Roxana se quedó en una completa dicha. Esta era una nueva cima de placer y había pensado que no podía ser mejor que la última vez. Estaba equivocada y ahora se preguntaba cómo sería la próxima. Su cabeza se movía, todavía sumergida en el placer.
Luego su mirada volvió a la pared. Ahora podía ver sus grandes alas, desplegándose desde su espalda mientras descansaba sobre su estómago a su lado, aún respirando tan agitadamente como ella.
—Tus alas. ¿Por qué solo puedo verlas en las sombras?
—Las estoy ocultando. Ocupan demasiado espacio.
—Quiero verlas de nuevo —dijo ella.
Él se giró de lado para enfrentarla cuando de repente ella sintió algo plumoso debajo de sí. Era su ala, cubriendo todo el lado de la cama y más. Era tan suave, la mejor cama en la que se había acostado. Un cielo en la tierra. Se volteó para tocarla, sintiendo las plumas oscuras bajo su palma. Alejandro cerró los ojos.
—¿Sientes eso? —preguntó ella.
—Sí.
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