Karl acababa de sentarse en su cama para meditar cuando sintió que alguien lanzaba un hechizo para calmarlos, o posiblemente para hacerlos dormir a todos. No estaba seguro si era una política del hospital para esa hora del día, o si habían molestado a alguien con sus bromas, pero decidió acostarse para meditar de todos modos.
El colchón era duro e incómodo, y Karl frunció el ceño mientras se relajaba sobre él.
—Acolchado, ¿verdad? —preguntó la rubia.
—He estado durmiendo en hamacas de seda de araña que se estiran para adaptarse a la distribución de peso de tu cuerpo. No creo que un colchón regular vuelva a parecerme adecuado —explicó Karl lentamente mientras sentía que el hechizo lo envolvía.
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