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Corazones de Guerra

Al llegar al borde del campamento, notó que Balam había regresado. El jaguar, imponente en la oscuridad, lo esperaba con una mirada inquisitiva.

—¿Encontraste algo? —preguntó Alan, aunque ya conocía la respuesta.

—Siguen cerca, puedo olerlos, puede que nos estén vigilando desde lejos.

—Entiendo…gracias puedes irte ahora.

Balam asintió y se desvaneció una vez más en la oscuridad, dejando a Alan solo en los límites del campamento. El frío de la noche se intensificaba, pero Alan apenas lo notaba. Sus pensamientos giraban en torno a lo que acababa de presenciar. Esa mujer... ¿cuántos más como ella había? Seres humanos atrapados en la frontera entre la vida y la corrupción, con una desesperación tan palpable que incluso él, un soldado endurecido por años de combate, podía sentirla en su propio ser.

Los rasgos físicos y psicológicos que presentaba la mujer eran similares al del desequilibrio, fenómeno que solo aquellos quienes son capaces de invocar y manipular a su nahual, como Alan, pueden sufrir a ese nivel. Al principio se presenta como cambios de humor repentinos y dependiendo del caso puede que la persona caiga en un sueño del que no se sabe si despertara o se convertirá en un monstruo que lo destruirá todo hasta morir.

Caminó de regreso hacia la fogata, donde algunos de sus hombres dormían, sus rostros relajados a pesar de la tensión de la situación. A Alan no le sorprendía la capacidad de su equipo para encontrar algo de paz, aunque fuera por unas pocas horas, en medio de un caos como este. Él, por su parte, no tenía ese lujo. Los recuerdos de cada batalla, cada pérdida, y ahora, de esa mujer que había encontrado, lo mantenían despierto, siempre vigilante.

Se sentó junto al fuego, el calor insuficiente para aliviar la frialdad que sentía en su interior. Sabía que necesitaba descansar, pero su mente no dejaba de trabajar. Balam había dicho que "ellos" seguían cerca, acechando. El enemigo no se quedaría quieto por mucho tiempo, y cuando atacaran de nuevo, probablemente no tendrían tanta suerte como en la última batalla.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por un suave sonido a su lado. Alik se había acercado, cubierto con una manta. El joven soldado se sentó junto a él sin decir una palabra, mirando el fuego como si esperara que las llamas le dieran las respuestas que buscaba.

—¿No puedes dormir? —preguntó Alan, sin apartar la vista del fuego.

—No —respondió Alik, después de una larga pausa—. No dejo de pensar en ellos... en lo que eran antes. ¿Crees que... alguna vez hubo una manera de salvarlos?

Alan suspiró. Esa misma pregunta lo había perseguido durante días. Tal vez, en otro momento, cuando la oscuridad no los hubiera consumido por completo, hubiera sido posible salvarlos. Pero ahora...

—No lo sé, Alik. Tal vez en algún punto pudieron haber sido salvados. Pero ahora... todo lo que podemos hacer es evitar que su sufrimiento continúe.

El joven soldado asintió, aunque claramente no estaba del todo convencido. La moralidad en tiempos de guerra siempre era difusa, y enfrentarse a enemigos que alguna vez fueron humanos complicaba aún más las decisiones. Pero no había lugar para dudas cuando la supervivencia estaba en juego.

De repente, un aullido distante rompió el silencio, haciéndolos a ambos ponerse en alerta. Alan tomó su rifle y se puso de pie, su mirada fija en la dirección de donde provenía el sonido. Balam tenía razón. Los estaban vigilando. Y esa presencia que había sentido antes... ahora era más fuerte.

—Despierta a los hombres —ordenó Alan en voz baja—.

Alik asintió y rápidamente fue a alertar al resto del equipo. Mientras tanto, Alan escaneó las sombras más allá del campamento, buscando cualquier señal de movimiento. Sabía que lo que venía sería una batalla diferente a cualquier otra. Ya no estaban luchando solo contra la corrupción, sino contra el tiempo. Si no lograban detener esto aquí y ahora, todo el mundo podría verse sumido en la misma oscuridad que había destruido a esa mujer.

El aire se cargó de tensión cuando los hombres se reunieron en silencio alrededor del fuego, listos para lo que sea que estuviera a punto de atacarlos.

—Cambio de planes muchachos, iremos de cacería. Carguen sus armas y provisiones.

—Sí señor.

Acataron las ordenes de su capitán, al igual que las hormigas que siguen a su reina, sin cuestionar, sin titubear. Alan los observó con una mezcla de orgullo y preocupación. Sabía que estaban listos para cualquier batalla, pero esta vez, las circunstancias eran diferentes. La corrupción no solo afectaba a los cuerpos de sus enemigos; también envenenaba el alma, y ningún entrenamiento los había preparado para enfrentarse a eso.

Los hombres comenzaron a moverse con rapidez, recogiendo lo poco que tenían, revisando sus armas y asegurándose de que estuvieran listos para el combate. El silencio de la noche parecía más profundo, más pesado, como si el mundo estuviera conteniendo el aliento antes de la tormenta.

—Capitán, ¿cuál es el plan? —preguntó uno de los soldados, ajustando el cinturón de su rifle.

Alan miró a su equipo, sus rostros oscuros e impenetrables a la luz titilante de la fogata. Sabía que no podía decirles toda la verdad. La desesperación y el miedo ya pesaban lo suficiente sobre ellos.

— Su plan es acecharnos y cazarnos, así que vamos a esperar a que vengan. —dijo Alan con voz firme. — Algo seguro es que están mirándonos y probablemente escuchándonos, no creo que sean idiotas, lo más seguro es que esperen a que yo duerma o me distraiga para atacar, saben que yo soy la mayor de las amenazas.

—Entonces…

—No saben que tan vulnerable estoy, probablemente intentaran manipularme o distraerme para alejarme o algo, nos dividiremos en dos equipos, A y B. Los del equipo A quiero que cambien sus municiones, ustedes usaran balas normales, los del equipo B seguirán usando balas de obsidiana y jade en caso de que nos ataquen con bestias infernales o algo parecido.

—¿Y cuál es el objetivo principal? —preguntó otro de los soldados, su voz cargada de tensión, pero también de determinación.

Alan lo miró directamente, sabiendo que, en este tipo de situaciones, mantener la confianza del equipo era fundamental.

—Simple

Mientras los soldados se ocultaban entre los escombros, preparándose para la emboscada, Alan se separó del grupo y caminó hacia el tronco donde había estado antes. Se sentó, sosteniendo su rifle con calma, observando el horizonte sin moverse. El tiempo transcurría lentamente, y la noche parecía interminable. No había señales del enemigo, ni ruidos que indicaran movimiento. El silencio era profundo y abrumador.

De pronto, una voz comenzó a susurrarle al oído.

—Es inútil... No tienes salvación. Todos morirán...

La voz era fría y maliciosa, pero Alan no reaccionó. No se movió ni respondió. Continuaba sentado en el tronco, con los ojos fijos en el suelo, aparentemente imperturbable. La voz trató de desestabilizarlo aún más. Una niebla comenzó a rodear su cuerpo encerrando su vista y ahogándolo en un paisaje infinito de niebla oscura.

—En estos momentos tus hombres están luchando por sus vidas mientras tú te sientas aquí, tranquilo... ¿No te importa lo que les pase?

Imágenes de sus soldados luchando, siendo masacrados y devorados, suplicando por sus vidas y por la ayuda de su capitán. El eco haría a cualquiera volverse loco, la sensación de realmente estaban a pocos metros suya le provocaría escalofríos, pero Alan siguió sin responder, como si las palabras, las imágenes y las sensaciones no tuvieran efecto en él. La voz, ahora más insistente, intentó provocar su ira.

—¿No te importa si mueren? ¿No ves que estás solo, que nadie te salvará? ¿Quién diría que serías alguien tan despiadado? ¿no tienes corazón? ¿no sientes piedad? ¿Quieres repetir lo mismo otra vez…?

Pero su paciencia parecía inagotable. La figura, desesperada por no obtener reacción, cambió de táctica.

—¿Cuántos son? —preguntó Alan de repente, con una calma que desarmaba cualquier intento de manipulación—. ¿Dónde se esconden?

La voz, tratando nuevamente de nublar su mente y su vista, le respondió con más susurros envenenados.

—Tus hombres... ellos no son tan fuertes como crees... Están destinados a fracasar. Al igual que los hombres y mujeres de este pueblo. Lucharon sin cesar una y otra y otra y otra vez, hasta que murieron, trataron de proteger a sus amigos, a sus familias a sus hijos, pero no funciono. Los usaremos como ofrendas para nuestro señor y no hay nada que puedas hacer para impedirlo. Su sangre será para alimentar al señor del Xibalbá que traerá un nuevo mundo, una nueva era, tal y como lo hizo hace 10 años…solo es cuestión de tiempo…para que regrese, más fuerte, más majestuoso, más glorioso que antes…

Alan sonrió levemente, aunque sus ojos no mostraban emoción.

—Confío en mis hombres. Ellos son más fuertes de lo que imaginas —respondió con firmeza— y en cuanto a tu señor…creo que no me conoces para nada…tal vez sea por la máscara, pero eso no importa…si crees poder traer de vuelta a esa estúpida calavera…tendrán que pasar por encima de mi cadáver.

La voz, irritada y ahora desesperada, intentó atacarlo por detrás. Sin embargo, antes de que pudiera tocarlo, Alan reaccionó con la rapidez de un cazador. Sacó un cuchillo de obsidiana y lo clavó en el aire donde la presencia parecía estar. No hubo resistencia. La figura desapareció, revelando que no había sido más que una ilusión, un truco creado para romper su espíritu.

Alan respiró hondo, la sensación de alerta aún presente en su mente. Sabía que no estaba realmente solo, aunque la voz hubiera sido un espejismo. Dio una señal a sus hombres. Era el momento de prepararse.

En cuestión de segundos, el campamento fue emboscado por los corruptos. Eran humanos cuyos cuerpos y almas habían sido infectados por el poder del inframundo, forzados a un despertar que luego los llevo a un desequilibrio abrupto y sumamente doloroso. No estaban solos: junto a ellos iban humanos normales, cubiertos por mantas oscuras y rasgadas quienes al igual que Alan llamaron a sus nahuales para la pelea.

—¡Prepárense para luchar! —gritó Alan, cargando su rifle.

Los hombres respondieron con la misma eficiencia de siempre, sabiendo que esta batalla no sería fácil. La verdadera guerra no era solo con los seres que veían frente a ellos, sino con las sombras que acechaban en lo profundo de sus corazones.

— ¡Que comience la carnicería!

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