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Capítulo 3: La Maquinaria del Miedo

El viento silbaba suavemente mientras los tres Astartes avanzaban entre las ruinas. Sus pasos, firmes y pesados, resonaban en el silencio de la ciudad devastada. No hablaban mucho, pero cuando lo hacían, se referían entre ellos como "hermanos". Su vínculo de lealtad y combate era más fuerte que cualquier palabra, y cada movimiento que hacían parecía sincronizado, como si fueran una sola unidad.

—Hermano, —dijo el Astartes táctico a su derecha—, cubriremos el flanco izquierdo. Mantened la línea.

El Astartes baluarte, con su gran escudo y espada, asintió, sin dejar de avanzar. Era el primero en la formación, abriendo el camino con su imponente presencia.

—Entendido, hermano, —respondió, su voz resonante bajo la máscara de su casco.

A medida que avanzaban, sus ojos biónicos escaneaban el terreno, buscando cualquier señal de movimiento. Sabían que los mutantes podrían aparecer en cualquier momento, y estaban listos para acabar con ellos tan rápido como surgieran.

El tercer Astartes, armado con su bólter, se movía con la precisión de un depredador. Cada paso calculado, cada giro de su cabeza escaneando las ruinas, esperando el momento en que la batalla los encontrara.

—Hermanos, —murmuró el Astartes táctico—, detecto movimiento adelante.

No hubo preguntas, solo acción. El Astartes baluarte se preparó para el impacto, levantando su escudo, mientras los otros dos levantaban sus armas, listos para abrir fuego.

Una manada de mutantes apareció entre los escombros, gruñendo y lanzándose hacia ellos con una furia descontrolada.

—¡Por el Emperador! —gritó uno de los Astartes, y los bólteres rugieron al unísono.

Las balas perforaron el aire, golpeando a los mutantes con precisión devastadora. Los cuerpos deformes caían uno tras otro, mientras el Astartes baluarte bloqueaba los ataques que se acercaban con su escudo, antes de abatir a los mutantes con su espada.

—Seguid avanzando, hermanos, —ordenó el Astartes baluarte—, estos enemigos son insignificantes.

La batalla fue rápida y letal, pero para los Astartes, esto era solo otro día de servicio. Cada uno de ellos seguía combatiendo con una eficiencia brutal, demostrando por qué eran los guerreros más temidos del universo.

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Mientras tanto, en la base, Jonás observaba el sistema.

El flujo constante de puntos por cada mutante abatido aparecía en su interfaz, y su total de puntos empezaba a subir de nuevo con cada baja.

—Nada mal, —murmuró Jonás, observando el conteo mientras crecía—. Estos Astartes son implacables.

Su total de puntos ahora le daba suficiente margen para empezar a pensar en sí mismo. Si iba a liderar este imperio, necesitaría algo más que ropa normal. Necesitaba una armadura, algo que lo hiciera ver imponente, pero sin gastar demasiados puntos.

Volvió a la interfaz del sistema, buscando entre las opciones hasta que encontró algo que le llamó la atención: una armadura táctica ligera, diseñada no para el combate directo, pero lo suficientemente resistente como para soportar daños menores y, lo más importante, se veía increíblemente bien.

—Esto es justo lo que necesito, —dijo, sonriendo mientras seleccionaba la opción.

La armadura apareció frente a él, materializándose lentamente. Era negra con detalles dorados, con un diseño ajustado que acentuaba su figura sin ser demasiado pesada. Las placas en los hombros tenían grabados que recordaban las inscripciones de los guerreros del Imperio, y la capa corta que colgaba de la espalda le daba un aire de nobleza.

—Perfecto, —murmuró mientras se la colocaba.

La armadura se ajustó a su cuerpo, y en cuanto la tuvo puesta, se sintió más seguro y poderoso. No era tan imponente como la de los Astartes, pero definitivamente le daba la presencia de un líder.

Jonás se miró en un reflejo improvisado que encontró en uno de los vidrios rotos del refugio y sonrió.

—Ahora sí parezco un verdadero comandante, —dijo, satisfecho.

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La Fragilidad del Líder

El día empezaba a caer, y los cielos oscuros de este mundo sombrío se volvían más opacos conforme se acercaba la noche. Jonás, en el refugio, había estado revisando los informes de los Astartes, observando cómo los puntos seguían acumulándose a medida que ellos eliminaban a más mutantes.

La puerta del refugio se abrió de golpe, y los tres Astartes regresaron con pasos firmes y pesados. Estaban intactos, como si la batalla contra los mutantes no hubiera sido más que una leve molestia.

—Maestro, hemos vuelto, —informó el Astartes baluarte, inclinando la cabeza levemente en señal de respeto.

—Bien hecho, —dijo Jonás mientras observaba la pantalla del sistema, viendo la cantidad de puntos que había ganado durante su misión.

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Puntos ganados: 200 por mutantes eliminados.

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Sumado a lo que ya tenía, Jonás estaba empezando a recuperar una cantidad considerable de puntos. Con 220 puntos en total, tenía suficiente para pensar en su próximo paso.

—Es hora de invocar más tropas, —murmuró, reflexionando mientras observaba su lista de opciones. Sabía que mañana sería un día importante, ya que saldrían a explorar en busca de supervivientes y más mutantes que abatir. Sin embargo, no podía dejar el refugio desprotegido.

Decidió que invocaría más Guardias Imperiales para asegurar la base mientras él y los Astartes se adentraban en el terreno. Tenía un plan claro, pero necesitaba seguir aumentando su fuerza.

Mientras los Astartes tomaban posiciones para descansar, Jonás comenzó a buscar provisiones para alimentarse. Era un simple acto cotidiano, pero con las tropas que lo rodeaban, se sentía más seguro que nunca. Mientras comía, una idea cruzó su mente: quería probar el arma del Astartes baluarte.

Miró al Astartes, que estaba en una esquina, manteniendo una postura de vigilancia. El escudo gigante y la espada que colgaba de su costado llamaban la atención.

—Oye, —llamó Jonás—, ¿me dejarías ver tu espada?

El Astartes baluarte giró la cabeza lentamente, sus ojos rojos brillando bajo el casco. Sin decir una palabra, sacó la espada y la ofreció a Jonás, extendiéndola hacia él.

Jonás, emocionado, se levantó y extendió la mano para tomar el mango. No esperaba que fuera tan pesada. En cuanto la agarró, sus brazos cedieron inmediatamente bajo el enorme peso del arma, y antes de poder evitarlo, se cayó al suelo, aplastado por el peso de la espada.

—¡Maestro! —exclamaron los Astartes al unísono, corriendo hacia él para ayudarlo.

Los tres Astartes se apresuraron a levantarlo, uno de ellos apartando la espada y otro sujetando a Jonás por los brazos. El Apotecario también se acercó, listo para tratar cualquier posible lesión.

—Está bien, estoy bien, —dijo Jonás, sacudiendo la cabeza, aunque claramente avergonzado.

Los Astartes intercambiaron miradas, y aunque no dijeron nada, Jonás pudo sentir su preocupación. Para ellos, su líder era frágil, un humano ordinario que no podía manejar la fuerza de las armas que ellos utilizaban con facilidad.

El Astartes baluarte habló con solemnidad:

—Maestro, no deberías exponerte a tales peligros. Nosotros luchamos por ti, y nuestra lealtad es protegerte.

Jonás sonrió de manera incómoda, mientras se frotaba los brazos adoloridos.

—Está bien, lo entiendo, —dijo, recuperando su compostura—. Es solo que... bueno, quería probarlo.

Los Astartes asintieron, aunque en sus miradas se podía ver la determinación de que su líder no debería ponerse en peligro de esa manera nuevamente.

—Mañana saldremos a explorar, —continuó Jonás, cambiando de tema—. Necesitaremos todas nuestras fuerzas listas.

—Como ordenéis, maestro, —dijo el Astartes baluarte, inclinando la cabeza una vez más.

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La Búsqueda de Supervivientes y Recursos

La mañana comenzó tranquila, pero Jonás sabía que este día sería crucial. Con los puntos que había acumulado durante la noche, ahora tenía 220 puntos a su disposición. Era el momento de reforzar la base.

Abrió la interfaz del sistema y seleccionó la opción para invocar cuatro Guardias Imperiales más. Cada uno costaba 50 puntos, y aunque no eran tan poderosos como los Astartes, serían suficientes para mantener el refugio seguro mientras él y los Astartes salían en busca de más recursos y posibles supervivientes.

Con un parpadeo de luz, los cuatro Guardias Imperiales aparecieron frente a él. Como todos los que había invocado antes, se arrodillaron en señal de respeto, reconociendo su autoridad absoluta.

—Maestro, estamos listos para servir, —dijeron al unísono.

—Levantaos, —respondió Jonás, mirándolos con satisfacción—. Vuestra tarea será proteger la base mientras salimos a buscar más recursos.

Después de invocar a los Guardias Imperiales, Jonás miró su recuento de puntos. Le quedaban 20 puntos, apenas lo suficiente para cubrir las necesidades básicas. Decidió usar esos últimos puntos en comida y agua.

Una vez hecho esto, Jonás comenzó a pensar en el futuro. Sabía que no podía depender del sistema para siempre. Necesitaba una solución más sostenible para asegurar la comida a largo plazo.

Llamó al Adeptus Mechanicus, que había estado trabajando incansablemente mejorando la base. El tecnosacerdote se acercó rápidamente, su mirada fija en Jonás.

—Adeptus, —comenzó Jonás—, necesitamos una solución a largo plazo para la comida. No podemos seguir gastando puntos en esto.

El Adeptus Mechanicus asintió, su voz metálica resonando en la sala.

—Maestro, —dijo—, hay una solución posible. Podemos convertir los cuerpos de los mutantes en biomasa nutritiva. Sin embargo, necesitaremos piezas específicas para completar la maquinaria necesaria.

Jonás frunció el ceño, intrigado.

—¿Qué tipo de piezas?

El Adeptus comenzó a enumerar componentes con nombres complejos:

—Necesitaremos un "Neuroconductor de Energía," un "Cámara de Digestión Bioquímica," y un "Sistema Extractor de Nutrientes."

Estos componentes estarán disponibles en el sistema, pero no tenemos los puntos suficientes para adquirirlos—penso Jonás.

Jonás revisó el sistema, y efectivamente, los componentes estaban allí, pero cada uno tenía un costo elevado. No tenía suficientes puntos para comprarlos.

—Tendremos que salir y conseguir más puntos, —dijo Jonás, resolviendo el dilema rápidamente—. Vamos a buscar supervivientes, matar más mutantes y ganar suficientes puntos para adquirir lo que necesitamos.

El Adeptus Mechanicus asintió, listo para lo que viniera.

—Como deseéis, maestro.

Jonás reunió a sus tropas, explicando su plan. Los Astartes irían a la mision, los Guardias Imperiales se quedarían en la base con el adeptus y el Apotecario se iría tambien para la misión. Era hora de salir del refugio y enfrentarse nuevamente a los peligros del mundo exterior.

"Si viene algún superviviente a la base dejarlo entrar y quitarle las armas si poseen alguna"—instruyo Jonás.

Sabía que cada mutante que abatieran les otorgaría más puntos, y con suerte, encontrarían a algún superviviente que pudieran llevar de vuelta al refugio.

El sol empezaba a elevarse en el horizonte mientras Jonás y su equipo se preparaban para marchar. Este mundo era duro, pero con cada paso que daba, su imperio comenzaba a tomar forma.

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