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Capítulo 7

Era un hermoso y soleado domingo en el que la casa se llenó de alegría con la presencia de mis hermanos, siendo el primero en llegar, Raúl, junto a su esposa y mis sobrinos Saúl y Diego. Mi hermano, al verme bajar las escaleras, me recibió con un cálido abrazo y se ofreció a acompañarme para buscar a Eva. Mamá le había comentado que tenía una «invitada especial»; ella, como siempre malinterpretando las cosas.

A modo de excusa, le dije a mi hermano que no iría muy lejos, mientras que a mamá le comenté que comería el desayuno al volver. Al resto de mis hermanos no los pude recibir, ya que me fui a buscar a Eva, pues temía que se pusiese más nerviosa de lo que imaginaba que estaba y al final terminase rechazando mi invitación.

Salí de casa con la idea de llevar a Eva a un salón de belleza y luego comprarle algo de ropa. No sabía cómo reaccionaría ante ese detalle, pero era mi objetivo convencerla. La razón no era que me avergonzase su apariencia ni su situación social, sino que se sintiese cómoda con mi familia sin temor a sentirse juzgada; anhelaba que disfrutase un día como una chica normal de su edad.

Llegué a la cafetería del señor Francisco al cabo de unos minutos y compré dos sándwiches de jamón, seis empanadas de pollo y un jugo de manzana de dos litros, esto para que la señora Cecilia tuviese provisiones hasta el retorno de Eva.

Al salir de la cafetería, tomé un taxi que me dejó, como la mayoría de los taxis que tomaba, a dos cuadras del barrio. Ya para entonces, el miedo que sentía al rondar por ese lugar empezaba a disiparse. Iba tranquilo de camino a la casa de Eva, la verdad es que no tenía razones para apresurarme ni mucho menos hacerla sentir apurada. 

Cuando llegué, me tomé el atrevimiento de entrar a la casa y sorprender a Eva con el desayuno, pero solo me encontré con la señora Cecilia, quien, como siempre, yacía sentada en su silla de mimbre.

—Buenos días, señora. ¿Cómo está? —saludé—. Disculpe, pero, ¿dónde está Eva?

—Buenos días, mijo —hizo una pausa para respirar profundo, se le veía bastante cansada—. Eva fue a darse un baño, te dejó dicho que la esperases.

—Bueno, la esperaré entonces —dije—. Por cierto, tenga, le he traído algo de comer… Espere, ¿dijo que Eva fue a darse un baño?

—Sí, es algo que hacemos todos los días en el río… Eva suele comprar jabón y champú cada cierto tiempo con el dinero que hace con su trabajo.

—¡Vaya! No tenía idea de ello… Aunque eso explica algunas cosas —comenté con un dejo de vergüenza—. Dígame algo, y perdóneme el abuso, pero, ¿hace cuánto que conoce a Eva?

La pregunta surgió de la nada, como única manera para saber algo más sobre Eva y desde un punto de vista que no fuese el de ella.

—Desde que era un bebé —respondió.

—¿En serio? —pregunté asombrado.

—Así es… La encontré justo el día en que nació, un 2 de febrero de 1993; jamás olvido esa tarde. Estaba buscando algunas sobras de comida entre la basura y, de repente, escuché el llanto de ese bebé tan hermoso y blanco como la nieve. Se encontraba en una canasta y envuelta en telas muy finas, de muy buena calidad. Supe de inmediato que la habían abandonado… Debajo de una almohada había un papel con su nombre escrito y la fecha de su nacimiento.

—Vaya —musité—. Eso es frustrante… ¿Ella lo sabe? —pregunté.

—Jamás se lo oculté, he sido honesta con ella desde siempre, le he evitado muchos dolores y resentimientos.

—Ha hecho bien —musité, justo cuando Eva llegó.

Seguía vistiendo el conjunto de siempre, pero me resultó peculiar verla con el cabello húmedo y una roída toalla sobre sus hombros, con la que evitaba mojar su ropa.

—Eva, cariño, ven a comer tu desayuno antes de que se vayan —le sugirió la señora Cecilia.

—No se preocupe por eso —intervine—, guárdelo todo para usted, ya que Eva estará en mi casa, le aseguro que no le faltará nada de comer.

Eva me miró confundida, aunque no dijo nada y terminó de alistarse.

—Bien, abuela, ya me voy… procura guardar bien la comida y administrarla hasta las cinco de la tarde —le dijo Eva a la señora Cecilia.

—Pásenla muy bien, y Paúl… —hizo una pausa para pedirme con señas que me acercase a ella—. Gracias por este detalle, hacía mucho que deseaba que Eva disfrutase de un día normal.

—Es todo un placer, lo hago con mucho gusto —dije conmovido.

Antes de irnos, Eva tomó su guitarra y yo me emocioné por la idea de que demostrase su talento ante mi familia. Estaba un poco ansioso por mirar sus reacciones al comprender lo increíble que era mi amiga; quería presumir por todo lo alto ese detalle.

Eran las ocho con diez de la mañana cuando llegamos a un salón de belleza, siendo un lugar en el que Eva se mostró bastante incómoda y recelosa antes de entrar, incluso intentó huir, aunque se calmó tan pronto le expliqué mis motivos.

—Al menos me hubieses avisado —reclamó.

—Quería que fuese una sorpresa, pero tienes razón… Así que también te aviso que luego iremos a comprar ropa —revelé.

—¿Lo dices en serio? —preguntó asombrada.

—Claro, quiero que te sientas cómoda estando en casa, aunque te aseguro que nadie te juzgaría por quién eres en realidad —aclaré.

—Me avergonzaría que supiesen que soy indigente —musitó.

—A mí no, pero de igual manera, es decisión tuya revelarlo o no… Yo siempre estaré de tu lado y te apoyaré, así que entremos.

En el salón de belleza, Eva experimentó un cambio drástico que me dejó boquiabierto. Me impresionó la diferencia que pueden generar un poco de maquillaje y un bello peinado, aunque en realidad solo alisaron su cabello y aplicaron un tratamiento que le permitiría restaurar ciertos daños capilares.

—¡Vaya! —dije impresionado—, te ves muy hermosa. 

—¿En serio? —preguntó emocionada y ruborizada.

—Sí… Ya sabía yo que eres bonita, pero es evidente que consentirse en un salón de belleza marca la diferencia… ¿Crees que me veré hermoso si me aplican el mismo procedimiento que a ti?

Eva dejó escapar una breve risa con mi chiste. Me dio gusto hacerla reír y que, desde temprano, disfrutase de un día en el que no tuviese que mendigar dinero frente a la cafetería.

—¡Bien! Ahora vayamos a una tienda de ropa, conozco un buen lugar —sugerí emocionado.

Debido a que nos encontrábamos en una zona comercial, apenas caminamos dos cuadras para llegar a una boutique en la que una vez acompañé a mamá a comprar ropa. Sabía que ahí podía dar con un conjunto que le permitiese a Eva lucir bien y sobre todo sentirse a gusto con un estilo propio.

Fuimos recibidos con amabilidad por una chica al entrar, e incluso nos invitó a dar un recorrido por la sección de ropa juvenil, aunque Eva se sintió atraída por los estilos que destacaban por realzar la madurez de las mujeres.

—¿Estás segura de que te sentirás a gusto con este estilo? —le pregunté a Eva conforme veíamos las distintas prendas.

—La verdad, no tengo idea, pero me gusta cómo se ven —respondió.

Estuvimos caminando por unos minutos más hasta que llegamos a un departamento identificado como Moda Vintage. Ahí, por alguna razón, sentí que Eva encontraría un estilo propio, y vaya que acerté cuando se detuvo frente a un maniquí que exhibía un conjunto juvenil y elegante al mismo tiempo.

—Quiero eso —dijo Eva con un dejo de emoción.

—¿El maniquí? —pregunté a modo de broma.

—¡No, tonto! El conjunto completo que tiene el maniquí.

—Ese conjunto solo lo tenemos en una talla —intervino la chica que nos atendía—, pero podemos armar uno de tu medida a partir de este estilo, ¿te parece?

Eva asintió emocionada y la siguió al probador, mientras que yo, opté por sentarme y esperar a que saliese. Apenas se tardaron unos minutos cuando Eva salió con aquellas prendas que la hacían lucir diferente, me costó creer que esa chica era mi amiga.

La ropa, sin duda alguna, le favorecía y resaltaba aspectos que jamás imaginé apreciar en ella, pues lucía juvenil y elegante, a la vez que encantadora y madura. Pero más allá de eso, era un estilo propio que la empezó a caracterizar desde entonces.

Bastó una camisa blanca, una braga de jean negra y un par de zapatos Converse negros para que, desde ese mismo momento, supiésemos que ese era su estilo.

—¡Te ves increíble! —exclamé emocionado.

—¿En serio? —preguntó Eva, igual de emocionada.

—Sí, aunque siento que hace falta algo.

—¿Lo dice en serio? —me preguntó la chica que nos atendía.

—Sí —respondí —, algo así como un sombrero estilo fedora, pero de ala corta y en color negro.

—¿Sombrero estilo fedora? —preguntó la chica confundida.

—Sí, siento que eso terminará de armar un buen conjunto —respondí.

La chica fue a consultar con la gerente de la tienda, mientras que Eva me miraba confundida por la consulta que había hecho. Incluso me preguntó la razón por la cual sabía de esas cosas.

—Bueno, pasé mucho tiempo con mamá en casa, así que me la pasaba viendo revistas de moda con ella y también programas de televisión en los que hablaban y explicaban estas cosas —expliqué.

—Ya veo —musitó Eva.

Por suerte, la chica encontró un sombrero tal como lo pedí, lo cual fue un gran acierto cuando Eva se lo colocó.

Sabía que ese sombrero complementaría perfectamente el conjunto, y no solo eso, sino que la haría lucir bastante bien. Eva parecía ser otra chica; fue un cambio drástico. Me dio gusto verla sonreír en el momento en que comprendió lo hermosa que era conforme se miraba en el espejo. También fue gratificante comprender que, en esos instantes, Eva estaba experimentando la felicidad.

 

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