Skender corrió hacia su cámara, horrorizado por lo que acababa de hacer. Sentía dolor, rabia y frustración, pero sobre todo, horror. ¿En qué había estado pensando? Esa picazón, el silencio de su destructor, lo entendía todo. Siempre estaba allí ahora. No necesitaba hablarle ni amenazarlo. Aun cuando se acostaba en su cama, tratando de desvanecerse del mundo sin éxito, podía sentir a su demonio volviéndose más inquieto. Las horas pasaban lentamente y el sol comenzaba a ponerse. Skender intentó arrullarse para dormir y así no ir a buscarla, pero esa picazón le hacía perder la cabeza.
—¡Detente ahora, antes de que le causemos más dolor!
—No fui yo quien confesó, pero no quiero que te detengas.
Ah, ahora él le hablaba y mentía.
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