada—. ¡Qué aterrador!

—Imagínatelo. La tormenta cegadora, y esas criaturas acechando entre la arena… —Riju bajó la mirada un instante, su voz volviéndose un susurro sombrío—. Mi gente estaba atrapada entre el horror y la incertidumbre. 

—¿Qué decisión tomaste? —preguntó Prunia, cuyo papel como líder de Fuerte Vigía la hacía interesarse en las decisiones de otros líderes—. Debió ser una situación muy difícil de manejar.

—Lo fue —admitió Riju, asintiendo con gravedad—. No había tiempo para dudas. Decidí abrir las catacumbas de la ciudadela, buscando refugio en lo profundo para evacuar a la mayoría de las mujeres Gerudo. La ciudadela estaba inhabitable, cubierta de arena hasta el último rincón. Mientras, reuní a mis guerreras más valientes y nos dirigimos a las ruinas que hay antes de llegar al Bazar Sekken, buscando la forma de detener a aquellas abominaciones, confiando solo en las enseñanzas de nuestros textos más antiguos.

Link, escuchando cada palabra, sintió la adrenalina de aquellos momentos y, sin darse cuenta, empezó a compartir su parte de la historia, con una sonrisa que traicionaba cierta vergüenza.

—La verdad, no tenía claro a dónde ir… Así que decidí dirigirme hacia la ciudadela Gerudo —admitió, rascándose la nuca con una mezcla de timidez y determinación—. Algo me decía que encontraría respuestas allí.

Link continuó su relato, con todos sus amigos atentos y expectantes. Mientras hablaba, no podía evitar pensar en lo surrealista de la situación que había vivido. Recordaba el viento del desierto golpeando su rostro, la arena volando en remolinos que cegaban la vista y hacían imposible ver más allá de su propia mano. "Definitivamente, no era un día para caminar al aire libre," pensó, recordando cómo cada paso lo hacía sentir más como un pez atrapado en una tormenta de arena.

Cuando por fin alcanzó la ciudadela Gerudo, el lugar estaba completamente desierto. Las calles, antes bulliciosas, dormían bajo montones de arena que parecían haberse asentado allí para siempre. Mientras deambulaba entre callejones, algo llamó su atención: una alcantarilla abierta, allí, en un rincón. Sin pensarlo mucho —quizá demasiado poco, se dijo ahora a sí mismo—, se coló por la abertura.

Una vez dentro, sus ojos se adaptaron lentamente a la penumbra, y allí, flotando en el agua sucia, comenzó a verlas: botellas, y dentro de cada una... mensajes. "¿Botellas con mensajes en una alcantarilla? ¿Es que hay un sistema de correo secreto aquí abajo?", se preguntó, rascándose la cabeza. Sacó uno de los mensajes y al leerlo, se sintió más confuso que nunca. Los mensajes eran de una ciudadana Gerudo pidiendo ayuda para salir de allí.

Intrigado y convencido de que esto tenía que significar algo, siguió el rastro de botellas, casi como si fuesen migajas de pan en un oscuro laberinto. Finalmente, el camino lo llevó a una trampilla cerrada. "¿Debería?", pensó, sin detenerse un segundo más. Pero en vez de subir por la trampilla, decidió usar su conocida habilidad de infiltración, atravesando el techo de forma que apareció justo al lado de una joven Gerudo que, al verle salir de la nada, lanzó un grito ahogado y retrocedió un paso, con los ojos como platos.

"Perfecto, Link, gran primera impresión," se dijo para sus adentros mientras trataba de ofrecerle una sonrisa tranquilizadora, aunque sin mucha convicción. Al mirarla más de cerca, Link notó que ella tenía las manos llenas de botellas vacías. Comprendió, de inmediato, que esta chica era la autora de los mensajes de auxilio que habían flotado hasta él, aunque, viendo su expresión asustada, se preguntó si había sido la respuesta que esperaba.

—Evidentemente, no esperaba que yo atravesara el suelo —dijo Link, riendo—. Y claro, el problema vino cuando, al verme, empezó a gritar a todo pulmón. Más aún cuando se dio cuenta de que era un Shiok. Menos mal que una de las guardianas me reconoció de cuando Riju y yo vencimos a Vah Naboris. Porque, de lo contrario, ya me veía poniéndome el velo Gerudo para quedarme en la ciudadela.

Link se sonrojó, sintiendo el calor subir a sus mejillas al recordar aquel incidente. Las estrictas leyes Gerudo prohibían la entrada de hombres a la ciudadela desde tiempos ancestrales, y él había sido, tal vez, la primera excepción en siglos.

La imagen de él, años atrás, vestido como una dama Gerudo para infiltrarse en la ciudadela, lo hizo debatirse entre la vergüenza y la risa. Aunque no podía evitar sentir un toque de incomodidad, también le parecía una de esas historias que, con el tiempo, le sacaban una sonrisa.

—Por cierto, algún día deberías contarnos exactamente de qué iba todo aquel espectáculo que montaste —continuó Riju, alzando una ceja con una sonrisa traviesa—. Me costó convencer a las ciudadanas de que dejaran entrar a un Shiok, ¡y tú casi echas todo a perder!

Link desvió la mirada, rascándose la nuca y haciendo un puchero de defensa.

—Dijiste que no se lo contaríamos a nadie…

Prunia estalló en carcajadas.

—¿Nuestro querido "Linky" metiéndose en líos otra vez? ¡A ver, cuéntamelo ya!

Riju se inclinó hacia Prunia, deleitándose en el relato.

—Pues resulta que nuestro héroe pensó que sería una buena pasear por la ciudadela… disfrazado con el atuendo del Clan Yiga —dijo, señalando a Link con una sonrisilla triunfal—. ¡Delante de todas las guardianas!

Prunia soltó una carcajada estruendosa.

—¿El atuendo del Clan Yiga? ¡Por la Diosa Hylia, Link! ¿En serio?

—Pensé que sería más fácil entrar así… —se defendió Link, con las mejillas enrojecidas—. ¿No es un disfraz útil?

Riju suspiró, aunque la diversión era evidente en su voz.

—No, si te encuentras en el único lugar donde ese atuendo equivale a una declaración de guerra. Varias guardianas ya tenían las lanzas en mano antes de que Adine lo reconociera al quitarse la máscara. Recordando que aún lo necesitábamos, intercedió por él; de lo contrario, habría pasado una buena temporada en prisión. ¡Eso sí que es lealtad, incluso en los peores momentos!

Prunia estaba llorando de la risa, sujetándose el estómago.

—¡Eres un caso perdido, Linky! El único héroe que logra salvar al mundo mientras causa incidentes diplomáticos… por error.

Link bajó la mirada, avergonzado, mientras Riju y Prunia continuaban riendo. A pesar de todo, incluso él no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa al recordar lo absurdo de la situación.

Intentando salvar lo poco que quedaba de su dignidad, Link carraspeó, desviando la mirada.

—S-supongo que deberíamos ponernos en marcha… ¿no? Me da que ya nos hemos pasado bastante tiempo aquí…

—No te preocupes, Linky —le interrumpió Prunia con una sonrisa traviesa, más interesada en la historia que Riju contaba que en las prisas de Link—. Antes de que os adentréis en el abismo, tienen que llegar Hozlar y su patrulla. No podemos dejar que os quedéis sin retaguardia, o cualquier monstruo podría darnos un susto de esos que ni tú podrías arreglar.

—Ahora que lo mencionas... —intervino Rotver, frunciendo el ceño—. ¿No deberían haber llegado ya?

—Pues, según me ha contado uno de los pajaritos de Penn... —Prunia hizo una pausa dramática, mirando a todos con cara de preocupación—, parece que han tenido problemas. Una horda de monstruos apareció de repente.

El silencio cayó sobre el grupo, y las caras se llenaron de inquietud. Las hordas habían sido un problema constante desde la desaparición de Link y Zelda. La aldea Ona-Ona había sido saqueada por piratas, dejando a sus habitantes sin hogar. Gracias a Link, lograron sobrevivir y, con la ayuda de Karud, reconstruyeron el lugar hasta dejarlo mejor que antes. Pero esos recuerdos no calmaban del todo el ambiente tenso que se había creado.

—Bueno, bueno… —dijo Prunia, sonriendo mientras trataba de contener la risa—. ¿Dónde nos habíamos quedado? ¡Ah, sí! Cuando Link acabó en la prisión Gerudo por pasear por la Ciudadela disfrazado de miembro del Clan Yiga…

Link se ruborizó al recordarlo, pero en el fondo no podía evitar sonreír. Aunque tal vez Zelda se habría reído más de lo que él quisiera, no le molestaba que sus amigos disfrutaran del momento.

Las carcajadas resonaron en la sala mientras todos revivían el absurdo de la situación. Incluso Riju, que al principio intentó mantener la compostura, terminó soltando una risita. El desayuno había terminado y, entre bromas y sonrisas, todos comenzaron a recoger los platos.

Era hora de moverse; después de todo, un cambio de escenario les vendría bien para despejar la mente. La preocupación por el retraso de Hozlar seguía presente, pero el ambiente ahora era más ligero, como si esa breve pausa hubiera renovado sus ánimos.

El aire fresco de la mañana les azotó el rostro, brindándoles un alivio después de haber estado encerrados en el despacho de Prunia desayunando. Al salir, se toparon con Pay, que se movía de un lado a otro, supervisando los suministros de la improvisada enfermería. Con la ayuda de Karad, lideraba con eficacia a los curanderos Sheikah que habían traído desde Kakariko, siguiendo las instrucciones de Impa, para asegurarse de que todo estuviera en orden antes de la batalla.

Link no pudo evitar sentir una oleada de admiración por ella.La joven tímida que había conocido hacía años había madurado, convirtiéndose en una líder fuerte y decidida para su aldea. Su capacidad para afrontar los desafíos del liderazgo era impresionante, especialmente con Zelda desaparecida. Entre otras cosas, había supervisado la investigación Zonnan que Tauro dirigía en su aldea, enfocándose en las misteriosas 'ruinas anulares' caídas.

Intercambiando un par de palabras con Prunia, se dirigió hacia ella, no solo para saludarla, sino también con la intención de invitarla a compartir un momento con ellos antes de la gran batalla.

—¡Hola, Pay! —la saludó con una sonrisa cálida—. ¿Cómo va todo? Los cinco sabios, Prunia y yo estamos esperando la llegada de Hozlar. Me encantaría que te unieras a nosotros un rato, estamos recordando viejas aventuras.

—H-Ho... hola, L-Link... —balbuceó Pay, con el rostro enrojecido por la cercanía del héroe. Link sonrió; aunque había crecido en muchos sentidos, su timidez seguía presente—. P-Por su-supuesto que me uniré. Solo... solo dame un momento, tengo que dejarle unas instrucciones a Karad y luego voy con vosotros.

Link asintió, sonriendo para tranquilizarla, sabiendo que, pese a sus nervios, Pay siempre encontraba la manera de demostrar su fortaleza interior.

Varios minutos después, Pay, la líder Sheikah, se acercó tímidamente al grupo, quienes en ese momento estaban riéndose de algo. Con las mejillas sonrojadas, Pay saludó con voz temblorosa.

—H-Hola... —balbuceó—. L-Link me dijo que estabais por aquí, ¿os i-importa si me uno?

—¡Claro que no! —exclamó Prunia, con una sonrisa traviesa—. De hecho, envié a Link a buscarte. No sé por qué has tardado tanto en venir.

—Y-yo... lo siento, estaba terminando de organizar los su-suministros... —replicó Pay, todavía algo nerviosa.

—No le hagas caso a Prunia, ya la conoces —intervino Link con una sonrisa tranquilizadora—. Todos sabemos lo importante que es tu trabajo. Por favor, siéntate con nosotros y tómate un respiro antes de que llegue la tormenta.

Pay asintió agradecida y se unió al grupo, sintiendo cómo sus nervios se desvanecían poco a poco.

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